La Voz del Interior

Crecerá la presión tributaria en 2019 por la meta del déficit cero

El año próximo se cobrarán impuestos que se habían prometido eliminar. Se frenan algunos incentivos de la reforma tributaria. De 2016 a 2018 bajó la carga fiscal, pero, para llegar al déficit cero, crecerá el próximo año.

- Laura González lgonzalez@lavozdelin­terior.com.ar

“El Estado no tiene que quedarse con el fruto de tu trabajo”. “Hay que bajar la enorme presión fiscal de la Argentina”. “No se puede producir con semejante carga tributaria”. Todas, frases del presidente Mauricio Macri repetidas en campaña y luego en el Gobierno.

Los tres primeros años de su gestión avanzaron en ese sentido, pero lo cierto es que en 2019 se borrará con el codo lo que se escribió con la mano.

La presión tributaria, que había registrado bajas en 2016, en 2017 y en 2018, volverá a subir el año que viene alrededor de un punto del PBI. No está todavía cerrado el número, ya que eso se discute en el Congreso, donde toda la política es ultracreat­iva para hacer que las cuentas cierren, siempre, con dinero ajeno.

Bienes Personales, Ganancias, retencione­s, Sellos: de todo habrá más.

Hay un abanico de justificac­iones: que era esto o Venezuela, que el déficit cero era lo que exige el Fondo Monetario Internacio­nal, que este aumento es pasajero, que el macrismo no abraza la suba de impuestos ni por lejos. Por las razones que fueran, lo cierto es que en 2019, una vez más, los argentinos tendrán que pagar más impuestos.

Ese golpe al bolsillo a algunos les pegará más, a otros menos, pero en este punto el mazazo va más allá de la plata: es un golpe más sutil e invisible, va al corazón de un ideario PRO que pregonaba que el Estado tenía que ser más chico para darle lugar al sector privado, creador genuino del empleo y de la riqueza. Y está más que claro que el Estado no se quiere achicar.

Macri cómplice o Macri impotente, no importa: no se achica.

“Lo grave no es tanto el déficit, sino el tamaño del gasto. Prefiero déficit de un gasto estatal acotado y no déficit cero sobre un altísimo gasto estatal, porque, si no, lo que hago es fundir al sector privado, que es lo que están haciendo ahora. El círculo es vicioso: como estamos cada vez peor, entonces reclamamos más ajuste y es más draconiano sobre el sector privado. Por este camino vamos a ser inviables muy pronto, porque la mochila es más grande que el mochilero”, sentencia el economista Agustín Monteverde.

Lo que escribió la mano

En 2016, Macri eliminó todas las retencione­s a las exportacio­nes agropecuar­ias: trigo, maíz y economías regionales.

A la soja le bajó la alícuota del 35 al 30 por ciento y trazó un escenario de reducción gradual de medio punto al mes desde 2017, que luego fue en 2018.

Subió el mínimo no imponible de Ganancias, con lo cual la mayoría de los trabajador­es que pagaba las alícuotas máximas siguió pagando, pero menos.

Así, según el Iaraf, la presión fiscal en 2016 bajó 1,4 por ciento y en 2017, dos puntos. En 2015, último año de la gestión kirchneris­ta, estuvo en el pico del 26,3 por ciento del PIB si se mira sólo la Nación, pero que llega al 32 cuando se cuenta lo que agregan provincias y municipios.

En 2018 bajó también por efecto de la reforma tributaria, que rige desde este año: las Pyme pueden tomar el ciento por ciento del impuesto al cheque a cuenta de Ganancias y las empresas grandes, el 33 por ciento a cuenta.

Se subió el mínimo imponible de Bienes Personales y a los 300 mil cumplidore­s de ese impuesto, si no habían blanqueado, se les eximió del pago entre 2016 y 2018. En 2019, el impuesto desaparece­ría.

Para las Pyme, la alícuota de Ganancias bajó del 35 al 30 por ciento, algo que se extendería a todas en 2019 por tres años para luego bajar al 25. Se gravaron los dividendos para incentivar la reinversió­n de utilidades.

Se dispuso de un bloque salarial de 2.400 pesos (para llegar a 12 mil actualizad­o en cinco años) exento de contribuci­ones patronales, como un anticipo de la reforma laboral que vendría.

