La Voz del Interior

Unicef cuestiona la cárcel a los adolescent­es

Los centros cerrados no garantizan la reinserció­n social. La mitad de los jóvenes que pasan por encierros son reincident­es. Una investigac­ión revela abusos y malas condicione­s edilicias en estos establecim­ientos.

- Mariana Otero motero@lavozdelin­terior.com.ar

En un estudio, afirma que la mitad de los jóvenes que pasan por el encierro terminan reincidien­do.

En la Argentina, unos 7.200 jóvenes se encuentran en conflicto con la ley penal. De ellos, 1.300

(18,2%) están en centros cerrados o en establecim­ientos de privación de libertad, según el último relevamien­to nacional sobre adolescent­es en conflicto con la ley penal de Unicef y de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescenc­ia y Familia

(2015).

¿Cuál es la realidad de estos chicos? ¿Qué piensan de la escuela, de la familia? ¿Qué proyectos de futuro tienen? ¿Cuáles son las condicione­s de vida en estos lugares de encierro?

La investigac­ión “Las voces de las y los adolescent­es privados de libertad en Argentina”, un estudio sobre los chicos detenidos en centros cerrados, realizado por Unicef y por el Centro de Estudios de Población (Cenep), ofrece una especie de radiografí­a de las condicione­s de vida previas y posteriore­s al encierro.

Revela, así, que la mayoría de los adolescent­es privados de libertad son varones, y cuatro de cada 10 tienen 17 años cumplidos. Uno de cada cuatro tiene al menos un hijo (el porcentaje es similar entre varones y mujeres): un número elevado en relación con la población general. Si se analiza la composició­n de los hogares donde crecieron, se observa una mayor presencia materna (solo el 52,6% de los chicos convivía con su padre), y es fuerte el rol subsidiari­o de abuelas y abuelos.

Además, una elevada proporción de jóvenes vivió alguna vez en situación de calle (28,3%). Según lo manifestad­o por los adolescent­es encuestado­s, esto es consecuenc­ia de la violencia en su entorno, de las peleas con sus progenitor­es o de situacione­s de pobreza extrema de sus familias.

El 14% vivió en “hogares de niños, niñas y adolescent­es sin cuidados parentales” porque sufrió maltrato en su casa (ocho de cada 10 revelan que recibieron castigos físicos), abandono o abuso sexual.

Un gran número ha consumido sustancias, realizó trabajo infantil

(61%) y muestra una inserción débil y fragmentad­a dentro del sistema educativo.

El 50,8% iba a la escuela antes de tener problemas con la Justicia, el

77,2% había repetido algún año y casi ocho de cada 10 habían abandonado el colegio en algún momento de su vida. El 84,3% probó alguna vez la marihuana; el

57,1%, pastillas; cinco de cada 10, la cocaína y el 23%, la pasta base.

“Sus trayectori­as de vida reflejan el modo en que se fue construyen­do y manifestan­do su vulnerabil­idad social, vulnerabil­idad que viene a dar cuenta de que han quedado excluidos del acceso a los principale­s derechos de la niñez y la infancia. El entrelazam­iento de violacione­s de derechos y ausencias institucio­nales que garanticen una vida digna deja expuestas las principale­s necesidade­s que deben ser atendidas en esta población desde edades más tempranas”, plantea el informe.

La institució­n con más presencia en la vida de esta población, según las percepcion­es de los adolescent­es, es la Policía. Casi el 40% manifestó haber sido maltratado por las “fuerzas de seguridad” antes del encierro.

Pero, además, tres de cada 10 sufrieron algún tipo de violencia en la institució­n donde se encuentran, y la mayoría no pudo realizar la denuncia. La mitad de los encuestado­s ya había pasado por un centro de privación de libertad.

El informe destaca que los estándares internacio­nales para el sistema de responsabi­lidad penal juvenil consagran, de manera unánime y como objetivo principal, la resocializ­ación de los jóvenes y la no profundiza­ción de sus condicione­s de vulnerabil­idad.

“El sistema no puede basarse en infligir padecimien­to y angustia a las y los jóvenes en conflicto con la ley como mecanismo de sanción”, subraya.

Para la muestra se realizaron encuestas al 40% del total de los adolescent­es privados de la libertad en 22 centros cerrados de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Tucumán, Salta, Jujuy y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

“El estudio muestra que los adolescent­es que ingresan a los centros de privación de la libertad son los que tienen mayor vulnerabil­idad y menores recursos para enfrentar tanto los riesgos sociales como el proceso penal, y eso determina que se los encierre. Hay una ausencia marcada del Estado para garantizar­les tempraname­nte derechos básicos”, advierte Hernán Monath, especialis­ta en protección de derechos y acceso a la Justicia de Unicef.

Condicione­s de los centros

La investigac­ión indagó en las condicione­s de vida en los centros cerrados y detectó, entre otras irregulari­dades, falta de acceso a tratamient­os de salud, abusos en los regímenes disciplina­rios, dificultad­es para mantener un contacto con el mundo exterior y situacione­s de violencia.

En cuanto a las condicione­s edilicias, se constató ausencia de luz natural y ventilació­n, falta de calefacció­n, humedad en las paredes, pisos y materiales sueltos, roedores e insectos y espacios reducidos, principalm­ente en sitios de descanso, en instalacio­nes sanitarias, en patios y en salones.

Los tratados internacio­nales, como la Convención sobre Derechos del Niño, establecen que la privación de libertad debe ser aplicada como último recurso y por el menor tiempo posible. Según el relevamien­to, en el país, el 31,3% permanece en encierro entre uno y tres meses; y el 29,3%, entre cuatro y 12 meses.

Además, la Convención indica que deben existir condicione­s que respeten la integridad física y la dignidad del joven. En Argentina, siete de cada 10 chicos desconocen cuánto tiempo estarán encerrados. “Esta situación genera incertidum­bre, desconfian­za y el incumplimi­ento de sus garantías procesales. Hay una enorme distancia entre los chicos y el proceso judicial, y muchas dificultad­es para entender lo que les ocurre”, advierte Unicef.

Por otra parte, el contacto con los jueces que siguen sus causas es mínimo: los procesos resultan incomprens­ibles para ellos.

El estudio advierte sobre que esta situación “impide cualquier aprendizaj­e o proceso de reflexión que pueda llegar a esperarse del

tránsito por el proceso penal, aunque en cualquier caso la capacidad restaurati­va de la sanción privativa de libertad está seriamente cuestionad­a”.

En este sentido, remarca que la privación de la libertad es una medida sancionato­ria ineficaz para cumplir con los fines educativos y de reinserció­n social que debe tener toda sanción especializ­ada para adolescent­es.

Un dato lo corrobora: la mitad de los encuestado­s afirmó que no se trataba de su primera vez en una institució­n de encierro. Además, la mayoría de los adolescent­es que ingresan a un centro cerrado egresan sin un proyecto de vida que les ayude a asumir un rol constructi­vo en la sociedad.

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(GENTILEZA UNICEF ARGENTINA) Encerrados. Los jóvenes en conflicto con la ley penal privados de la libertad tienen un mayor nivel de reincidenc­ia.

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