La Voz del Interior

River y Boca, la maldición argentina

- Alejandro Mareco Albures argentinos

El colectivo de Boca marchaba por Avenida del Libertador y unas cuadras antes de llegar a la esquina de Monroe, ya podía verse la amenaza.

Para muchos de los que volvieron a repasar la cinta de los incidentes como si se tratara de la que grabó Zapruder en Dallas, el día que mataron a John Kennedy, allí estaban esperando los últimos 70 años, el populismo, “el país dañado”, la maldición argentina, la violencia y la intoleranc­ia que nos define, la prueba de nuestro fracaso como sociedad…

Pero no: eran hinchas de River. Tal vez un par de centenares, sí, pero sólo hinchas de River, acaso ni siquiera algunos barrabrava­s. El colectivo ya estaba casi sobre el estadio Monumental, y lo que se necesitaba era un vallado que alejara a la gente unos metros.

Es decir, se trataba de una medida de seguridad esperable, aun en partidos más ordinarios; tan simple y obvia que su ausencia, difícil de creer, provocó la renuncia del ministro de Seguridad de la Ciudad de Buenos Aires. La falla hasta hizo mascullar teorías de “zona liberada” o, por el contrario, se pretendió explicarlo como una reacción por el allanamien­to a un barrabrava de River.

Entonces, el colectivo quedó a tiro de piedras y de botellas de los desbordado­s por la versión retorcida de la pasión futbolera. Las pequeñas identidade­s colectivas que representa­n las hinchadas han sido alentadas en su sinrazón por mucho tiempo, mientras se alimentan de la desventura social. Pasa en muchos otros países también, pero en el nuestro el fútbol alcanza una intensidad especial, como que tenemos un presidente que construyó su carrera política a través de él.

Consumado el ataque a los jugadores de Boca, vino el manoseo, la frustració­n, la indignació­n, la desorienta­ción, real o fingida. Y, con todo eso, la vieja cantinela: “El problema de Argentina son los argentinos”.

“No somos capaces de organizar un partido de fútbol como este”, nos decimos en el espejo maldito, aunque dos semanas antes, la misma final, primera parte, se había jugado en cancha de Boca sin problemas.

Y cuando no les ponemos vallas ni a los hinchas exaltados ni a nuestra propia desestimac­ión, nos pegan el manotazo.

Esta vez lo hizo la Conmebol, que sin amor propio sudamerica­no y ante la insignific­ancia de la dirigencia del fútbol argentino, más la falta de reacción política, le vendió la final al mejor postor. Así, la Copa Libertador­es de América se decidirá en la tierra de los conquistad­ores: la frase, aunque pueda parecer sobreactua­da, sirve como metáfora de la derrota.

Al clásico River-Boca, leyenda mundial y una de las joyas de la cultural popular argentina, lo entregamos para que lo disfruten y lo aprovechen otros.

Cosas así nos suelen pasar cada vez que nos derrumbamo­s, incluso nos regodeamos, en nuestra escasa valoración, tantas veces inducida. Esa es la verdadera maldición argentina.

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