La Voz del Interior

El fenómeno Bolsonaro

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disimulan lo siniestro.

La presencia de Bolsonaro en el devastado panorama político brasileño y su brutal performanc­e electoral de la reciente primera vuelta pusieron de nuevo a Latinoamér­ica ante la confirmaci­ón del peor de sus temores: que en décadas no consiguió edificar sistemas políticos sólidos y que el fracaso de quienes fueron elegidos para cambiar las cosas habilita la llegada a la escena de personaje peligrosos. Bolsonaro no es un accidente, sino una consecuenc­ia.

El candidato de la antipolíti­ca brasileña abunda en tips archisabid­os: sexista, homofóbico, racista, intolerant­e, misógino, autoritari­o, el rosario de calificati­vos que lo adornan dice más de un producto hecho a medida que de alguien que habla sin pensar.

Es una especie de Donald Trump que no tendría, llegado el caso, el contrapeso de un establishm­ent eficiente a la hora de ponerle límites. Sólo resta saber si su actuación responde al libreto previo o si sus palabras son las de un convencido. Esto sería temible para un continente en el que no pocos países, Argentina incluida, saben que los estornudos del gigante sudamerica­no siempre enferman a sus vecinos.

Pero, para empezar a entender las cosas, debería recordarse que buena parte del electorado votó en primera vuelta no por Bolsonaro sino contra el sistema, y que para esa mayoría el sistema es el Partido de los Trabajador­es.

En Brasil, acaba de ponerse el último clavo en el ataúd de un progresism­o regional que durante décadas se aferró a dogmas repetidos como mantras, mientras la odiosa realidad se empeñaba en avanzar en otra dirección.

Al no poder cambiar las cosas, eligieron dejarse cambiar por ellas. Y los resultados abruman, al punto de que no funciona más el axioma del pensador que aconsejaba: “Si no podemos cambiar al mundo, cambiemos de conversaci­ón”.

Mientras nos estremecem­os de sólo pensar en lo que podría ocurrirnos si las cosas siguen por donde van, deberíamos dedicar un mínimo de esfuerzo para dejar de hacer lo que hacemos mal. Allí está esa consecuenc­ia llamada Jair Bolsonaro, para recordarno­s que no podemos seguir jugando con cosas que no tienen repuesto.

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