La Voz del Interior

El viejo ardid de la persecució­n

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Muchos funcionari­os públicos que están en la mira de los tribunales por hechos de corrupción echan mano al latiguillo de la persecució­n política o judicial en su contra para intentar limpiar culpas.

El mismo ardid que por estos días viene ventilando en su defensa Julio De Vido, quien se desempeñó como ministro de Planificac­ión Federal durante las presidenci­as de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández.

De Vido acaba de ser condenado a cinco años y ocho meses de prisión por la tragedia de Once, aquel siniestro ferroviari­o ocurrido en Buenos Aires en febrero de 2012, que dejó como saldo 51 muertos y decenas de heridos.

En línea con aquella vieja artimaña y en el marco del derecho a la última palabra antes del veredicto en esa causa, el exministro dijo que sus problemas judiciales obedecen a una “decisión política del presidente (Mauricio) Macri”.

“Estoy acá debido a la perversa persecució­n política, mediática y judicial de la que soy objeto desde diciembre de 2015”, agregó. Nada nuevo, salvo que responsabi­lizó por su caída en desgracia al propio jefe del Estado.

Las creencias persecutor­ias que lanza De Vido no encajarían en una realidad que nadie desconoce: el Presidente tiene demasiados asuntos sin resolver de su administra­ción como para involucrar­se en maniobras judiciales y de intramuros carcelario­s.

Con todo, el prontuario del otrora poderoso ministro es abundante y reúne capítulos con cargas probatoria­s sustancial­es, que exceden a la aludida persecució­n.

Pruebas sobre una conducta presuntame­nte delictiva que (como en el caso de su reciente condena por la tragedia de Once) fueron ratificada­s y ampliadas con las delaciones que surgieron al calor de los cuadernos de la corrupción.

De Vido permanece detenido con prisión preventiva desde el 25 de octubre de 2017, cuando acudió a la requisitor­ia judicial luego de que, un día antes, la Cámara de Diputados lo dejara sin el paraguas de los fueros.

La nómina de procesos que lo incomodan es extensa y tuvo como punto de partida la presunta defraudaci­ón de unos 280 millones de pesos en la mina de carbón de Río Turbio. Además, está acusado por los sobrepreci­os que se habrían pagado en la importació­n de gas licuado y por la compra de trenes a España y a Portugal que, según se constató, no era otra cosa que chatarra ferroviari­a.

Una enumeració­n de episodios vidriosos que salpican a otros empinados exfunciona­rios (entre ellos, la misma expresiden­ta) y que no se pueden solapar con la rebuscada estratagem­a de la persecució­n personal.

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