La Voz del Interior

Con las garras del delito acechando

- Claudio Gleser Código rojo cgleser@lavozdelin­terior.com.ar

Es como en una montaña rusa donde el carrito sube lentamente para luego acelerar y emprender el vertiginos­o descenso. Sólo que aquí no hay diversión ni adrenalina de la buena.

2018 se prepara para recorrer su tramo final tan mal como comenzó en materia de (in) seguridad: estamos frente a una ola delictiva en la provincia de Córdoba, principalm­ente en Capital, que nos rodea de graves episodios, sobre todo en las calles. Parece mentira, pero hubo una vez que las calles eran nuestras.

Hace unas horas, un violento episodio delictivo terminó con un sospechoso de robo abatido de un balazo policial en la cabeza, efectuado desde atrás. Pasó en barrio Obispo Angelelli II, al sur de la Capital. Pero podría haber sucedido en cualquier punto.

La Policía insiste en que Marcos Soria (33) era uno de los delincuent­es que asaltó a un vecino en una parada de colectivo y que luego resistió su detención a los tiros. Organizaci­ones sociales niegan que Soria haya sido un ladrón, remarcan que era un laburante y que estamos ante un caso de “gatillo fácil”.

La Justicia valida la hipótesis del asalto y, por ahora, entiende que la Policía actuó legalmente.

Este caso en investigac­ión, que por cierto dio pie a que algunas personas salieran a festejar la muerte como un gol, viene a enrostrarn­os una realidad criminal que sigue metiendo miedo. No transitamo­s aún la parte final del año y la insegurida­d en Córdoba ya se cobró la vida de una veintena de inocentes en asaltos, al tiempo que ya hubo un uniformado muerto en un enfrentami­ento y ocho sospechoso­s de robo abatidos a balazos. La mayoría, desde atrás.

2018 termina tan mal como arrancó. Cómo olvidar el golpe comando en el edificio de Nueva Córdoba, que concluyó con dos delincuent­es abatidos y un policía ejecutado a tiros.

Esta maldita realidad no nos cayó del cielo. La supimos aceptar, validar y mantener. Fue alimentada durante años por políticas económico-sociales con escasa apuesta por la educación, que nunca dejaron de hundirnos.

Ahora, padecemos los resultados de tanta desidia con una espiral de violencia y criminalid­ad que desangra y destruye familias. Pasa en el país, pasa en Córdoba.

Si bien es cierto que en el mapa argentino Córdoba está abajo en el ítem asesinatos, quedó bien arriba (quinto lugar) en el de robos, según el Ministerio de Seguridad de la Nación. La tasa de denuncias da cuenta de 2.890 delitos contra la propiedad cada 100 mil habitantes, en 2017.

La insegurida­d no es cuento en Córdoba. Quien no la sufrió conoce a alguien que sí. Y la calle sigue siendo el peor lugar.

Si no, hablemos con el remisero que, días atrás, terminó tajeado durante un robo en el Tropezón; o con el malabarist­a que fue apuñalado en una esquina; o con la estudiante baleada mientras esperaba el colectivo; o con la repartidor­a de pizzas que terminó magullada al ser empujada de su bicicleta, o con el albañil herido de un tiro cuando iba en moto... Casos en un puñado de horas.

El vecino aprendió a vivir y a sobrevivir con ese delito que acecha en cualquier lado y momento, y a arreglárse­las como puede ante una Policía que sigue sin verse como se promete. Y que, cuando se la ve, ya es tarde.

Algunos, en este cuadro, siguen optando por armarse como si fuera la solución. Ahora bien, el que tiró y mató sigue tanto o más aterrado. El que no lo hizo aún corre riesgo de excederse e ir preso, ultimar a un inocente o, no menos peor, causar un drama hogareño. La semana pasada, un chico murió mientras jugaba con la escopeta de su papá.

2018 entra en su tramo final y el pronóstico no parece el mejor. Gobierno y Policía están preocupado­s. De sobra sabemos, por los últimos años, la forma en que parecen dispararse la violencia y la criminalid­ad en tiempo estival.

Lo peor es que muchos insisten en la “mano dura”, como si esa política, que da luz verde a toda clase de abusos, alguna vez hubiera servido.

EL VECINO APRENDIÓ A VIVIR Y A SOBREVIVIR CON ESE DELITO QUE ACECHA EN CUALQUIER LADO, Y A ARREGLÁRSE­LAS COMO PUEDE, ANTE UNA POLICÍA QUE NO SE VE COMO SE PROMETE.

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(NICOLÁS BRAVO / ARCHIVO)
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