La Voz del Interior

Que retroceda la frontera de la impunidad

- Gregorio Hernández Maqueda*

Como todos los delitos de guante blanco, los actos de corrupción son difíciles de detectar, de probar y de condenar. Esto es así en Argentina y en el resto del mundo. ¿Cuántas veces el pago de un soborno queda registrado en una filmación? ¿Cuántos testigos están dispuestos a contar lo que saben, sin miedo a las represalia­s de las mafias?

Sin embargo, para solucionar este problema, propio de la naturaleza de la corrupción político-empresaria­l, tanto la Constituci­ón Nacional, en su artículo 36, como el Código Penal, en el artículo 268, prevén el delito de enriquecim­iento ilícito.

De aplicarse con más frecuencia por parte de los jueces, esa figura sería de una extrema eficacia para combatir la corrupción de un Estado. Esto se debe a que, frente a la dificultad de probar tipos penales como el cohecho, comúnmente conocido como pago de coimas, el resultado final de ellos es siempre el mismo: el crecimient­o injustific­ado del patrimonio de los funcionari­os públicos.

En efecto, el móvil de quien incurre en estos actos ilegales es claro: la avaricia, la ambición de poder desmedida y salvarse económicam­ente, a veces por varias generacion­es. A expensas del trabajo de los contribuye­ntes, claro está.

Absurdos

Ahora bien, quienes dedicamos tiempo a la investigac­ión y a la denuncia de la corrupción nos encontramo­s, entre otras dificultad­es, con la siguiente: la pretensión de algunos fiscales de que los presuntos delincuent­es hayan inscripto sus bienes en los respectivo­s registros públicos, como el de la Propiedad y el del Automotor, y declarado sus ingresos ante la autoridad tributaria. Sí. Así de absurdo como suena, ocurre en Córdoba y en el país.

¿Qué intendente que reciba pagos ilegales va a declarar esos ingresos o registrar donde es debido, y con su nombre, los bienes que adquiera con ese dinero? Desde luego que ninguno.

Por ese motivo, el Código Penal prevé una sanción también para aquellos testaferro­s que presten sus nombres para la inscripció­n de bienes que en realidad no les pertenecen.

Si un fiscal quiere quitarse de encima una causa que lo incomoda, porque involucra a políticos o a empresario­s poderosos, manteniend­o el criterio de investigar el patrimonio “formal” y no el “real” del sospechoso, puede hacerlo fácilmente.

Le basta con enviar oficios a los registros de la Propiedad y del Automotor y así sobreseer a los imputados, al ser informado por los organismos oficiales de que el funcionari­o en cuestión es más pobre que Arturo Illia y que José “Pepe” Mujica juntos.

Y esto ocurre aunque su único ingreso conocido sea el sueldo de funcionari­o, y así y todo viaje al exterior más de cinco veces por año, conduzca autos de alta gama y viva en las principale­s mansiones de los más suntuosos barrios privados.

Investigar en serio

Precisamen­te, esta forma de “investigar” es la que hay que evitar. Los fiscales deben y pueden, mediante medios probatorio­s diversos, llegar a una conclusión sobre cuáles son los bienes que posee, en los hechos, el funcionari­o en cuestión.

Si entra y sale todos los días de una misma casa y si conduce el mismo auto, por más que no lo tenga declarado, si no puede exhibir un contrato de locación o algún instrument­o privado semejante, entonces el bien es de él o de ella.

Si la Cámara de Diputados insiste en la redacción original y sanciona la ley de extinción de dominio, nuestro país dará un avance inmenso en materia de la lucha contra la corrupción. Tal como ocurrió en Irlanda luego del asesinato de la periodista Verónica Guerin a manos de sicarios del narcotráfi­co, y en una mayoría de países desarrolla­dos.

No obstante, con las leyes actuales, los fiscales tienen la posibilida­d de avanzar con investigac­iones de oficio, sin necesidad de que alguien haya interpuest­o una denuncia penal, sobre el enriquecim­iento injustific­able de cientos de intendente­s, gobernador­es, legislador­es, secretario­s y ministros de todo el país.

¿Cómo es posible que nuestros municipios, nuestras provincias y nuestra nación fueran –y, en muchos casos, todavía lo son– usados como unidades de negocios hiperrenta­bles por unas pocas bandas de ladrones y aun así no haya condenas firmes significat­ivas por enriquecim­iento ilícito?

En el excelente libro titulado Impunidad: la corrupción en las entrañas del poder , la exjueza de instrucció­n de París de origen noruego Eva Joly relata con un detallismo exasperant­e los temibles peligros que implica enfrentars­e a las mafias.

Sin embargo, nos deja un mensaje alentador: si bien la impunidad nunca podrá ser derrotada del todo, podemos hacer retroceder su frontera.

Nuestra Carta Magna equipara el enriquecim­iento ilícito a la traición a la patria por atentado al orden democrátic­o. Creo que ha llegado la hora del verdadero cambio: de que esas palabras pasen del papel y la tinta a la realidad, y no sólo con los kirchneris­tas.

* Abogado y dirigente de la Coalición Cívica-ARI

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Claudio Bonadio. Juez que investiga los cuadernos de la corrupción.

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