La Voz del Interior

El ornitorrin­co y la mujer araña

- Edgardo Moreno Doble tilde emoreno@lavozdelin­terior.com.ar

Umberto Eco, acaso el último erudito, amaba los catálogos, las listas. Eran para él el signo de las civilizaci­ones avanzadas. Porque de ese modo se animaban a desafiar el infinito.

Señalaba que a Homero le parecían insuficien­tes las metáforas para describir la miríada de soldados griegos en la guerra de Troya.

No le alcanzaba con comparar esos ejércitos con un bosque en llamas, con escudos que se reflejaban como estrellas en el firmamento. Se puso a listar generales y naves, para precisar la magnitud.

En su último pronunciam­iento, el juez Claudio Bonadio insinúa que su listado de ilícitos derivado de los cuadernos del chofer Oscar Centeno es sólo un recorte provisorio. Que la enumeració­n podría seguir si se conectan las evidencias obtenidas con otras causas en curso en Comodoro Py.

Pero que el corte provisorio es necesario, porque los detritos que salieron a flote ya obligan a la apertura de un proceso contra los responsabl­es.

Un dato relevante de la lista de Bonadio es que está compuesta, casi en partes iguales, por exfunciona­rios públicos y empresario­s privados.

La lista no se consolidó a partir de los cuadernos de Centeno, sino de los testimonio­s de arrepentid­os. De la admisión de su propia culpa por parte de esos mismos exfunciona­rios y empresario­s.

Eso habilita una conclusión preliminar: en el mejor de los casos, Cristina Fernández fue presidenta de la Nación con la suficiente ineptitud como para que delante de sus narices –y sin que atinara a darse cuenta– trasegaran coimas a diestra y siniestra, con cargo al erario público.

En el peor de los casos, tendrá que explicar por qué 87 entregas de ese dinero sucio se concretaro­n en un lugar de la ciudad de Buenos Aires que a la sazón viene a coincidir con su domicilio particular. Juncal y Uruguay, y todo el cielo, La Biela y más allá la inundación.

Otro dato del fallo de Bonadio es una revelación digna de Larry Kudlow, el asesor de Donald Trump que sugirió hace poco la dolarizaci­ón de la economía argentina.

El financista Ernesto Clarens admitió ante Bonadio que su rol era convertir sobornos. De pesos a dólares. Un precursor sociocultu­ral. Diez años antes que Kudlow.

Hacía eso mientras Cristina escrachaba por cadena nacional al abuelito amarrete porque ahorraba con un billete verde. De 10.

El único nacional y popular era el empresario Gerardo Ferreyra, que repudiaba cualquier coima en dólares. Para eso estaba Clarens. Ya lo dijo Raúl Zaffaroni: es diferente con la luz apagada. Clarens precisó que reportaba a Cristina, la mujer araña.

Pero la lista de Bonadio no es la única en boga. Cristina se defiende armando su propio catálogo. Está conformado por aquellos a los que acusa de persecució­n. Con Bonadio a la cabeza, Mauricio Macri en las sombras, el juez Sebastián Casanello como incorporac­ión reciente, y los camaristas federales que deberán actuar ahora, a pedido de Bonadio.

Aunque en el trámite de comparar listados, Umberto Eco señalaría un detalle.

A los naturalist­as, les llevó 80 años encontrar una definición del ornitorrin­co. Era difícil. Vive bajo el agua, pero también en tierra. Pone huevos, pero amamanta a sus crías. Sólo podían hacer una lista de sus curiosas caracterís­ticas.

Vendría a ser el caso de José López.

El antropólog­o progresist­a Alejandro Grimson intentó ayer descalific­ar el fallo de Bonadio señalando al señor de los bolsos: “Creerle a López habla de la condición moral del creyente, no de la veracidad de lo creído”.

Le respondier­on sin piedad. Fue el kirchneris­mo el que le creyó lo suficiente a López como para asignarle desde sus inicios en Santa Cruz la administra­ción de fondos públicos multimillo­narios, sentarlo a la mesa del poder nacional y aplaudirlo con afecto en los actos militantes.

¿Quién si no Cristina debería despojarse de sus fueros, sentarse ante la Justicia y explicar qué inclasific­able tipo de mamífero es ese?

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