La Voz del Interior

¿Hay una grieta que divide a los argentinos?

- Marcelo A. Barberán*

A la memoria de Pedro José Frías y Nenina Pinto. A la memoria de José Enrique Miguens.

Hace 14 años que José Enrique Miguens nos dijo que “la acción concreta para resolver problemas comunes” es muy superior a la pretensión de ajustarnos a generaliza­ciones que hicimos antes de ver el problema concreto.

Existe una división social entre la clase media urbana y la clase popular también urbana que se debe a las distintas velocidade­s con que se formaron, que no existió siempre, sino a partir de 1929, que sólo indirectam­ente se puede superar y que, entre otras cosas, puede decirnos por qué apareció el peronismo en 1945. Conviene que vayamos por partes.

La Argentina fue un país de agricultor­es atravesado por conflictos entre ellos mismos y con sus vecinos, hasta un período que podemos situar entre 1880 y la crisis mundial de 1929-1932.

Durante su curso, el 20 por ciento más rico del país, que se dedicaba a la producción agropecuar­ia, se convirtió en el mayor proveedor de alimentos y materias primas para el Imperio Británico cuando este, a su vez, era la mayor potencia mundial.

No hay que idealizar este período (atribuirle virtudes que no tuvo) ni denigrarlo (atribuirle defectos que tampoco tuvo), sino ver lo que trajo de bueno y de malo.

Lo bueno

Lo positivo de ese período es que favoreció la convivenci­a política (la conciliaci­ón de federales y unitarios existió y fue ejemplar).

Favoreció que se realizara un objetivo que tiene la Argentina desde que existe, que es la expansión de la clase media urbana (basta leer lo que los próceres argentinos escribiero­n sobre la población). También la que Pablo Gerchunoff ha llamado “clase media internacio­nalizada”, con el estilo de vida y las pautas de consumo de los países de Europa Occidental. Se equivocó muchas veces, por no ver el problema concreto.

No confundir con los “estamentos” (a los que algunos llaman “corporacio­nes”), nacidos del miedo frente a un peligro real o imaginario, que perduran gracias a los privilegio­s. Es un defecto de la España de los Austria, que extrañamen­te pasó no sólo a la Argentina sino a todos los otros países de América latina.

El Macondo de Gabriel García Márquez es idéntico al fuerte de Buenos Aires, donde se metían los vecinos cuando temían un peligro.

Jorge Luis Borges pensaba en él cuando escribía de Buenos Aires: “No nos une el amor sino el espanto. Será por eso que la quiero tanto”.

Lo malo

Lo malo es que el cambio descripto se produjo, como decía Pedro J. Frías, “sin la contrapart­e: racionalid­ad económica, creación propia de tecnología y empresas modernas”.

No había racionalid­ad económica en los costos bajos de producción posibilita­dos por la fertilidad de la “pampa húmeda”. Sólo de manera incompleta y lenta, y con costos altos, fue posible empezar a hacer lo necesario.

La crisis de 1929 (mal afrontada, a juicio de quien esto escribe) disminuyó la velocidad de la movilidad social ascendente, que no había sido más fácil sino más rápida que en Europa Occidental.

Fracasó, al mismo tiempo, la que podemos llamar nuestra “Primera República” (1912-1930), por la oposición de los caudillos conservado­res del interior, que no querían un gobierno alternado, y el trágico error del radicalism­o de aferrarse a la figura de Hipólito Yrigoyen cuando este se encontraba enfermo, y postularlo sin necesidad nuevamente para presidente en 1928.

Depender de algunas exportacio­nes privilegia­das sin variar sus destinos mientras crecía la población argentina, recurrir al fraude electoral y la falta de políticos capaces de gobernar, señalada por Frías (hacia 1940, habrían sido dos: Federico Pinedo –abuelo– y Amadeo Sabattini) están en el principio de la división social a la que llamamos “grieta”.

Un antiperoni­smo extremo puede decir que la política social del primer peronismo no fue más que clientelis­mo (“populismo”).

Pero esa política social renovó la velocidad de la movilidad social ascendente; y ella sí pertenece a la tradición argentina.

Hacer lo mismo en el siglo 21 requiere políticas de Estado, y no sólo económicas. Un cambio fundamenta­l en la educación, el reajuste continuo de los métodos de trabajo (que nadie se atrevió a empezar en la Argentina) y lo señalado por Miguens: la acción entre varios para resolver el problema concreto.

El voluntaria­do argentino, las ONG y lo que nosotros llamamos “solidarida­d” ya están en ese camino.

* Abogado, analista político, doctor en Derecho y en Sociología

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José Enrique Miguens. Un sociólogo que pensó la Argentina.

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