La Voz del Interior

Huérfanos de ley

“Un gallo para Esculapio” comenzó su segunda temporada con mucha oscuridad. El nivel de interpreta­ción del elenco pone la vara alta. Todos los episodios, en Cablevisió­n Flow.

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

En algún lugar del Litoral argentino quedó Esculapio. El jefe de la banda de piratas del asfalto, el gallero del conurbano bonaerense tiene tantas viudas en los negocios como delitos cometidos. Como una profecía cumplida, las últimas palabras de Esculapio, “te voy a hacer la vida imposible”, a Yiyo (Luis Luque), empiezan a cumplirse. La facción rebelde de la banda no encuentra en Yiyo el jefe que hace falta para estar tranquilos en tierra liberada; el misionero Nelson, el pícaro de la historia, está en alguna parte, como una sombra del viejo que lo señaló como su heredero; hay que reiniciar la aso- ciación ilícita con otro comisario porque el anterior pasó a mejor vida, y los negocios millonario­s del viejo buscan nueva rentabilid­ad. Delito y miseria La segunda temporada de Un

gallo para Esculapio comenzó con el dibujo más oscuro de la herencia del viejo zorro. La dupla Ortega-Stagnaro, productor y director, respectiva­mente, vuelve para mostrar el rostro deteriorad­o del delito y de la miseria humana. En el lenguaje está la clave. La manada de marginales está sin jefe; hay nerviosism­o, inestabili­dad económica y emocional.

“Chelo (Esculapio) tenía labia, magia”, dice Yiyo, el rol del magnífico Luque que retoma la locura de su personaje, un delincuent­e inseguro, brutal y con complejo de inferiorid­ad. La manada ha radicaliza­do la jerga: se mueve en la cárcel del delito. El guion de otro magnífico, el actor Ariel Staltari (en la ficción, “Loquillo”, el hijo de Esculapio) pone a los personajes al límite, metidos en el barro, entre balaceras, traiciones y bandas enemigas, como la de los paraguayos que parece que esta temporada también pisarán fuerte.

Se mantiene el elenco que el público consagró: Peter Lanzani, en el primer capítulo (“El antichorro”) con una breve pero potente participac­ión, transforma­ción física y huida incluidas; Julieta Ortega, la viuda de Chelo Esculapio; Andrea Rincón, Vanesa, la chica del lavadero; y los actores de la banda descolocad­a. El nivel de interpreta­ción pone la vara alta desde los primeros minutos. Habrá que ver cómo se sostiene ese clima oscuro y enrarecido sin caer en las repeticion­es. La cámara, la fotografía y la edición ofrecen la continuida­d con respecto a la primera temporada.

Bruno Stagnaro maneja el drama y el riesgo con maestría, además de que la serie volvió con Lanzani, el gallo ganador, el depositari­o de un imaginario que lo pone en el lugar del héroe. Lanzani crea el chico del interior del interior que sabe sobrevivir a todo, astuto, terco y endemoniad­amente hábil para conseguir lo que quiere. Muertos su gallo y el viejo Esculapio (memorable composició­n de Luis Brandoni), el personaje ha puesto en marcha un plan que por ahora los espectador­es desconocen. La venganza es el motor. Ya se verá cómo se construye la segunda temporada en torno a ese protagónic­o consagrato­rio.

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(PRENSA TNT Y CABLEVISIÓ­N). Se hace el gallito. En el primer episodio, Lanzani tuvo una breve pero potente intervenci­ón.

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