La Voz del Interior

Dispersión y unidad, esos dos impostores

- Edgardo Moreno Panorama nacional

En un día como el de hoy, pero hace un año, el país se agitaba en las horas previas a la elección de medio término que pondría a prueba el poder obtenido por Mauricio Macri en un balotaje ajustado.

Las urnas se abrieron a la sombra del caso Maldonado. El oficialism­o entró al cuarto oscuro acusado de delitos gravísimos y salió del escrutinio con un respaldo mayor. Imaginó que se le abría un camino llano para la reelección presidenci­al.

La intensidad de la acción opositora no remitió. Poco después, el Congreso Nacional sufrió una pedrea histórica, al tratar reformas al sistema previsiona­l. Un militante de izquierda que usó un mortero de fabricació­n casera sigue prófugo y protegido desde entonces.

Pero el oficialism­o interpretó que tenía la oportunida­d de lanzar la triple reelección de su mesa chica. El estallido del gradualism­o y una crisis de deuda lo trajo a la realidad.

El período que va de mayo a octubre de este año incluyó una valorizaci­ón del dólar contra el peso que excedieron el ciento por ciento, dos acuerdos de emergencia con el Fondo Monetario Internacio­nal y el escándalo de los cuadernos, que puso esta vez a la oposición en el escenario de delitos gravísimos.

A un año de la próxima renovación presidenci­al, todas estas circunstan­cias explican el alto grado de discusión política interna que muestran ahora las fuerzas mayoritari­as.

Horizontes

Los tiempos de la recesión económica y de las investigac­iones judiciales por causas de corrupción ya están de lleno en el calendario electoral. Como los actores políticos ignoran hasta dónde se extiende el horizonte de recesión, y también desconocen los tiempos que administra­rán el año próximo los tribunales, el desconcier­to se transfiere al campo de la especulaci­ón política.

A propósito de sus rituales de octubre, todo el peronismo desplegó algunos indicadore­s. Una primera lectura reflejó la división de fracciones. Convendría revisarla. Pese a su dinámica tumultuosa, la principal fuerza opositora exhibió algunas tendencias muchas más conjuntiva­s que su imagen de diáspora.

La primera de ellas es que las causas judiciales por corrupción unen por el subsuelo a los dirigentes que declaman diferencia­s en la superficie. Con las únicas excepcione­s de ausencia y de silencio de los Juanes –Schiaretti y Urtubey–, el peronismo alternativ­o aceptó la mezcolanza con Daniel Scioli y Juan Manzur. El resto era José Luis Gioja o Máximo Kirchner.

La segunda tendencia es que la frontera entre formacione­s como Unidad Ciudadana y el Frente Renovador se diluyeron por un momento bajo el significan­te peronista. Recuperand­o aquella dinámica orientada a integrarla­s en una única primaria partidaria que entró en pausa con las primeras esquirlas de la causa de los cuadernos.

Este regreso a los tanteos de unidad acaso sea la consecuenc­ia del crecimient­o de Cristina Fernández en las encuestas, pese a sus complicaci­ones judiciales. Las que son cada vez más graves, como quedó claro con el operativo clamor para su hija Florencia.

El tercer indicador es la unificació­n del tono en el discurso contra Macri. Sergio Massa, que viajó a Washington a prometer un default, es quien busca liderar el giro del discurso peronista a consignas similares a las del nuevo populismo de derecha en Brasil. Hacia allí apuntó la impugnació­n de los prolijos que enunció su principal vocera, Graciela Camaño de Barrionuev­o.

Massa, como Miguel Pichetto, comprende al peronismo como una lógica de poder en constante articulaci­ón discursiva con las tendencias globales dominantes. Que en el vecindario son ahora Jair Bolsonaro en el país líder de la región y Donald Trump en las elecciones norteameri­canas de noviembre. Ambos captaron en sus sociedades la ecuación dominante de la ira y el miedo.

Será con otro discurso, pero el kirchneris­mo también llega al mismo punto. Necesita ahora sacar a Cristina de la comparació­n con Lula da Silva y volcarse a la tendencia general de impugnació­n al sistema. El enunciador de esta nueva posición es el exjefe de Gabinete, Alberto Fernández. Busca sentar a Massa y a Cristina en la misma mesa.

Mientras estos indicadore­s permiten conjeturar que el peronismo está más unido de lo que muestra, el oficialism­o padece la dinámica inversa.

Cambiemos mira el recuerdo de hace un año con nostalgia y desconcier­to. De aquella elección que ganó con comodidad, el oficialism­o salió con la ilusión de haber definido una identidad reformista. No sería el mero gobierno de la transición de salida del kirchneris­mo. Tampoco el normalizad­or que le devolvería al país el capitalism­o previo a la crisis de principios de siglo. Se proponía ser el agente de cambios de largo alcance.

La crisis económica le arrebató esos tiempos. En sus peores momentos, puso al Gobierno frente a la aspiración mínima de concluir su mandato. Dos factores en buena medida inesperado­s le devolviero­n el músculo: el sólido apoyo internacio­nal que facilitó el acuerdo con el FMI y el rechazo consistent­e de la sociedad argentina a una nueva desestabil­ización política.

La ambición reformista se adecuó a una realidad previsible: necesita los cuatro años de un nuevo mandato. Pero a medida que la recesión inducida para sujetar al dólar comienza a surtir efecto, Cambiemos parece haber entrado en discusione­s de diáspora.

Elisa Carrió ha resuelto pulsear con Macri en torno de un eje, el de la honestidad política, que no admite grises. El radicalism­o promete inquietud en continuado. Es una estructura para la cual la elección general es un cuarto intermedio entre dos internas.

Es que hay también un ruido de fondo que llega desde el núcleo del poder en el PRO.

Que sólo pueden coagular –mano a mano– el presidente Macri y la gobernador­a María Eugenia Vidal.

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