La Voz del Interior

La lupa psiquiátri­ca de la seguridad

- Juan Federico Encrucijad­as jfederico@lavozdelin­terior.com.ar

El impacto por la inesperada muerte del exgobernad­or José Manuel de la Sota dejó en segundo y tercer plano dos graves episodios policiales que ocurrieron en las horas inmediatas al choque vial que se cobró la vida del poderoso armador de Unión Por Córdoba.

El primero de estos casos ocurrió el viernes de la semana pasada, cuando un adolescent­e de sólo 13 años, que se movilizaba junto con la organizaci­ón Barrios de Pie para conmemorar la Noche de los Lápices, fue apresado por un grupo de policías, acusado de golpear un patrullero.

El jovencito terminó internado en el Hospital de Niños de la Capital provincial, esposado a una cama. Una escena de una gravedad institucio­nal que obligó a que, el sábado a la mañana, el titular de la Secretaría de la Niñez, Adolescenc­ia y Familia (Senaf), José Piñero, tuviera que intervenir para obligar a que lo desposaran.

Quienes siguieron de cerca lo sucedido aseguran que los médicos del nosocomio provincial aprovechar­on los marcados magullones que tenía el adolescent­e para dejarlo internado, con un único propósito: temían que si volvía a las manos policiales, la golpiza fuera mayor.

Durante toda esa mañana, los voceros del Gobierno se esmeraron por resaltar que el joven había intentado dañar un móvil policial y que agredió a dos agentes policiales que resultaron con hematomas leves y rasguños. También aducían que el adolescent­e no tenía golpes, sino escoriacio­nes propias del forcejeo.

El domingo a la madrugada, en tanto, un policía que había estado ocho años desarmado por una prolongada carpeta psiquiátri­ca, mató con su pistola reglamenta­ria a su novia, también uniformada, y a la madre de ella, en El Diquecito, cerca de La Calera. Antes de quitarse la vida, el agente Carlos Monje (35) casi mata a un tío de la joven víctima, que también estaba en la casa.

Una masacre que estaba escrita desde antes. Hacía pocos meses que a Monje le habían devuelto su arma reglamenta­ria en Jefatura, tras un informe de alta de Medicina Laboral.

Así como se lee: la Policía interpretó que una persona que estuvo ocho años con carpeta psiquiátri­ca estaba en condicione­s de volver a portar una pistola las 24 horas de todos los días y velar por la seguridad de los cordobeses.

La portación permanente del arma más allá del turno laboral es un debate que aún pocos se atreven a dar, ya que genera una intensa resistenci­a por parte de los propios policías.

La masacre recién saltó a la agenda dura de la informació­n cotidiana a mediados de semana. Fue entonces que se supo de la prolongada carpeta psiquiátri­ca del autor. Y de inmediato se recordó un viejo reclamo por el control de la salud mental de los policías, quienes periódicam­ente terminan siendo noticia por graves casos de violencia (en lo que va del año, hubo cuatro femicidios a manos de uniformado­s, según investiga la Justicia cordobesa).

La legislador­a opositora Liliana Montero, quien es psicóloga, hace años que aboga sin éxito para que un organismo externo a la institució­n azul se ocupe de tan sensible evaluación.

Esta semana, desde antes de que el caso ganara las noticias, en Jefatura eran varios los que se agarraban la cabeza. Ya sabían que no iban a poder escapar de una crítica severa.

Otra vez, los voceros provincial­es se activaron y contragolp­earon con la divulgació­n de la creación del Departamen­to de Auditoría General de Salud Mental, dentro de la propia Policía. Una suerte de doble control, junto con Medicina Laboral, para que las altas médicas y psiquiátri­cas se filtren un poco más.

Ayer, su flamante titular, la comisaria inspectora Marcela Santucho, tuvo que reconocer ante la prensa cómo se gestó, mucho antes de que ocurriera, la masacre de El Diquecito . “Auditar y controlar significa que toda la decisión que se tome va a tener una segunda opinión antes de que sea efectiva”, prometió, antes de contar que a Monje, al momento del alta, sólo se lo evaluó por la carpeta psiquiátri­ca y no por una denuncia por violencia familiar que había efectuado su expareja, ya que a esa junta interna nunca llegó la presentaci­ón judicial.

Dos vidas menos hoy ponen en jaque cualquier anuncio de este tipo.

LA MASACRE QUE DESATÓ UN POLICÍA EN EL DIQUECITO YA SE HABÍA COMENZADO A ESCRIBIR HACE MUCHO TIEMPO.

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(LA VOZ / ARCHIVO) Controles. Los casos de policías femicidas, el costado más extremo de una problemáti­ca que obliga a estar más atentos.
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