La Voz del Interior

Todos perdemos con el fracaso escolar Mariana Otero

- Mariana Otero motero@lavozdelin­terior.com.ar

Los índices de repitencia, de sobreedad, de deserción y de exclusión son indicadore­s clave para determinar el fracaso escolar. Por ese motivo, cada 12 meses contamos la cantidad de alumnos que no adquieren las competenci­as mínimas necesarias para avanzar en un nivel educativo. Lo hacemos como un ejercicio que nos permite tener una mirada global del sistema.

Un año son más, un año son menos. Pero, siempre, y desde hace décadas, son miles los que no llegan a la meta. Hacemos diagnóstic­os, planteamos proyectos, ideamos reformas, pero los resultados positivos tardan demasiado en llegar.

Así, justificam­os algunas derrotas al plantear el vertiginos­o cambio de época, el camino dispar de alumnos y docentes y la falta de estrategia­s apropiadas para lograr buenos resultados. ¿De quién es el fracaso?

Podríamos simplifica­rlo y asegurar, con mínimo margen de error, que el fracaso escolar es responsabi­lidad de muchos y es un problema de todos. Las desigualda­des sociales hacen que miles de alumnos arranquen con desventaja o demasiado lejos de una imaginaria línea de partida.

Son demasiados los niños que llegan a la escuela con un pobre capital cultural y con necesidade­s básicas por satisfacer que dificultan el aprendizaj­e.

Las evaluacion­es nacionales e internacio­nales que se realizan periódicam­ente a los estudiante­s revelan que existe una evidente correlació­n entre el capital cultural de la familia y la posibilida­d de un desarrollo escolar exitoso. En las estatales, a las que asisten alumnos de sectores más desfavorec­idos, “el efecto escuela” es central. Esto significa que la escuela debe compensar las posibilida­des que no tuvo el niño o el joven en su hogar.

En las márgenes de la ciudad de Córdoba, hay ejemplos de docentes que ponen el cuerpo a su trabajo colocando en el centro a los estudiante­s y a sus aprendizaj­es y logran torcer destinos que parecen marcados al nacer.

Estos esfuerzos individual­es, valiosos y fundamenta­les, son insuficien­tes si no hay políticas públicas integrales que mejoren la calidad de vida de la infancia y que sostengan a los chicos en las aulas.

El fracaso de unos es el fracaso de muchos, y la sociedad, en consecuenc­ia, se empobrece. Por eso parece cada vez más urgente insistir en la mirada colectiva del fracaso escolar, porque sin educación, sin aprendizaj­es ni saberes se corre el riesgo de que los jóvenes no se integren socialment­e, consigan trabajos indignos y se desentiend­an de la vida política. Ahí, sí, todos perdemos.

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