La Voz del Interior

“El pudor es fuente de escritura”

El escritor acaba de publicar “Tren”, un libro que reúne crónicas, microrrela­tos, recuerdos familiares, fragmentos de diarios y escenas de amores fugaces.

- Demian Orosz dorosz@lavozdelin­terior.com.ar

Una noche de esas en las que se puede caer en un hueco de pesadillas o soñar con amores truncos, Roberto Videla se desveló y le encontró la vuelta al desafío de engarzar una serie de escritos con tonalidade­s diversas, una miscelánea extraña que no lograba articular de manera satisfacto­ria.

“Tenía ante mí como una masa informe, a la que no le encontraba la forma y tampoco el modo de encararla, de sobarla, de darle el calor y el empuje necesarios y precisos”, cuenta. Y precisa: “Sabía que en algún lugar estaba el filón, como en el episodio de Tom Waits de la película La balada de Buster Scruggs. El filón para mí, el mío, la veta de oro”.

Supo de repente que tenía que enhebrar ese “despelote de crónicas y diarios y recuerdos como si fueran vagones de un tren largo, con arranque, locomotora, humo, compartimi­entos, estaciones, pai- sajes”. Así surgió Tren, el nuevo libro del director de teatro, actor, dramaturgo y escritor. La noche en vela le reveló también que debía separar los vagones por temáticas: “El cine, la acción, la vida, la muerte de los seres queridos, la familia y el duelo, la política o la historia; luego otro vagón de miradas sobre el correr de los días, otro sobre la locura, luego volver a una serie de trenes sexies y de amores posibles/imposibles y finalmente cerrar con un vagón de coincidenc­ias que viví de forma violenta y sorprenden­te”.

El conjunto hace convivir crónicas, microrrela­tos, recuerdos de viajes, escenas de películas y pasajes de libros leídos tramados en una historia personal. También están, en ráfagas narrativas de una sensualida­d asombrosa, los cuerpos que apenas se rozan o que se pierden en la noche.

Lo que pone en marcha la escritura de Videla en un deseo inaudiduel­os to, un ansia vibrante de experienci­a y una disposició­n a dejarse conmover. A moverse con otros.

Cosas de la vida –Sigue muy presente en tu escritura la imagen de tu mamá, a la que le dedicaste el libro “Perla”. ¿Cómo te relacionás con ese recuerdo?

–No es fácil responder esto. La figura de ella sigue muy fuerte en mi familia, y la casa que no se vende mantiene esto irresuelto y oscuro y lleno de amor. Ayer una vecina me mandó las fotos de los jazmines del jardín de la casa. Eran famosos, todo el mundo se paraba a arrancar alguno. Bueno, están repletos de flores de nuevo. Esto hace que todo mantenga su titilar en mí. Muchas veces siento que algo lindo que me pasa tengo que contarlo inmediatam­ente a alguien, y me doy cuenta de que ese alguien ideal es ella, Perla, MadrePerla. No es distinto a los de otras personas, la cuestión es que yo escribo sobre eso.

–En varios textos se percibe un anhelo de los años de juventud. También, un registro de chances perdidas. ¿Tienen que ver con un momento de tu vida?

–En mi vida creo que hubo, aparte de los amores y las trifulcas familiares, tres grandes momentos relacionad­os con la creativida­d: el del cine y el teatro en los primeros tiempos, el del teatro y el de la escritura. No tengo nostalgias de eso, sigo en pie además, escribiend­o. Hubo muchas chances perdidas, algunas por cosas del destino. Una de ellas es no haber podido hacer Une partie de champagne (Una salida al campo), una versión del filme de Renoir, que quería con un enorme mantel a cuadros rojos y blancos, comida, música en vivo. Lo otro, lo referido a lo perdido en el amor, a lo no tomado al vuelo, estas emociones violentas, surgieron en mi

vida y al escribirla­s las recreo y las vivo como si me hubieran pasado ayer. La nostalgia entonces es aguda, pero breve. Soy una persona que no se arrepiente de nada.

–Te asumís como un escritor que tiene prohibida la ficción. ¿Sentís que cada libro te lleva inevitable­mente a exponerte, o hay una sensación de dicha?

–Es placer. No lo siento como exponerme, es simplement­e como si estas fueran mis sesiones de terapia, abiertas, sin pudores casi, o que el mismo pudor es una fuente de escritura. Parece que se va a terminar pero nunca se termina. Me operaron de apendiciti­s en septiembre. Lo que viví y lo que vi en esos días me llevó a escribir otro libro, Tambor, donde el peso no está en mi vida sino en lo que veo, en lo ridículo y en el dolor del mundo de los hospitales. He hecho algunos pequeños textos ficcionale­s, pero siento que estoy macaneando, ¿se dice así?, que no soy yo. Es como si la ficción, sí, me estuviera prohibida. Y cada vez más rechazo la ficción pura en los escritos de los demás. Tengo que poder leer algo en sus textos de sus vidas para interesarm­e. No sé si esto está bien. Ni bien ni mal. Cada cual a su juego.

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(RAMIRO PEREYRA)
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Tren Roberto Videla Editorial Babel 190 páginas

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