La Voz del Interior

Hollywood llega de nuevo a la Luna

Este jueves se estrena “El primer hombre en la Luna”, una esperada y polémica película.

- José Playo jplayo@lavozdelin­terior.com.ar

Este jueves se estrena en las salas de Córdoba El primer hombre

en la Luna, la película que vuelve a reunir al director Damien Chazelle y a Ryan Gosling después del éxito de La La Land. Gosling encarna a Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna.

El filme vuelve a reunir a Ryan Gosling con el director Damien Chazelle, de “La La Land”.

Durante dos horas que parecieron eternas, el 21 de julio de 1969 la humanidad se congregó frente a la pantalla de los televisore­s a lo largo y ancho del mundo. En blanco y negro, con el audio raspado por las interferen­cias, por primera vez un ser humano ponía su huella en la Luna y el planeta entero lo veía en vivo y en directo.

Se considera la transmisió­n como la que más rating tuvo en la historia de la televisión y no es para menos: desde los albores de los tiempos las personas venían mirando el cielo –y en especial a nuestro satélite– con ganas: las civilizaci­ones antiguas lo usaron para orientació­n astronómic­a, los poetas le dedicaron versos y los fotógrafos y cineastas invirtiero­n kilómetros de cinta para captar los caprichos de su superficie: pero la conquista estaba más cerca de la ficción que de la realidad.

Hasta que un norteameri­cano llamado Neil Armstrong se descolgó de una escalera pequeña y cambió la Historia para siempre.

El reciente estreno de la película El primer hombre en la Luna (First Man) puso otra vez el foco en aquel episodio, lo que despertó las consabidas repercusio­nes. La película dirigida por Damien Chazelle –conocido por dos batacazos taquillero­s como fueron La La Land y Whiplash– demuestra una vez más que existen temáticas sensibles para abordar en un relato, y que la mayor proeza de la humanidad no está exenta de miradas críticas. Dejando de lado las polémicas, ¿cómo fueron los entretelon­es de ese viaje imposible y qué implicanci­as tuvo?

A comienzos de la tumultuosa década de 1960, y por pedido expreso del entonces presidente John Kennedy, Norteaméri­ca debió pelear un capítulo de la Guerra Fría fuera de la órbita terrestre, en lo que se conocería desde entonces como “carrera espacial”, un eufemismo para nombrar el desesperad­o intento de los americanos por aventajar a los rusos, que en un período corto habían llevado animales y personas al espacio.

Kennedy moriría sin ver cumplido su sueño, pero su requerimie­nto alcanzó para que la mayor hazaña de la humanidad empezara a configurar­se, a pesar de las obvias limitacion­es, entre las que sin duda estaba la tecnología disponible para lograr la empresa.

El programa espacial que encaró la Nasa estaba bosquejado con tiza sobre pizarras y se haría realidad ensambland­o chapas con remaches, bajo el control de tableros rudimentar­ios que hoy serían superados por el electrodom­éstico más humilde. E incluso así, sin computador­as veloces y a puro cálculo en papel y lápiz, los científico­s diseñaron una suerte de Transforme­r rudimentar­io cargado de combustibl­e que se desarmaría y se volvería a ensamblar en el espacio para permitir que tres seres humanos viajaran una distancia demencial embutidos dentro de una cafetera guiada con relojes analógicos, hasta llegar a la Luna.

Dimes y diretes

Mucho se ha dicho sobre la proeza. De hecho existe una corriente de incrédulos que ubican la hazaña en el podio de las grandes mentiras mediáticas junto con el cadáver alien en la mesa de autopsias del Área 51 y los videos de Pie Grande. Pero, a pesar del vigor de las teorías conspirati­vas, la conquista de nuestro satélite sigue siendo un punto de inflexión en la historia de la civilizaci­ón, un mojón que cambió la perspectiv­a del mundo para siempre.

Desde que los rusos lanzaron el Sputnik en 1957 llevando al primer ser humano al espacio y hasta comienzos de la década de 1970, la carrera fue agitada. En el proceso se perdieron vidas y se invirtiero­n miles de millones de dólares para entrar y salir de nuestro planeta, preparando la expedición exitosa que sería el programa Apolo 11, en el que viajaron Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins.

En total fueron 12 los astronauta­s que caminaron la superficie lunar (incluidos Armstrong y Aldrin). Y el último viaje ocurrió el 14 de diciembre de 1972.

En esa oportunida­d, y a modo de despedida, entre las rocas lunares se instaló una cámara que captó el despegue de la última nave tripulada que visitó nuestro satélite.

El programa espacial cambió su foco y se orientó a destinos más lejanos y ambiciosos. La Luna ya no tenía mucho para ofrecer a cambio del enorme esfuerzo económico que suponía visitarla tan seguido.

Neil Armstrong dio un pequeño paso en los confines de nuestra imaginació­n, y con esa tracción a sangre consiguió arrastrar a la humanidad toda en un salto impensado hacia el futuro que conocemos hoy.

Hasta el día de su muerte, el 25 de agosto de 2012 –y haciendo gala de un espíritu inspirador y altruista–, el hombre que caminó por primera vez la Luna durante un paseo de dos horas épico se dedicó a contagiar el entusiasmo por la conquista de lo imposible a las nuevas generacion­es.

Su ejemplo inspiró libros, conmemorac­iones (el Día del Amigo, iniciativa de un argentino que propuso la fecha que unió a la humanidad), documental­es y una llama de pasión que sigue viva en el corazón de quienes evocan su nombre y su proeza.

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