La Voz del Interior

Los neofascism­os y los falsos progresism­os

- Juan Carlos Vega*

El siglo 21 está cruzado por este debate. Lula da Silva, condenado; Cristina Fernández, procesada múltiple; Rafael Correa, con orden de captura internacio­nal; Pedro Kuczynski, obligado a renunciar. Venezuela y Nicaragua, en estado de guerra interna, son ejemplos de un mismo modelo que ha fracasado.

El falso progresism­o se define por un doble discurso. Por un lado, políticas de defensa de derechos humanos, de género, de igualdad social; por otro lado, acciones gubernamen­tales de obscena corrupción.

Y debe saberse que la corrupción es incompatib­le con los derechos humanos. Que no existe ninguna posibilida­d técnica de lograr igualdad social o justicia distributi­va en contexto de alta corrupción.

Basta ver los índices de Gini de Argentina y Brasil posteriore­s a la llamada “década progresist­a”, que muestran la más injusta distribuci­ón del ingreso.

La resolución 1/18 de Bogotá, de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos, declaró que la lucha contra la corrupción es prioridad en la agenda de derechos humanos de las Américas.

En la Argentina, el 82% de la sociedad tiene escasa, baja o nula confianza en la Justicia. Y esa desconfian­za social está causada por la impunidad de la corrupción.

En el falso progresism­o, se utilizan políticame­nte nobles consignas para descalific­ar y condenar al adversario político. Esto sucedió en la Argentina de la última década con los derechos humanos. De allí viene su hoy debilitada credibilid­ad.

El neofascism­o

El neofascism­o, por su parte, defiende valores como la nacionalid­ad, la seguridad ciudadana y la mano dura contra el delito. Es una posición política que parte del desencanto de una sociedad con la democracia y, sobre todo, con el elitismo de una clase política anclada en el ejercicio del poder.

Al neofascism­o no le molesta tanto la corrupción sino el hecho de que sean los poderosos de siempre los que se benefician con ella.

En el fondo del neofascism­o, están la homofobia, la xenofobia y el antisemiti­smo.

Jair Bolsonaro representa y expresa un orden conservado­r y autoritari­o que aparece en Brasil como reacción y respuesta a los fracasos del falso progresism­o.

El riesgo en Argentina

Entre Brasil y Argentina existen muchas similitude­s. Una historia compartida, una vecindad, economías complement­arias y, sobre todo, un respeto cordial entre los pueblos.

Hoy estamos sometidos al mismo espanto de una altísima corrupción en los dos modelos de poder “progresist­as”.

La impunidad de la corrupción de la clase política, de la clase empresaria­l y de la clase sindical fue la causa principal del éxito de Bolsonaro en Brasil.

En Argentina, existe un cortafuego social, que es el peronismo, con su capacidad histórica para absorber todos los reclamos sociales.

Esto no es necesariam­ente bueno, porque si el peronismo llega a traducir y a encarnar a un neofascism­o al estilo Bolsonaro, estaremos los argentinos de nuevo atrasando la historia.

Giuseppe di Lampedusa, en El Gatopardo, define la peor situación en que puede estar una sociedad. “Que algo cambie para que todo siga igual”. Ese es el mensaje que el príncipe Fabrizio le da a su sobrino Tancredi.

El debate maduro en la Argentina de 2018 pasa por cambiar o no cambiar una estructura de poder que, hay que reconocer, comprende cuatro subsistema­s: el económico, el político, el sindical y el judicial.

Es un único modelo de poder que integra de modo armónico cuatro sistemas. Y ese único modelo está basado en la impunidad de la corrupción. Este debe ser el eje del debate argentino y no el simplismo de Mauricio Macri versus Cristina Fernández.

El neofascism­o y el falso progresism­o siempre se terminan igualando.

Porque tienen un común denominado­r. Julio Cortázar, en la revista Crisis, durante la década de 1970, definía al fascismo como “prepotenci­a, soberbia e intoleranc­ia”.

Por eso en nuestros países, en el siglo 21, el verdadero debate no pasa por izquierdas y derechas tradiciona­les sino por la voluntad y capacidad de cambiar un modelo de poder basado en la corrupción. La lucha contra el neoliberal­ismo se debe dar en simultáneo con una lucha contra la corrupción.

Los argentinos estamos enfrentado­s hoy a una muy triste y decadente opción: por un lado, ladrones que justifican sus robos por su lucha contra el neoliberal­ismo; por otro lado, neoliberal­es que justifican su incompeten­cia y soberbia por su lucha contra los ladrones.

DEBE SABERSE QUE LA CORRUPCIÓN ES INCOMPATIB­LE CON LOS DERECHOS HUMANOS.

EL NEOFASCISM­O Y EL FALSO PROGRESISM­O SIEMPRE SE TERMINAN IGUALANDO.

* Expresiden­te de la Comisión de Legislació­n Penal de Diputados

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(AP) Jair Bolsonaro. Una amenaza para la región.
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