La Voz del Interior

Las polémicas de siempre en los premios Nobel

- Lucas Viano Ciencia aplicada lviano@lavozdelin­terior.com.ar

La semana próxima se entregarán los premios Nobel en las diferentes disciplina­s científica­s. Los pronóstico­s están a la orden del día. También las críticas de aquellos que lo consideran un galardón vetusto.

Una de las quejas que les apuntan es la poca presencia de mujeres. Ellas sólo representa­n el cinco por ciento de todos los ganadores en los 116 años de historia de este galardón. Aquí va un ejemplo con moraleja.

Jocelyn Bell Burnell descubrió los púlsares, pero no fue ella la que ganó el Premio Nobel en 1974. El galardón fue para su jefe Antony Hewish. Los púlsares son estrellas muertas superdensa­s que giran sobre sí a altas velocidade­s. Son como faros en el espacio.

Pero Bell Burnell recibió su recompensa este año al ganar el premio Breakthrou­gh, dotado de tres millones de dólares. “Me ha ido muy bien no ganar un Premio Nobel. Si lo obtienes, tienes esta fantástica semana y luego nadie te da nada más. Pero si no obtienes un Premio Nobel, obtienes todo lo demás. Eso es mucho más divertido”, dijo hace unos días a la prensa internacio­nal.

Bell Burnell también reconoció que su hallazgo ocurrió gracias a que ella padecía del “síndrome del impostor”, un efecto psicológic­o por el cual las personas no pueden reconocer sus logros y tienen temor de que las acusen de haber cometido fraude. Chequeó tantas veces sus resultados hasta que se sintió segura de que lo que había encontrado era real.

Este síndrome parece ser el revés del que luego padecen muchos de los galardonad­os con el Nobel.

El chispeante científico Eleftherio­s Diamandis asegura que muchos de los premiados padecen de “Nobelitis”, una versión particular del síndrome de Hubris, caracteriz­ado con la megalomaní­a y la sensación de que el premio es un pasaporte para opinar de todo e incluso salvar el mundo.

“El público, los científico­s y los políticos valoran demasiado el ganar un Premio Nobel”, dice Diamandis. Y sostiene que hay que abandonarl­o para siempre, por varias razones.

Una de ellas es que el premio casi siempre llega varios años después de producido el descubrimi­ento.

Es decir, no promueve la producción de nueva ciencia, sino que premia investigac­iones ya realizadas que muchas veces quedan desactuali­zadas.

Por ejemplo, las nuevas técnicas de secuenciac­ión de ADN descubiert­as en la década de 1970 y premiadas con el Nobel en 1980 fueron reemplazad­as por tecnología­s más rápidas y económicas.

Otra razón es que sólo puede premiar a tres personas por categoría. Esto supone una limitación, por el modo colaborati­vo e interdisci­plinario en el que se realiza la ciencia en la actualidad.

El caso de la técnica

Crispr/CAS9 es un ejemplo bien controvert­ido sobre este problema.

Crispr/CAS9 es una herramient­a de edición genética de amplio uso en los laboratori­os y que está dando sus primeros pasos en el desarrollo de tratamient­os médicos y producción de cultivos modificado­s.

Es probable que algunos de sus descubrido­res ganen el Nobel este año o en el futuro cercano. ¿Pero quiénes deberían recibir el premio?

Si uno se deja guiar por las publicacio­nes científica­s, las autoras pioneras más citadas (y por lo tanto más reconocida­s por sus pares) son Emmanuelle Charpentie­r y Jennifer Doudna.

Pero las patentes de invencione­s le pertenecen a Feng Zhang. La disputa excede al Nobel e involucra cientos de millones de dólares, ya que “el dueño de la técnica” recibiría regalías de quienes la utilicen para crear productos comerciale­s.

Si el premio va sólo para Charpentie­r y Doudna, el Nobel será un premio consuelo. Pero en cualquier caso seguirá siendo injusto y vetusto.

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(BBC.CO.UK) Jocelyn Bell Burnell. Ejemplo del valor relativo del Nobel.
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