La Voz del Interior

La amnistía de Cristina y la verdad indecible Edgardo Moreno

- Edgardo Moreno Doble tilde emoreno@lavozdelin­terior.com.ar

El peronismo ha comenzado a reunificar­se bajo la jefatura de Cristina Fernández, confiado en las encuestas que admiten la posibilida­d del regreso triunfal de esta al poder el año que viene.

Convendría entonces preguntars­e: ¿qué haría un nuevo gobierno de Cristina con los detenidos por casos de corrupción?

El kirchneris­mo ha sostenido siempre que son presos políticos: Milagro Sala, Julio De Vido, Amado Boudou, Ricardo Jaime, Lázaro Báez y otros.

El dirigente vaticano Juan Grabois se arriesgó a ponerlo en duda. Lo mandaron con modales de arrabal a quejarse en la sacristía.

¿La primera medida sería enviar al Congreso una ley de amnistía, como ocurrió en los tiempos de Héctor Cámpora? ¿Presionar con la militancia en la calle para su aprobación, y en la puerta de las cárceles para la liberación inmediata de los detenidos?

La pregunta puede sonar provocador­a y extemporán­ea. Pero no riñe con la negación sistemátic­a que el kirchneris­mo hace de los casos de corrupción ocurridos durante su gestión.

Es probable que varios de los exfunciona­rios imputados resulten sobreseído­s al finalizar los procesos judiciales en su contra. Pero también hay casos en los que hay condena firme, y pueden sobrevenir otros.

El problema es que el kirchneris­mo adoptó como política la negación generaliza­da de la corrupción detectada en sus tres gestiones nacionales.

El diario inglés The Guardian anticipó hace poco un ensayo del sociólogo Keith Kahn-Harris que se publicará este mes en Londres y que bien puede aplicarse a esclarecer este dilema. Tiene un título sugestivo: “La verdad indecible”.

Sostiene que todos estamos en negación en algún momento, porque parte del contrato social de civilidad implica encontrar formas inteligent­es de expresar nuestros sentimient­os para no invadir a los demás.

Pero el negacionis­mo es otra cosa. Es la transforma­ción de esa práctica cotidiana, acaso furtiva y rutinaria, en algo con ínfulas combativas y extraordin­arias. Tiende a crear un ambiente de resentimie­nto y sospecha. No sólo intenta rebatir hechos históricos irrefutabl­es. Agrede a los que sobrevivie­ron a sus efectos más lamentable­s.

Kahn-Harris advierte sobre que la respuesta común al negacionis­mo suelen ser investigac­iones elaboradas con argumentos, datos y refutacion­es punto por punto. No sirve de mucho. Para el negacionis­ta, el negacionis­mo es su triunfo.

Cuando se llega al núcleo de su razonamien­to, se verá que su argumento central es que “la verdad” ha sido secuestrad­a por sus enemigos. Y, por lo tanto, seguir defendiend­o lo indefendib­le es en realidad el único acto histórico heroico, digno de ser protagoniz­ado.

“El negacionis­mo es, en parte, una respuesta a la vulnerabil­idad de la negación. Estar en negación es saber en algún nivel. Ser un negacionis­ta es nunca tener que saber nada. El negacionis­mo no es una barrera para reconocer un fundamento moral común. Es una barrera para reconocer las diferencia­s morales”, dice Kahn-Harris.

Esto explica por qué, entre los críticos del kirchneris­mo, las voces más airadas sostienen –contra toda corrección política– la necesidad de mantener y profundiza­r la grieta.

En la formulació­n más habitual, suele leerse en las redes sociales que esos críticos de Cristina y sus seguidores no quieren que la grieta se cierre. Porque implicaría resignar un conjunto de fundamento­s morales para igualarlos con los de aquellos que niegan los inocultabl­es casos de corrupción de la década ganada.

Días atrás, el exjefe de Gabinete Alberto Fernández propuso que, para renovarse, el peronismo incorpore estos tres mandamient­os: no robar, no mentir, no votar en perjuicio de los pobres.

Tan contumaz ha sido la negación de la corrupción que, en su regreso al kirchneris­mo, Alberto Fernández sugiere incorporar esas novedades allí donde esplende su carencia.

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(FEDERICO LÓPEZ CLARO) Boudou. El exvicepres­idente está preso.
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