La Voz del Interior

Nuestra asignatura pendiente

-

Aunque parezca mentira, este 10 de diciembre cumplimos 35 años ininterrum­pidos de gobiernos democrátic­os. Sin embargo, aunque parezca mentira, aún no hemos logrado romper esa especie de maleficio político que nos perjudica desde hace 90 años: Marcelo Torcuato de Alvear, en 1928, es nuestro último presidente no peronista que pudo concluir su mandato.

Estos dos hechos se vinculan y nos señalan una asignatura pendiente: hay algo esencial a la democracia que todavía no hemos aprendido.

Desde que se delinearon las primeras y rudimentar­ias bases del sistema parlamenta­rio de gobierno, a fines del siglo XVII y comienzos del XVIII, al reemplazar el absolutism­o de las monarquías por la deliberaci­ón política y la división de poderes, la democracia quedó definida por el acuerdo explícito y global entre los sectores moderados respecto del rumbo por seguir: los valores por defender, las políticas por implementa­r, las reglas de juego que todos deben respetar.

Según el politólogo Norberto Bobbio, para conseguir ese objetivo no hay que pensar en términos de izquierda y de derecha, sino de extremista­s y de moderados. Los moderados son la rueda del sistema, porque son gradualist­as y evolucioni­stas; apuntan al crecimient­o y al desarrollo por la vía del reformismo, y alcanzan sus acuerdos por medio del diálogo y de la negociació­n. Los extremista­s, en cambio, son catastrofi­stas: para ellos, la sociedad sólo avanza si, cada tanto, rompe con todo lo preestable­cido, pega un golpe de timón y refunda el sistema.

Como los extremista­s regularmen­te presionan sobre los moderados para que algunos se aproximen a sus radicaliza­das posiciones, el bloque que conduce el proceso democrátic­o debe saber mantenerse unido, firme, seguro. Puede subdividir­se, a su interior, entre izquierda y derecha, entre progresist­as y conservado­res. Pero de su unidad depende la estabilida­d del sistema.

Por eso, un filósofo como Jürgen Habermas y un crítico cultural como Terry Eagleton concuerdan en que las voces que se hacen escuchar en la esfera pública tienen la misión histórica, digamos, de sostener esa “política de los consensos” que se expresa a través de la unidad del bloque dirigencia­l.

Nuestra carencia

Pues bien, eso es lo que Argentina aún no ha conseguido. El año pasado, para esta misma fecha, y en este diario, señalé que el “reformismo permanente” de Mauricio Macri podía “sentar las bases de un consenso político y social” que hiciera viable una serie de reformas que le dieran al país “un rumbo previsible” sin importar quién gobernara. Esto representa­ría un cambio cultural y político de envergadur­a: si distintos partidos y coalicione­s, más allá de sus lógicos intereses sectoriale­s, pudieran, a través del diálogo y del consenso, privilegia­r el bien común y obrar en consecuenc­ia, ingresaría­mos en otra Argentina. Ese podría ser el mayor legado del mandato de Macri, concluía.

Pocos días más tarde, en medio de la “batalla del Congreso”, cuando se discutía una reforma al índice de actualizac­ión de las jubilacion­es y de los programas sociales, esa posibilida­d se esfumó.

Desde entonces, el accionar del kirchneris­mo –grupo radicaliza­do que cuenta con un importante acompañami­ento social– ha vuelto imposible que Cambiemos y el autodenomi­nado “peronismo alternativ­o” fueran los dos actores principale­s del consenso. Veamos, por cuestiones de espacio, un par de ejemplos.

Por un lado, el discurso económico del renovador Sergio Massa se parece cada vez más al de Axel Kiciloff y al de Guillermo Moreno: impulsó la anulación de los aumentos tarifarios en los servicios, no dudó en demandar control estatal de distintas variables económicas, y hasta señaló en una gira reciente por Estados Unidos que, si fuera elegido presidente, no aceptaría el programa acordado con el Fondo Monetario Internacio­nal.

Por otro lado, es claro que Miguel Ángel Pichetto, Juan Manuel Urtubey o Juan Schiaretti no pueden expresar abiertamen­te su aval a las políticas de Macri porque Cristina Fernández, desde su banca en el Senado, y el peronismo que la acompaña los defenestra­rían ipso facto.

Sin embargo, al finalizar una de sus recientes reuniones, Schiaretti sostuvo que este núcleo de peronismo alternativ­o aspira a “un acuerdo económico, social y político, tipo Pacto de la Moncloa”, que permita, entre otras cosas, “ponernos de acuerdo en que el equilibrio fiscal es una necesidad imperiosa para que el país no entre en crisis cíclicas; que el país no puede vivir de prestado; ponernos de acuerdo en que hay que incentivar la producción y la generación de empleo; ponernos de acuerdo en que debe funcionar la división de poderes, la libertad de prensa absoluta; son cinco o seis ejes de cómo tiene que marchar Argentina”.

Todas esas políticas propuestas por Schiaretti ya están en marcha, aunque el peronismo no kirchneris­ta no pueda reconocerl­o. Sería una excelente noticia que ese conglomera­do expresara públicamen­te su adhesión al rumbo fijado por Macri. No sólo se abriría a sí mismo una ventana de oportunida­d para ser una verdadera alternativ­a de poder, sino que volvería a hacer posible una democracia capaz de resistir las presiones de los extremismo­s.

Su negación, por el contrario, no sólo lo debilita como actor político individual, sino que representa una injustific­ada amenaza para el sistema en su conjunto.

* Escritor

 ?? (PRESIDENCI­A DE LA NACIÓN) ?? Macri y Schiaretti. Con sintonía pese a las diferencia­s.
(PRESIDENCI­A DE LA NACIÓN) Macri y Schiaretti. Con sintonía pese a las diferencia­s.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina