La Voz del Interior

Una montaña rusa de emociones

El director Cipriano Argüello Pitt habla de “Se debería llamar elogio del amor”, obra con dramaturgi­a de Gonzalo Marull.

- vconci@lavozdelin­terior.com.ar

Una pareja se va de vacaciones y no para de llover, lo que dispara todas las preguntas sobre el amor.

¿Qué mierda es el amor?, se pregunta uno de los personajes en Se debería llamar elogio del amor, lo nuevo de Cipriano A. Pitt que estrenó en Document-A/Escénicas. La obra presenta a una pareja que se va de vacaciones y no para de llover. Aislados, los personajes interpreta­dos por Martín Suárez y Elvira Bo hablan del amor, el desamor, lo que perdieron, lo que les falta. También la sociedad de consumo y el neoliberal­ismo se cruzan en el texto.

Amigos y colegas desde hace años, Gonzalo Marull le envió un correo a Cipriano A. Pitt con tres textos, entre ellos Se debería llamar elogio del amor. El director se interesó en la obra y decidió llevarla a escena, consciente de que la puesta implicaba un desafío enorme por su complejida­d y por los recursos que necesitaba.

Entonces se sumaron al proyecto Natacha Chauderlot y Matías Beltramo, que idearon un disposi- tivo escénico impactante, en el que llueve de verdad sobre el escenario. El sonido de las gotas cayendo potencia las sensacione­s y emociones que de por sí genera la obra.

“Creo que la escenograf­ía es un tercer personaje, es la representa­ción de la naturaleza, que de alguna manera siempre es amenazante. En la obra está simbolizad­a por la lluvia, pero es la naturaleza del amor, del otro, que puede ser un aliado, pero también una amenaza”, dice Argüello Pitt.

Y sigue: “La naturaleza cumple el rol de una amenaza frente a esta relación complicada, compleja, donde se está discutiend­o qué es el amor”.

Lo indefinibl­e

La obra es una reflexión constante sobre el amor, aunque no por eso el espectador se llevará una definición a su casa. Así lo explica el director: “Se debería llamar

elogio del amor no da ninguna respuesta. La obra está una hora y 10 minutos tratando de definir qué es el amor y finalmente no lo logra. Me conmueve mucho el monólogo de Elvira cuando dice: ‘Qué mierda es el amor’”.

La obra tiene tanto la impronta de Cipriano A. Pitt como la de Gonzalo Marull. El dramaturgo suele trabajar más con la comedia y esa huella se nota en el resultado final. El director, por su parte, decidió inclinarse por el potencial dramático de la obra, aunque a lo largo de la narración coexisten ambos géneros.

“Para mí fue fundamenta­l trabajar rítmicamen­te. La obra podría haber sido leída desde la comedia, sin embargo preferí hacerla más como un drama psicológic­o, con algunas cosas de comedia que son típicas de la escritura de Gonzalo. Hay situacione­s insólitas, que no logran romper el encierro de los personajes y resultan cómicas. Y en otros momentos se vuelve muy angustiant­e”, explica Cipriano.

Y amplia: “Creo que la obra es una montaña rusa de emociones. Te lleva desde lo inverosími­l a la comedia, al drama, a la angustia

existencia­l y a la pregunta filosófica. Te va llevando de la cabeza al corazón todo el tiempo. La idea fue un poco esa”.

Sobre los actores en relación a ese vaivén de emociones, el director reconoce que Martín Suárez y Elvira Bo hicieron un “trabajo excepciona­l, porque esa dinámica les requiere técnicamen­te pasar de un estado a otro en cuestión de segundos”.

Familia de artistas

Cipriano A. Pitt musicaliza la obra con arias de óperas, ya que conceptual­mente le permitía hablar de los preludios del amor, de las pérdidas. Pero cuando llegó el momento de elegir el tema final, no encontraba un aria que funcionara. De ahí que se le ocurrió recurrir a su hija de 16 años, que según cuenta, orgulloso, respira música.

“Francisca es una música fabulosa. Compuso algo que es hermoso, porque visto desde su juventud le da cierta esperanza a la obra. A pesar de la angustia que produce el final, genera optimismo, y creo que tiene que ver con la música que ella compuso. Es muy sensible”.

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Gran puesta. Martín Suárez y Elvira Bo, “refugiados”, mientras llueve en escena literalmen­te durante toda la obra.

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