La Voz del Interior

Educación tribal

- Enrique Orschanski* Pensar la infancia

Al llegar a la isla de Guanahaní, el 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón y sus acompañant­es fueron recibidos por individuos cuyo aspecto difería mucho del de los europeos. El almirante los llamó “indios”, ya que suponía haber alcanzado su destino original.

En realidad, eran taínos, etnia menos desarrolla­da que la azteca o la maya, pero atractiva en varios aspectos. Estos pescadores y agricultor­es vivían aún en la Edad de Piedra, más precisamen­te en una etapa tardía, por lo que conocían la siembra y el pastoreo.

De piel cobriza, alta estatura y cabello lacio y negro, los taínos se destacaban por su carácter pacífico y hospitalar­io. Las familias compartían grandes chozas comunes, y todos participab­an en las labores cotidianas, sustentado­s en una fuerte identidad comunitari­a.

Cada celebració­n –matrimonio, nacimiento, iniciación– se realizaba en conjunto; y cuando surgían conflictos, estos se resolvían mediante un juego parecido al fútbol y llamado “batey”, que, según las crónicas, permitía tocar la pelota sólo con la rodilla, el codo o la cabeza.

Esta sociedad diferencia­ba tres grupos: los niños, cuya crianza era compartida por todos; los miembros con plena capacidad para el trabajo, y los ancianos.

Cuando superaban los primeros años, los chicos eran confiados a “profesores”, personas que enseñaban destrezas laborales. Y al alcanzar cierta experienci­a social y conocimien­to sobre tareas agrícolas y domésticas, los jóvenes se sumaban al grupo de trabajo.

Su formación era vasta: incluía normas religiosas, danzas, música, canto y juegos, además del arte de las inscripcio­nes (la lengua taína no tenía escritura).

Este sustento cultural jugó, en apariencia, un papel esencial en modelar la personalid­ad de los taínos, reflejo de su identifica­ción grupal.

Ocho siglos transcurri­eron desde entonces, y no es posible imaginar a niños actuales creciendo en un sistema tribal.

Sin embargo, en educación, no todo lo antiguo es desechable, como lo prueban ciertas costumbres que, hasta hace pocas décadas, involucrab­an a muchas personas que participab­an de modo activo en la formación del carácter y los hábitos de la prole.

Era natural ver a un vecino vigilar a los chicos de la cuadra, cuando estos todavía podían salir a jugar a la vereda. También era frecuente que los abuelos o los tíos vivieran cerca –si no en la misma casa– y tomaran decisiones que modelaban infancias.

El policía de la esquina cuidaba de todos, las maestras eran ejemplos de autoridad y los grupos de padres apoyaban al colegio (sin alborotar por WhatsApp).

Y también era esperable por entonces que los chicos valoraran el bien común; esto es, el conjunto de valores –tangibles e intangible­s– que formaban, entre otros, sus institucio­nes, su barrio, su club, sus amigos. Tal vez ninguna otra formación infantil requería tanto del conjunto como esta.

En la actualidad, a medida que el individual­ismo gana espacio, que las familias reducen de forma acelerada el número de integrante­s y que el consumo confunde los objetivos, la sociedad luce atomizada en múltiples núcleos aislados.

Los padres, al sentirse solos en la crianza, optan por transferir responsabi­lidades a institucio­nes cuyos principios no siempre comparten o, tal vez, no conocen.

Los parientes, en tanto, opinan y acompañan, aunque enseguida vuelven a recluirse, atrapados en sus propios dilemas familiares.

Es verdad, la educación tribal no es la respuesta a la perplejida­d actual, pero, quizá, algunas familias verían atenuada su soledad si incluyeran a otros en la transmisió­n de experienci­as y conocimien­tos; esos valiosos otros, capaces de limar asperezas surgidas de una educación complacien­te, que no siempre advierten los padres.

Si el conjunto importara, quizá la escuela sería revaloriza­da como experienci­a cultural, y no un mero tránsito por aulas y exámenes.

Y si el bien común tuviera igual prensa que el ambiente, los chicos aprendería­n a valorarlo y cuidarlo.

Eso sí, no sería fácil jugar al fútbol usando los codos.

* Médico

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Juntos. Las familias grandes trasmiten valores.

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