El americano discreto
La última película del director Damien Chazelle trajo polémica. Protagonizada por Ryan Gosling en el papel de Neil Armstrong, El primer hombre en la Luna (First Man) narra la aventura inusual del primer astronauta en pisar la superficie lunar.
Pero no fue hasta su estreno en algunos festivales cuando comenzó a circular la noticia: el filme omitía la escena más emblemática para los norteamericanos, el momento en el que Armstrong planta la bandera de conquista.
El primer hombre en la Luna es ante todo un drama personal, y está basada en una biografía escrita por James R. Hansen, que hace foco ya no en la proeza aeroespacial, sino en el hombre dentro del traje, y en las circunstancias que hicieron que aquel piloto calificado y valiente se convirtiera en un héroe silencioso para toda la humanidad.
El viaje espacial es parte de la trama, y es el motor de las motivaciones de muchos personajes dentro del relato, pero no es la esencia. La película está bastante alejada de las convenciones de un relato vertiginoso, como hacen suponer los condicionamientos impuestos por una industria que busca dar sacudones visuales y que suele poner el acento en los efectos especiales y en la espectacularidad del relato. El primer hombre en la Luna es una película sencilla que explora los rasgos de Armstrong como hombre.
El relato comienza con el fallecimiento de la hija menor del astronauta a raíz de una enfermedad y permite que nos aproximemos a su costado humano para entender cómo ese hecho templó su carácter.
A partir de ahí, el espectador se ve convidado –en asiento preferencial– con una travesía que comienza cuando Armstrong pasa del programa Gemini (precursor de las misiones Apolo) hasta el vuelo que finalmente llegaría a la Luna.
El primer hombre en la Luna se corre del lugar de una película de acción para abonar el concepto que más difundió el propio Neil Armstrong: la llegada a la Luna no es un logro de los norteamericanos exclusivamente, sino una conquista de la humanidad.