La Voz del Interior

Sentir y cantar en estado de gracia

- Alejandro Mareco Crónica en penumbras amareco@lavozdelin­terior.com.ar

Es la voz de Airena Ortube, que tiene matices, colores, gracia; que puede trepar hasta alcanzar esas notas que concentran y resumen las pequeñas conmocione­s de las que se valen las canciones para tener sentido y corazón.

Es la manera en la que construye su canto, con una manera sensible que es capaz de hacer pasar lo que entona y afina por la piel de un sentimient­o íntimo. No hace mucho que su presencia deja constancia en los escenarios de la ciudad, y su camino ya marca un rumbo.

Es la guitarra de Julián Beaulieu, que se presenta en una versión algo más criolla y mínima que sus otras incursione­s, en particular con la Jam de Folklore, y entonces puede amargarse en sutileza con el fluido de Airena. Y es también su voz, que si bien cuando aparece sigue la melodía en unísono, le aporta un registro para que entre ambos logren una textura interesant­e.

El jueves estuvieron en El Vecindario, como parte del ciclo “Canciones que te vuelan la gorra”, organizado por Juan Ramia (a la gorra, claro). Cerraron así como dúo un año de siembra y cosecha, coronado con la aparición del disco Ñacu.

Cantaron temas de ese disco, con versiones de Regame, del cordobés José López; de Deseo y sol, de Fer Romero (con el autor acompañánd­olos), de Zamba de Argamonte (Leguizamón y Castilla), y algunas de Violeta Parra, entre otras

La música no es la única siembra y cosecha en la que se han embarcado juntos. En unas semanas más nacerá un niño de los dos, Eva o Milo, según qué revele la epifanía de una nueva vida. Y ese estado de gracia se parece al que derraman en las canciones.

La certeza de lo cantado

Si el ayer a veces puede parecer estar hecho sólo de días perdidos, hay noches en las que se pueden sentir los ardores de entonces, la vieja llama encendida. El viernes por la noche, también en El Vecindario, hubo otro dúo que trajo consigo otra fecundidad, la de la memoria de días bravos pero también luminosos.

El dúo Ántar, Pocho González y Oscar Motta, puso en escena algo así como una lejana y añorada medianoche en el mítico Tonos y Toneles, escenario de refugio en la dictadura y de resurrecci­ón en la democracia que vendría.

Se reunieron al cabo de toda una estación de lejana cercanía, para celebrar nada menos que 40 años desde que se echaron a cantar. Y la invocación a la vitalidad de lo pasado y a la certeza de lo cantado atrajo a numerosos compañeros de aquellas madrugadas cantoras (músicos, amigos, miembros de la cofradía desvelada).

Primero, cada uno se presentó con su propia parte acompañado por otros músicos (Gabriel González, percusión; Leo Álvarez, guitarra; Ángel Morales, teclado, y Yennie Vilte, violín).

Luego, se reunieron para andar aquellas canciones como Coplas de la libertad, Cebollita y Huevo y sueño una farolera, de Jorge Marziali (a su entrañable recuerdo, Pocho González le dedicó un conmovedor relato), y Todavía cantamos, de Víctor Heredia, que le dio título al espectácul­o.

Presente estaba entre la gente Sonia Torres, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo Córdoba y emblema de la lucha por los derechos humanos. Recibió un reconocimi­ento y ella devolvió con palabras desde su mesa rescatando el aporte de Oscar Motta en la recuperaci­ón de un nieto.

Fue una noche como aquellas, abundante en canciones y en sobremesa, aunque esta vez la emoción tenía el sabor del sentido cierto de aquello que fue vivido y fue cantado.

EN EL VECINDARIO, DOS DÚOS, EL DE AIRENA ORTUBE Y JULIÁN BEAULIEU, Y EL ÁNTAR DE POCHO GONZÁLEZ Y OSCAR MOTTA, TRAZARON DOS NOCHES INTENSAS.

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