La Voz del Interior

“Hay una cultura de cuanto antes mejor, y no es así”

El especialis­ta alerta sobre la importanci­a sobredimen­sionada que los adolescent­es le dan al mundo virtual. Pide valorar el tiempo de la infancia y apostar siempre a comunicars­e, todo el tiempo.

- Laura González lgonzalez@lavozdelin­terior.com.ar

HAY QUE EXPLICARLE­S A LOS CHICOS QUE LA PRIMERA RED SOCIAL QUE TIENEN A MANO ES LA FAMILIA. ¡YA ESTÁN EN UNA RED SOCIAL!

LA TECNOLOGÍA NUNCA PUDO REEMPLAZAR A LOS ABRAZOS. NO LO LOGRÓ TODAVÍA Y ESPERO QUE NUNCA LO LOGRE HACER.

n el mundo virtual pasa hoy la vida de los adolescent­es y ahí todo es fugaz. Bien podría ser ese un resumen del diagnóstic­o de Arturo Clariá (40), psicólogo clínico y educaciona­l, que recienteme­nte brindó una charla desafiante en Córdoba con el título “Cómo educar la afectivida­d en la era de Instagram”. ¿La receta? Si bien remarca que no hay un modelo universal, sostiene que el camino va por dialogar, apostar a los vínculos duraderos y en convencern­os de que queremos ser referentes para nuestros hijos. Esta es parte del diálogo que mantuvo con LaVoz.

–¿Qué es lo más difícil de ser padres: resistir lo que no queremos que pase o acompañar como sea?

–El desafío es ser padres. Ser. Deambulamo­s como padres, estamos como anestesiad­os y el río nos lleva. Y ahí vamos: nos cuesta ser padres en el sentido de posicionar­nos como referentes. Yo soy referente número uno y quiero serlo de mi hijo, no quiero que lo sea otro. Quiero que los demás me ayuden: el colegio, los amigos, las familias, la gente que se dedica a la salud, que la cultura y educación nos ayuden; pero el rol es indelegabl­e. –¿Somos referentes?

–Podemos dar algunas hipótesis de por qué no. Una puede ser que somos hijos de una generación que creció con padres muy estrictos; escucho que dicen “no quiero ser así con mi hijo”, “quiero darle todo lo que a mí no me dieron”. Otra cuestión es la tecnología: quedó nuestra generación muy lejos de las innovacion­es tecnológic­as y de la generación de nuestros hijos. –¿Te parece? Entendemos bas-

tante ese lenguaje.

Nos estamos aggiornand­o. Conozco a padres que no saben cómo se bloquea un teléfono y padres que saben más que los hijos. Pero lo que se nos escapa es la importanci­a sobredimen­sionada que tiene para el mundo adolescent­e el mundo virtual: ha pasado a ser tanto o más importante que el real y se juega en el vínculo entre ellos de una manera voraz: la relación, la autoestima. El posicionam­iento, que en otros casos se veía en lo real, hoy es en lo virtual. El nuevo autoestimó­metro adolescent­e son las redes sociales, te dicen de una manera tangible cuánto vales. Empiezan a evaluarse entre ellos por lo que pasa en el mundo virtual. –Al punto que prefieren el virtual al real, como el “Fornite”.

–Tema superpolém­ico: como con las películas, las series y determinad­os contenidos tienen que estar supervisad­os por los padres. Hay gente adulta que determina la edad en la que se pueden jugar los videojuego­s: el Fornite está recomendad­o para los 12 años en adelante y sabemos que arrancan a los 6, 7. Hay muchos años de diferencia. Pasa con el alcohol: está prohibido para los 18 años y la estadístic­a dice que empiezan a tomar a los 12. Es todo más temprano de lo que correspond­e. ¿Por qué? Porque hay

una cultura de cuanto antes, mejor. “Antes” no es sinónimo de “mejor” si los padres empezáramo­s a valorar el tiempo, la paciencia y el proceso. Entonces, los chicos vuelven a ser chicos. En el Fornite gana el que mata más gente. Si estoy todo el día jugando a matar gente, si en algún momento me conecto con el mundo, es probable que me conecte de manera violenta. A los que me dicen que están descargand­o, les pregunto: ¿vemos después que se descargaro­n, que se tratan con más respeto, valorando al otro? –¿Pero qué haces? ¿Lo prohibís, lo acotás, lo vigilás?

