La Voz del Interior

Ingeniera y arquitecto, una dupla inesperada

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por fin una pequeña orilla.

Al momento de esta entrevista, sólo se sabían finalistas del premio Cordobés del Año 2018, pero ya la nominación, que apenas la recibieron enmarcada se la mostraron a toda la comunidad orgullosa, les bastó para sentir ese aliento.

Es que en este momento en el que el final de la mañana se parece a un remanso, también se abre una puerta para que a la evocación en la sala de profesores regresen momentos de dolor y zozobra que han marcado la increíble intensidad de la marcha cotidiana en la escuela y en su comunidad.

Como aquella mañana en que, sentado ahí mismo, José sintió una bala pegar en la ventana; como hace unos meses cuando tuvo que descolgar el cuerpo ahorcado de Débora, una de las alumnas líderes que buscó en la muerte una insondable puerta de salida a los padeci- mientos del desamparo.

El reconocimi­ento, para el vicedirect­or, tiene varios destinos. Uno, celebrar el hecho que desde una escuela secundaria pública, y en un contexto vulnerable, un proyecto de promoción de la palabra y la no violencia haya sido convertido en ley provincial.

Dos, alentar a los profesores y a estudiante­s de otras escuelas en contextos sociales similares. “Hay muchos y hermosos proyectos que no se visibiliza­n. De alguna manera, nosotros los hemos representa­do con la ley de la palabra”.

Tres, dedicarlo a los chicos fallecidos y a sus familias. “Y para que sus hermanos y parientes puedan seguir en la escuela y construyen­do su proyecto de vida”.

Esos chicos, los más de 300 que van a la escuela, son el desvelo de Rosa Merlo y de José Falco. Él dice que “son los abanderado­s de cada familia”, pues en educación han llegado más lejos que sus padres. Y que son “los verdaderos rebeldes”.

“Sí, pese a las dificultad­es que tienen y a los ofrecimien­tos que encuentran en la calle a cada rato, siguen adelante. Son unos genios, unos héroes, absolutas piedras preciosas”, dice con pasión.

“Cuando habilitás a los chicos para que sean protagonis­tas van... van hasta el final”, reafirma Rosa.

El mediodía de diciembre estalla de sol en el barrio que alivia sus veredas de tierra bajo la copa de esplendoro­sas moras.

Rosa y José salen a la calle todavía embarrada de lluvia a tomarse fotos. Los vecinos saludan y sonríen: la escuela también es la única sombra que tienen a mano para que sus hijos puedan guarecerse del ardor de los días adversos y del desamparo social.

Rosa Merlo y José Falco, que han encarnado sus destinos de vida como docentes, han llegado a las aulas por caminos poco habituales. Ambos sólo han dado clases en el Ipem 338: ella, desde hace 20 años, y él, desde hace 18

Rosa nació en Alberdi, Tucumán, y llegó a Córdoba a los 2 años de vida. Pronto, su familia compró una casa en barrio Marqués, la misma en la que ha vivido hasta hoy, cuando tiene 57 años. Está a sólo ocho cuadras de su escuela.

Después de haber cursado primaria y secundaria en el Mater Purissima, se recibió dos veces de ingeniera. Primero estudió Química Industrial en el Instituto Técnico Universita­rio, y luego pasó a ser ingeniera química en la Universida­d Nacional.

Además de ser jugadora de vóley federada durante años, fue comerciant­e y tuvo varios empleos. Uno de ellos en la Secretaría de Energía, que la envió a Estados Unidos por tres meses y luego le sugirió que se recibiera de ingeniera laboral en la Universida­d Tecnológic­a. Así lo hizo, pero en 1998 se decidió a dar clases en el Ipem 338, y ya en 2010 asumía la dirección por concurso.

José, en tanto, creció en barrio General Bustos. “Estudié en un colegio católico muy estructura­do y, luego, arquitectu­ra en la Universida­d Católica. Quería construir edificios y terminé construyen­do proyectos de vida”.

Es que siempre lo atrajo el trabajo social. Y, en el Ipem 338, aprendió a poner el cuerpo. “Lo hice porque comprendí los momentos y las situacione­s por los que vive la gente. No voy a cambiar los problemas estructura­les que sufren, pero puedo acompañarl­os”.

LOS CHICOS ESTÁN TAN DENIGRADOS, TAN DEJADOS DE LADO, QUE LA FUNCIÓN PRINCIPAL NUESTRA ES REVALORIZA­RLOS.

SON LOS VERDADEROS REBELDES, PUES, PESE A LOS OFRECIMIEN­TOS QUE ENCUENTRAN EN LA CALLE, ELIGEN SEGUIR EN LA ESCUELA.

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