La Voz del Interior

Aquella democracia de la primavera

- Alejandro Mareco Albures argentinos

En la noche profunda de aquel 30 de octubre de 1983, cuando ya era la madrugada del lunes 31, llovía sobre Córdoba. Pero tanto los ya dormidos como los insomnes sabíamos que acabábamos de vivir uno de los momentos más memorables en la vida del país y de cada uno de sus habitantes.

Fue uno de los grandes momentos del entusiasmo colectivo argentino. Y en la evocación, eso es lo que más se extraña: es de esos días que se pueden recordar gota por gota.

Emergíamos de un país amordazado, maniatado y con ríos de sangre aún retorciénd­ose en las grietas de las tinieblas. Nunca antes una dictadura militar había sido tan omnipotent­e: era capaz de torturar y matar en las sombras y hasta de contraer una cuantiosa y esclavizan­te deuda externa.

Entonces, la palabra democracia sonaba mágica y poderosa. No sólo en las urnas, a las que habíamos regresado después de más de 10 años, sino también en la calle, en la noche, en la vida. Andar las veredas sintiendo que era un simple y pequeño ejercicio de libertad, que no se estaba a expensas de la voluntad de los ocupantes de un patrullero, ya era todo un motivo para sentir que la primavera no era un asunto sólo de las flores y de las hormonas.

La democracia era un viejo sueño argentino que al despuntar el siglo 20 se había jugado luchas bravas. Hasta que el voto universal hizo realidad que la razón del poder fuese por fin la voluntad de las mayorías. Por eso mismo, los golpes de Estado que vinieron.

La estela vital de aquel domingo de octubre era la de la ilusión recién florecida, con la democracia como elixir para las heridas recientes y fuente abundante de ventura para el porvenir.

Pero muchas de las penas no sólo no se curaron sino que hubo muchas que se agravaron. Pronto entendimos que la dictadura no se había esfumado sin rastros. Que la deuda externa sería por 20 años una soga en el cuello que mantendría nuestras chances de desarrollo y de una sociedad más justa, hasta que en 2001 finalmente se produjo el gran naufragio.

Sí, bien sabemos lo que es vivir atados a tanta deuda. Además, tanto había sido lo sufrido que intentamos aferrarnos sobre todo a las libertades y a los derechos, pero la realizació­n común, la justicia social, quedaría postergada.

Lo que siguió en este siglo está más fresco en las generacion­es del presente, muchas de las que, 35 años después, no tienen recuerdos de aquella primavera.

Pero aunque las gotas de aquel interminab­le domingo se hubieran vuelto sólo el vapor de un instante florecido, siempre vale tener presente que la democracia fue durante décadas un esquivo horizonte y el desvelo de millones de argentinos a través del tiempo.

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