La Voz del Interior

La reciprocid­ad no es factible

- Marta Guerreño López*

La civilizaci­ón occidental reconoce la libertad de movimiento. Pero hay una contradicc­ión en la afirmación de la soberanía de los estados y los principios de los derechos humanos.

La base del derecho internacio­nal de derechos humanos, escrito y firmado por los estados, es que cada país se obliga a respetar los derechos de todas las personas bajo su jurisdicci­ón, sin importar su nacionalid­ad.

Esto significa que el comportami­ento de un país respecto de sus habitantes no cambia en modo alguno sus obligacion­es. Entiéndase que un Estado no puede torturar a extranjero­s que son de un determinad­o país porque su Estado tortura a los extranjero­s que se encuentran en su territorio.

En derechos humanos, el principio de reciprocid­ad no es aplicable. Todo funcionari­o público debería saberlo. Si no lo sabe, debería aprender. Si no está de acuerdo, podría plantear en la ONU la reforma del sistema creado después de la Segunda Guerra Mundial.

Las sociedades no están compuestas sólo por los nativos del lugar, sino por personas nacidas en diferentes lugares, y todos residen, forman familias, trabajan, estudian, pagan impuestos, consumen en igual proporción, sin importar si nacieron allí o en cualquier otro lugar.

Es casi imposible medir si los aportes son más, menos o proporcion­ales a los gastos de un ciudadano, por lo que intentar usar el principio de reciprocid­ad como herramient­a de la política es difícil y se diría hasta irresponsa­ble.

Pero sobre todo demuestra un alto nivel de ignorancia o de prejuicios, lo que es más grave en personas con responsabi­lidad social y política (senadores, ministros, diputados, etcétera), que con su discurso habilitan otros más agresivos de los ciudadanos comunes.

Si con los argumentos jurídicos no alcanza para explicar cuán difícil es la reciprocid­ad, sigo afirmando que esa propuesta es absurda, desacertad­a y errónea.

Un Estado no se puede gobernar según haga otro Estado, ya que quiebra cualquier política de población y desarrollo, rompe toda construcci­ón de una ciudadanía cohesionad­a. Da la espalda a la historia de hospitalid­ad del país, donde cualquier habitante, sin importar de dónde vino, tiene la posibilida­d de ser parte, de contribuir, de forjar su futuro y el de su familia, según lo consagra el Preámbulo de la Constituci­ón de 1853.

¿Cómo se mide la reciprocid­ad? Si un trabajador migrante beneficia a la economía argentina, pero no estudió en este país ya que vino como mano de obra calificada en una profesión o un oficio, como ocurre con los recién llegados venezolano­s y miles de horticulto­res, albañiles, niñeras, mucamas, mozos, etcétera, formados en sus países de origen pero que trabajan y contribuye­n en este, ¿entonces todos los aportes deberían ser enviados a su nación, donde se formaron?

Si piden a un inmigrante pagar sus estudios o servicios de salud, ¿sus impuestos al consumo, a la vivienda, los aportes laborales no deberían ser enviados al país del cual proviene? ¿Cómo sería esa reciprocid­ad? ¿Sólo unidirecci­onal?

Si un argentino recibe un plan de desempleo en el país donde reside y trabaja, ¿Argentina no debería implementa­r esos mismos planes para cualquier nacido de esos países? Podemos poner cientos de ejemplos, por cierto casi imposibles de llevar a la práctica.

Insistir en la reciprocid­ad sólo estigmatiz­a, genera desigualda­d, fomenta xenofobia, conflictos y enfrentami­entos sociales. Totalmente contrario a los principios básicos del Estado de derecho y la democracia.

Y, finalmente, si persisten en esa utópica reciprocid­ad, ¿por qué no se ocupan los estados de hablar con sus pares de otros países y buscan los mecanismos para concretar o proponer los argumentos del pedido?

Ningún gobernante debería pedir al ciudadano de a pie resolver conflictos que están lejos de sus posibilida­des y funciones. Estos convenios ya fueron establecid­os por reglas básicas del derecho internacio­nal, refrendada­s por los mismos estados.

No es fomentando las divisiones entre argentinos y no argentinos como se resolverán los problemas que nos aquejan, nos afectan y nos duelen a todos los que vivimos en este territorio, hayamos nacido acá o allá, sino creando políticas públicas trasparent­es junto a gobernante­s comprometi­dos con su pueblo y, sobre todo, fomentando la solidarida­d y el compromiso.

No es pidiendo reciprocid­ad a los ciudadanos no nacidos en el país como resolverem­os los problemas de nuestra gran Argentina, sino comprometi­éndonos, trabajando y participan­do en la construcci­ón colectiva responsabl­e y solidaria, y, como dijo Victor Hugo: “Ser bueno es fácil; lo difícil es ser justo”.

* Titular de la Red Nacional de Líderes Migrantes

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(LA VOZ) Miguel Pichetto. El senador insiste en la reciprocid­ad.
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