La Voz del Interior

Derechos, no ideología

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El presidente de Chile, Sebastián Piñera, promulgó la ley que consagra el derecho a la libertad de género. Cualquier persona mayor de 14 años podrá ahora cambiar de nombre y de sexo.

Esta ley tuvo su origen en una moción parlamenta­ria presentada hace más de cinco años. De modo que su largo tratamient­o atravesó el anterior gobierno de Piñera y el segundo de Bachelet.

Como se sabe, Piñera encabeza una alianza de centrodere­cha y Bachelet se ubica en la centroizqu­ierda. Esto demuestra, si hace falta, por un lado, que los derechos civiles no son propiedad exclusiva de una ideología particular; y por otro, que entre bloques políticos de ideologías opuestas puede alcanzarse el consenso necesario para legislar a favor de la sociedad en su conjunto.

Una vez que la ley sea reglamenta­da, toda persona mayor de 14 años, cuya identidad de género no coincida con su nombre y su sexo, tendrá derecho a solicitar su reinscripc­ión en el registro civil y obtener los documentos correspond­ientes.

La modificaci­ón de su apariencia o función corporal es optativa, no obligatori­a. Las personas que se amparen en la nueva ley contarán con el beneficio de la confidenci­alidad de sus datos y no podrán ser discrimina­das ni patologiza­das por ningún motivo inherente a su cambio de identidad.

Para los menores de 14 años, la ley crea equipos multidisci­plinarios para el asesoramie­nto biopsicoso­cial de las familias que lo soliciten, en el ámbito de dos ministerio­s: Desarrollo Social y Salud.

Para anunciar la promulgaci­ón de la ley, Piñera desayunó con dos jóvenes transgéner­o y sus respectiva­s familias. “Todas las personas somos iguales en dignidad, en derechos, en deberes”, dijo el presidente de Chile.

Ante las críticas que recibió de parte de parlamenta­rios oficialist­as que se opusieron a la medida, agregó: “Estoy perfectame­nte consciente de que hay opiniones diversas, que a veces se enfrentan en forma demasiado tajante, pero un presidente de la República tiene que hacer lo que cree que es bueno para la sociedad y, sobre todo, interpreta­r de buena fe la Constituci­ón”.

Esto último se vincula con una particular­idad del andamiaje institucio­nal chileno: toda ley, entre su aprobación legislativ­a y su correspond­iente promulgaci­ón, tiene que superar el control preventivo de constituci­onalidad que realiza el Tribunal Constituci­onal (TC). En otras palabras, el presidente recién actúa tras las aprobacion­es del Congreso y del TC. Si la primera asegura el acuerdo político, la segunda garantiza el sustento jurídico.

Una vez más, la política de los consensos demuestra ser la mejor opción, en el marco de una democracia deliberati­va, para asegurar el bienestar de la sociedad.

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