La Voz del Interior

El sueño del museo, aún pendiente

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Existen personas marcadas por un destino y una pasión. José María Barrale es una de ellas. Por la emoción y el entusiasmo que muestra cuando cuenta su historia se aprecia la especial relación que forjó con las maquinaria­s agrícolas. Pero su relación de amor principal es con las cosechador­as.

Todo nació, como casi siempre, en la niñez. Barrale vivía de pequeño en un campo, a 30 kilómetros de San Francisco.

“La pasión por los fierros es de toda la vida”, asegura ahora, a los 52 años. Durante mucho tiempo fue maquinista de siembras y cosechas. Cuando se retiró, se convirtió en coleccioni­sta, restaurado­r, escritor e historiado­r de estas maquinaria­s a las que llama “reinas mecánicas”. Así tituló también su primer libro.

“Me acuerdo de que en épocas de cosechas no veía la hora de que tocara el último timbre de la escuela para irme a mi casa. Agarraba el caballo y me iba al potrero donde estaban mi papá y mis dos tíos cosechando. Tiraba la cartera y el guardapolv­o para correr y subirme a la máquina. Yo enganchaba las bolsas de arpillera, mi viejo las cosía a mano y las tiraba por el tobogán”, recuerda ahora.

“Era una fiesta el campo para esa época porque había mucho trabajo. A veces, me ponía al lado de mi tío, que era el maquinista, para que me dejara manejar. Cuando me subía a upa y yo agarraba el volante era como tocar el cielo con las manos”, dice emocionado sobre el origen de su pasión

Un especialis­ta

Desde pequeño, José María se transformó en especialis­ta en maquinaria­s rurales. A partir de los 9 años recorría las ferias y muestras que hacían en pueblos y ciudades vecinas. “Visitaba cada puesto y pedía folletos”, relata. “En mi casa los estudiaba viendo las caracterís­ticas de cada una y escribía cartas a las fábricas pidiendo más informació­n sobre las líneas de producción”, agrega.

Esa actividad se transformó en un hobby para siempre. Hoy cuenta con una colección de más de 10 mil folletos con informació­n de cada modelo de cosechador­a que se fabricó en el país.

Con solo 15 años vivió una anécdota que lo marcó para siempre: “Mi padre había comprado una cosechador­a de una marca que a mí no me gustaba”, rememora. Disgustado, no se quedó con los brazos cruzados. “Fui a la casa de un amigo y escribí una carta a la empresa Araus, de Noetinger. Ellos tenían el mejor modelo para esa época y les puse que estaba interesado en comprarlo. También pregunté la fecha de entrega porque creía que con la otra íbamos a perder la cosecha de sorgo y esa pérdida era grave”, relata.

A los pocos días, el adolescent­e recibió un telegrama indicando que un vendedor lo visitaría para mostrarle productos. “Todavía me tiemblan las piernas: el tipo se asombró de que era un pibe el que había enviado la carta. Me pidió hablar con mis padres y tuve que blanquear la situación”, expone.

“Mi papá no podía creer lo que había hecho. Pero el vendedor los convenció para que vayan a la fábrica y al final volvieron con el boleto de compra de esa cosechador­a que yo quería”, relata hasta con lágrimas en los ojos. “A los pocos meses dejé de estudiar y me fui como maquinista a recorrer todo el país. Imposible que me quede en el aula si mi pasión era el

Al mismo tiempo que recolectab­a informació­n, con la que terminó escribiend­o tres libros, José María Barrale empezó a comprar cosechador­as en desuso, de diferentes épocas.

“La primera que compré para restaurar fue cuando recién nos habíamos casado con mi mujer; ella me alentó para que lo haga a pesar de que nos faltaban varias cosas en la casa”, admite.

A la colección se fueron sumando más y más unidades. Algunas ya fueron restaurada­s y otras están en proceso. Pero la gran dificultad ya es el lugar para guardarlas y para imaginar su destino final.

Según cuenta, tuvo el apoyo de un empresario de la vecina localidad santafesin­a de San Vicente, conocida como “la cuna de las cosechador­as”. “Un ingeniero de la firma Bernardín me ofreció un ala de una antigua fábrica para montar el museo”, testimonia.

Pero el sanfrancis­queño asegura que necesita recursos para ese proyecto. “Ya presenté carpetas

TIENE MÁS DE 10 MIL FOLLETOS DE MÁQUINAS RURALES ARGENTINAS Y DECENAS DE UNIDADES QUE VA RESTAURAND­O.

campo y esa máquina”, remata.

Hacer historia

José María estuvo al volante de una cosechador­a hasta 2000. Tres años después, inició otro capítulo de su obsesión: la de rescatar la historia de los fabricante­s de máquinas que fueron emblema y orgullo de la industria nacional.

“Entrevisté a 30 fabricante­s argentinos y fue increíble las historias que obtuve en ese camino. No las podía guardar para mí y decidí publicarla­s, a pesar de no tener muchos conocimien­tos”, afirma. En 2007, ese material fue recopilado en su primer libro Reinas Mecánicas, que cuenta la his- por todos lados, pero a ningún gobierno, ni municipal ni provincial, les interesa invertir en eso”, plantea.

Hace unos meses, le escribió una carta al presidente Mauricio Macri y le envió su primer libro para pedirle ayuda para ese museo. “Me llamaron de Presidenci­a diciendo que les interesaba la toria de la maquinaria agrícola en Argentina.

“Ese libro se agotó en su primera edición y fue a distintas partes del mundo, por el aporte de nuestra industria a nivel mundial en este rubro”, explica.

Eso le abrió contactos con museos y coleccioni­stas de diferentes países.

Tres años más tarde, José María publicó Los reyes del surco ,su segundo libro, y luego fue coautor de otro con autores de Alemania y Francia. “Tengo listo para editar un tercero, al que le sumé otros 29 fabricante­s nacionales, pero por cuestiones económicas aún no lo pude concretar”, afirma. propuesta y me pusieron en contacto con un legislador de Córdoba. Sigo teniendo esperanza de que nos den una oportunida­d de mostrar el trabajo que venimos realizando y rescatar, sobre todo, el esfuerzo de esa gente que hizo grande este país desde las fábricas y los campos. Sería un homenaje a todos ellos”, finaliza Barrale.

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Un destino. Barrale quiere crear un museo. Le escribió a Macri por eso.

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