Dudas y fe
Daniel E. Chávez
Mi abuela, fallecida en 1986 a los 88 años, solía rezar horas enteras en los últimos años de su vida. Recuerdo que siendo yo un joven menor de 20 años, para conversarle de algo, le preguntaba a veces: “Viejita, ¿por qué reza tanto?”.
A lo que siempre me respondía lo mismo: “No sé si existirán Dios y la Virgen, hijo, pero yo les rezo por si acaso”.
Su respuesta siempre fue para mí filosófica, porque confluían en ella la duda y la fe, más allá de que predominaba la última en la mayoría de sus acciones.
Porque cuando yo era niño, me llevaba a misa, a grupos de oración a los que pertenecía, me contaba de la vida de los santos que conocía, y me incitaba constantemente a rezar.
En el otro extremo de la vida, se encuentra hoy mi nieto, de sólo 4 años, que asiste al jardín de infantes de un colegio religioso.
Hace unos días, se le murió la perrita a su abuela paterna y la sepultaron en el fondo de la casa. Luego, mi hija nos contaba que mientras la sepultaban él le preguntó por qué la ponían en la tie- rra, si acaso no era que todos los perros van al cielo.
A lo que ella le respondió que es cierto que van al cielo, pero lo que va al cielo es su alma, porque su cuerpo, al igual que el nuestro, va a la tierra.
“Ah –respondió el niño–, sólo Jesús fue con cuerpo y alma al cielo”. Yo quedé asombrado con su respuesta.
Pero como los niños nos mantienen en vilo a cada momento con sus observaciones y comentarios, mi hija contó también que cuando mi nieto vio que a la mascota la enterraron en el moisés en el que dormía, realizó el siguiente comentario: “Pobrecita, la ponen en su camita para que crea que está dormida y no sepa que la pondrán adentro de la tierra”.