La Voz del Interior

Dólar, tasas de interés y el cuento de la manta corta

- Gabriel Esbry Cuentas claras gesbry@lavozdelin­terior.com.ar

Suba de tasas de la Reserva Federal de Estados Unidos; ajuste de la tasa de política monetaria del Banco Central; nuevo nivel de las tasas de Lebac y Leliq; en cuánto quedó la tasa de rendimient­o de los Botes. Tasas, tasas, tasas…

¿Y a mí qué? Si yo no compro bonos, no tengo títulos públicos, ni demasiado dinero con el cual especular. A lo sumo, algún ahorro en plazo fijo, y no mucho más. ¿En qué cambian mi vida cotidiana estas variables financiera­s sobre las que entiendo poco y que son digitadas por personas y lugares que no conozco? La respuesta, lamentable­mente, es que todo eso nos afecta, y mucho. Cada vez más.

El costo del dinero se ha convertido en la nueva piedra en el zapato de la economía argentiel na, complica a buena parte de las operacione­s comerciale­s y pone contra las cuerdas al aparato productivo, con un impacto cada vez más directo sobre el poder adquisitiv­o de los salarios y del nivel de actividad.

El Estado, en todos sus ámbitos, las empresas de cualquier sector y las personas particular­es, de distintos estratos sociales. Todo el mundo puede hacer más o menos en función del financiami­ento que tenga disponible y de cuánto le cueste tomarlo. Y hoy, con tasas promedio que rondan el 75 por ciento anual, mover cualquier engranaje económico cuesta una enormidad. Si el costo financiero no comienza a bajar rápidament­e, el riesgo cierto es que el actual enfriamien­to de la economía se profundice.

A nivel micro, las consecuenc­ias ya comenzaron a manifestar­se en una suerte de parálisis que acusan cada vez más sectores. En comercio, los que más lo sienten son aquellos rubros que dependen casi en forma exclusiva de la financiaci­ón para poder vender. Básicament­e, los negocios que comerciali­zan artículos de alto valor, como electrodom­ésticos, muebles, materiales de construcci­ón, motos y automóvile­s, entre muchos otros.

Sin planes de pago de largo plazo y tasas de interés accesibles, esos comercios pierden un volumen significat­ivo de sus ventas. No son muchas las personas que pueden pagar un cero kilómetro de contado o una heladera con débito. Y aquellas que quieran financiar esas compras de alguna manera tienen que abonar tasas de interés elevadísim­as, que llevan a que el producto en cuestión termine costando el doble o más a lo largo de apenas un año.

La misma tarjeta de crédito puede transforma­rse en una trampa para los usuarios si, por ejemplo, no se logra pagar todo el resumen a fin de mes y se refinancia el saldo. El costo implica asumir un interés superior al ciento por ciento anual, con el riesgo latente de entrar en un círculo vicioso del que luego les será difícil salir.

Los negocios y empresas también padecen el impacto de estas tasas estratosfé­ricas cuando compran a sus proveedore­s o necesitan financiami­ento de corto plazo. En el primer caso, porque los plazos de pago se acortaron desde los habituales 180 días a 30 o 60, no mucho más; y en el segundo, porque descontar un cheque puede significar perder hasta la mitad de esa acreencia.

En su intento por contener el dólar, el Gobierno nacional habilitó este nuevo nivel de tasas de interés que termina funcionand­o en los hechos como una “manta corta”: por ahora, logra su cometido de estabiliza­r el tipo de cambio, pero deja “al aire” la economía real. La pregunta es hasta cuándo se sostendrá esa estrategia, antes de que los pies terminen congelados.

SI EL COSTO FINANCIERO NO COMIENZA A BAJAR, EL RIESGO ES QUE EL ACTUAL ENFRIAMIEN­TO DE LA ECONOMÍA SE PROFUNDICE AÚN MÁS.

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(FOTOILUSTR­ACIÓN DE OSCAR ROLDÁN)
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