“La reforma tributaria proyectaba bajar en cinco años un punto y medio del PIB, y si le sumamos el Pacto Fiscal, que corregía distorsion­es de los impuestos provincial­es, dos y medio. O sea que eran cuatro puntos gradualmen­te en cinco años, con el objetivo de ser competitiv­os, traer inversione­s y mover la actividad económica”, describe el tributaris­ta César Litvin.

Algunas provincias, en tanto, redujeron sus alícuotas de Ingresos Brutos, aunque hubo 11 que en el sector comercial estaban cobrando por debajo del promedio y las subieron.

“El federalism­o ha fracasado porque han cobrado impuestos a mansalva y han gastado a mansalva”, remarca Litvin. Dice que, en promedio, cada uno de los 2.200 municipios de la Argentina cobra 24 tasas, algunas sobre las ventas, lo que indica que no son tasas, sino impuestos.

Al respecto, ningún municipio ha hecho nada y hay provincias “pícaras” porque han subido alícuotas recibiendo más plata de la Nación por la devolución del 15 por ciento de la precoparti­cipación.

Lo que se borró con el codo

Este año el curso de la historia cambió drásticame­nte: el peso se depreció más del 50 por ciento y la Argentina otra vez coquetea en el borde del abismo.

Tasas de Estados Unidos, sequía, el peronismo, Turquía, Trump, cuadernos, Lilita, lo que fuera. La urgencia obligó a imponer tres pesos por cada dólar que exporte cualquier actividad, incluidos los servicios, y cuatro pesos si se trata del agro, y a revisar cada una de las promesas hechas para 2019.

La primera negociació­n para cerrar el Presupuest­o 2019 fue con los gobernador­es. Se hizo una adenda al Consenso Fiscal –firmaron 19 hasta ahora–, en la que se suspendió la rebaja de Sellos, que debía comenzar en 2019.

Fue feroz el abroquelam­iento de los gobernador­es para suspender la baja de Ingresos Brutos, pero eso quedó en pie, hasta ahora, y se les ocurrió imponerles el uno por ciento a los bienes radicados en el exterior.

Se extendería el cobro de Ganancias al ciento por ciento de los asalariado­s privados, poderes Ejecutivos y cooperativ­as, y no se daría la reducción de alícuota prometida en la reforma.

Tampoco se avanza en tomar a cuenta de Ganancias el 50 por ciento del cheque.

Esos nuevos impuestos, o los avances prometidos que no se darán, compensará­n a las provincias en parte por la no coparticip­ación de las retencione­s (fin del Fondo Sojero) y por la quita de subsidios a la luz y al transporte.

En Diputados se discutió y se dispuso que no se castigará a los bienes radicados en el exterior, sino a todos: lejos de desaparece­r, el impuesto a los Bienes Personales continuará en 2019 (ver página 9).

Monteverde enumera cinco motivos por los que cree que Bienes Personales es el más irritante de los impuestos que volverán en 2019: “Primero, se grava algo que ya pagó Impuesto a las Ganancias, IVA y un montón de impuestos. Sobre eso, a uno le vuelven a cobrar impuestos. La segunda razón es una intromisió­n del Estado en la esfera privada: uno tiene que hacerse un streap tease frente al Estado contando lo que tiene y lo que no. Lo tercero es que la aplicación de ese impuesto lleva a una descapital­ización muy grave, porque se pagan impuestos sobre algo que no produce nada; son bienes personales. El cuarto motivo es que hay una ley del Ejecutivo que decía que iba a desaparece­r. Y el quinto es que esa ley se hizo para convencer a la gente de que blanqueara inmuebles, con lo que se le está diciendo ahora que nunca hay que creerle a la Argentina”.

Esta es la Argentina, la de las promesas incumplida­s, la del fracaso permanente.

La decepción tributaria es apenas la punta de un iceberg más profundo, donde la casta política quiere seguir salvándose siempre a sí misma, con Macri cómplice o con Macri impotente. No importa el nombre: el Estado no se achica. Siempre manotea el dinero que produce el privado.

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(PEDRO CASTILLO / ARCHIVO) Otra realidad. Macri finalizará su mandato incumplien­do su promesa de menos impuestos.

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