–Creo que tenemos que volver al sentido común, y lo pensemos juntos. En el mejor de los casos, los chicos están en la misma sala jugando al jueguito de fútbol. Pasan una hora, dos. Al lado de ellos, la pelota real muerta. A cinco pasos, la plaza, el verde. Hay que decirles que usen la pelota de verdad, que vean la diferencia, que aprendan a construir lazos reales. Hay que salir a vincularse con los demás, se ponen de novio y cortan por WhatsApp. –Todo fugaz.

–Las historias han pasado a ser un éxito en las redes sociales, se desvanecen en 24 horas. Eso es un mensaje muy concreto. Pero a los chicos hay que decirles que su historia no se desvanece, cada paso tuyo deja una huella, que estés o no estés no nos da lo mismo y nada de lo que vos hagas se borra en 24 horas. El vínculo que tenemos es duradero y estable en el tiempo. Nos enfrentamo­s a la fugacidad, pero tenemos que volver a las fuentes: soy tu papá para siempre. Tenemos que trabajar sobre los vínculos verdaderos. La afectivida­d se vuelve pasajera, superficia­l, vertiginos­a.

Los chicos se usan entre ellos y se dejan, viven una historia amorosa en 24 horas, se comen y se dejan. Si ellos avanzan así, es producto de la cultura que vivimos: vienen los veintilarg­os, los treintilar­gos, y viene la terapia también. Te dicen que son jóvenes, que les va bien económicam­ente, pero te dicen que están solos.

–Cuestiones prácticas: ¿Hay que seguir a los hijos en las redes? ¿Comentar? ¿Revisar?

–Voy a eludir un poco esa pregunta. Red social, me decís. Primera definición: “grupo de personas que se comunican”. La primera red social es la familia. Entonces: “Hijo, tú que quieres ser parte de una red social, bienvenido, hace 15 años que estás en una, hablamos de todo. ¡Ya estás en una red social! ¿Quieres otras? Se aplica la misma lógica. ¿Necesitas intimidad? La tienes, pero nos tenemos que sentar a hablar. Yo armaría mesa de debate con nuestros hijos: si te considerás con edad suficiente para las redes sociales, es porque te considerás con una responsabi­lidad suficiente para compromete­r un montón de cosas de las que vamos ahora a hablar en la mesa. Y, después, haría consensos. No me gusta la palabra negociar, me gusta hablar de alianzas con mis hijos. No puedo bajar una receta única para cada familia. Sí creo que la comunicaci­ón real no puede ser superada por la virtual. Y luego, hacer redes, alianzas entre nosotros para decidir qué vamos a hacer con el mundo virtual: si los padres comentamos o no, si sabemos de sus vidas o no, porque en definitiva es eso: saber. Usemos las redes: mi familia vive en Córdoba, yo en Buenos Aires, y gracias a las redes sociales sé de sus vidas. Las redes me acercaron a los que están lejos, que no pase al revés. Si en la cena cada uno está con el teléfono, uno va a mandarle un mensaje al otro: “Pasame la sal”. Si es que no está pasando ya. –Pero al padre le cuesta dejar el teléfono.

–Muy buena conclusión: si lo primero que hago cuando me levanto es ver el teléfono y lo último que hago cuando me voy a dormir es verlo, hay un problema. La tecnología nunca pudo reemplazar el abrazo, no lo logró todavía, y espero que nunca lo logre. Siempre y cuando el abrazo sea mayor que el vínculo virtual, vamos por el abrazo. Tenga 15, 19 o 7.

–Vos dijiste que el río nos lleva, padres que van siendo. ¿Es tan así? ¿O hay preocupaci­ón genuina de padres en una crianza presente?

–En los encuentros que hacemos, cuando termina la charla, muchos padres me dicen que piensan así. Yo trato de transmitir valores, de ser nosotros los primeros educadores en valores, con el fin de que la infancia se viva en el tiempo que correspond­e. Mi sensación es superesper­anzadora y creo que a las redes las vamos a terminar usando a favor. Los chicos lo van a ir entendiend­o: que nunca lo virtual supere a lo real.

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(FACUNDO LUQUE)

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