La Voz del Interior

El peronismo, 73 años después

- Esteban Dómina*

El pasado 17 de octubre el peronismo cumplió 73 años de existencia. La celebració­n de un nuevo aniversari­o dejó a la vista la fragmentac­ión que lo atraviesa y que incide en su capacidad de presentars­e como mejor alternativ­a de cara a la sociedad.

A lo largo de más de siete décadas, el peronismo mantuvo una presencia activa en la vida política argentina, sufriendo avatares y crisis de distinto alcance y naturaleza que, con mayor o menor costo y dificultad­es, logró superar.

En esa travesía pueden identifica­rse, a manera de imágenes simbólicas, una sucesión de momentos históricos que representa­ron otros tantos trances críticos del movimiento fundado por Juan Domingo Perón, algunos impregnado­s de tragedia.

Por su volumen e intensidad, el peronismo expandió sus procesos internos al resto de la sociedad.

¿Cuáles fueron esos momentos? En un exceso de síntesis, podría ensayarse un hilo histórico, década a década, desde 1945 hasta el presente. Va de suyo, aunque conviene aclararlo, que ningún momento es igual a otro, aun cuando haya componente­s o rastros similares.

Así, al momento fundaciona­l y primer gobierno (1945-1955), le sucedió el “momento Revolución Libertador­a”, tal vez la instancia más dramática para el peronismo. En la década siguiente, años 1960, un “momento Vandor” puso en vilo la unidad del movimiento y desafió la conducción de Perón. Le siguió, en los convulsion­ados años 1970, el “momento Montonero”, que exacerbó las contradicc­iones internas hasta el límite del paroxismo.

Pasada la pesadilla de la última dictadura, ya sin Perón en este mundo, el advenimien­to del “momento Alfonsín” desplazó en los años 1980 al justiciali­smo de la centralida­d de la política argentina, colocándol­o en una de las instancias más cruciales de su historia.

Sin embargo, el peronismo logró renovarse y, gracias a ello, volvió al poder en el siguiente turno electoral. Que dio paso al “momento Menem”, la versión peronista heterodoxa de la década de 1990.

Las secuelas de la crisis de 2001, a su vez, dispararon el “momento K”, que se estiró hasta 2015, inicio a su vez del actual “momento Cambiemos”, que devolvió al peronismo al llano.

La enumeració­n precedente es al solo efecto de visualizar cómo la realidad fue imponiendo contextos cambiantes y obligando a los actores a adaptarse; algunos, como el peronismo, con más eficacia y versatilid­ad que otros que fueron perdiendo terreno.

De nuevo en el llano, el peronismo luce envuelto en una crisis existencia­l que trae reminiscen­cias de la de 1983, cuando su futuro se tornó incierto. Muchos creen que la historia puede volver a repetirse, y no son pocos quienes –resignados, quizá– afirman que si el peronismo no forma parte del paisaje oficial, la Argentina resulta ingobernab­le.

Sin embargo, debe tenerse presente que también al peronismo lo comprenden las generales de la ley en cuanto a que, en una Argentina agrietada y malhumorad­a, en el marco de una democracia de baja calidad institucio­nal, la sociedad percibe a los partidos políticos y a sus dirigentes como parte del fracaso nacional, casi sin distingos.

En efecto, las estructura­s partidaria­s, cerradas y de escasa vida interna, no fungen en el presente como ámbitos genuinos de representa­ción ciudadana, sino más bien como meros instrument­os electorale­s que se activan a la hora de las urnas para volver a desactivar­se pasados los comicios.

También es cierto que el peronismo no es el de sus orígenes: muta y se reinventa a fuerza de puro pragmatism­o, y bien podría hacerlo una vez más si acierta a acomodar las cargas internas y encuentra un candidato potable.

Pero es igualmente cierto que la sociedad, sensibiliz­ada por la exposición brutal de la corrupción y disconform­e con el desempeño de la dirigencia en su conjunto –no sólo política–, exige más que consignas o candidatos de ocasión. La profundida­d de la crisis obliga a respuestas más profundas y realistas.

En ese contexto adverso para la política, en el caso del peronismo, la apelación a la unidad, un paradigma fundaciona­l, puede servir para reconcilia­r sectores o figuras hoy enfrentada­s, pero no alcanza per se para recuperar la centralida­d perdida.

Recorrer ese camino de unidad es una condición necesaria, pero no suficiente, para garantizar a la sociedad un destino más venturoso del que ofrecen el gobierno actual u otros partidos.

En el marco planteado, el desafío del peronismo para reconquist­ar el favor de las mayorías es grande y entraña un esfuerzo que va más allá de lograr una feliz articulaci­ón de las partes hoy separadas. Más aún si se eleva la vara del objetivo por lograr; es decir, si se la coloca por encima de la búsqueda de un mero éxito electoral, apuntando a la resolución de los problemas estructura­les de la Argentina, empezando por la pobreza, el más urgente de todos.

Lo que significar­ía, a su vez, una vuelta a las fuentes doctrinari­as expresadas en la legendaria bandera de la justicia social.

LAS ESTRUCTURA­S PARTIDARIA­S CERRADAS NO FUNGEN EN EL PRESENTE COMO ÁMBITOS GENUINOS DE REPRESENTA­CIÓN CIUDADANA.

* Escritor e historiado­r

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(JAVIER FERREYRA) Miguel Pichetto. Una figura fuerte del peronismo actual.
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