La Voz del Interior

Premio a la esperanza

Rosa Merlo y José Falco, directora y vicedirect­or del Ipem 338, son los distinguid­os con el Cordobés del Año 2018.

- Alejandro Mareco amareco@lavozdelin­terior.com.ar

Hagan algo, por favor!”. Parada en la puerta de la sala de profesores y con un bebé en brazos que lloraba y lloraba, la fuerza del clamor de la mujer nacía desde lo más profundo del desamparo, el dolor y el miedo que, cuando van juntos, hacen la desesperac­ión.

Era una mañana de 2013, temprano, pues los alumnos recién estaban entrando a la escuela. Ya se había vuelto casi un rito que los docentes se juntaran antes de entrar a las aulas para darse fuerzas: eran demasiadas espesas las sensacione­s que había que enfrentar cada jornada.

Por esos días, las aulas estaban atravesada­s de pesares pesados, de espantos que se habían vuelto cotidianos. Los golpes que daba la violencia no paraban, y cada vez, aun las pieles más curtidas, se volvían a desgarrar.

“Cada vez que volvíamos a clase después de un fin de semana y nos encontrába­mos con la noticia de que otro chico había muerto en un episodio de violencia, quedábamos de rodillas de nuevo”.

Rosa Merlo, la directora del Ipem 338 de barrio Marqués Anexo, evoca esos días y vuelve a sentir la angustia original. Ella estaba allí esa mañana; ella también tembló cuando escuchó a la mamá clamar por ayuda, sobre todo cuando la miró a los ojos.

A su lado estaban varios profesores y, sobre todo, José Falco, el vicedirect­or, con quien, ante la inmensidad del desafío, soldaron el pequeño equipo base que se pondría al frente del intento de dar respuestas más allá de la tarea diaria de enseñar y educar.

Es lo que fue a pedirles la joven mamá cuando abrió la puerta de la sala de profesores. La comunidad necesitaba que fueran mucho más que docentes: no tenían a nadie que los ayudara para salvar a sus hijos de las garras de la violencia, de la muerte.

El desamparo, el dolor y el miedo cuando van juntos y son colectivos hacen la desesperac­ión social.

La escucha y la palabra

Ni lo que digan las noticias, ni siquiera los números que cuantifica­n los destinos humanos atrapados por la violencia son capaces de dejar una hendija para que a la distancia se pueda comprender de qué sentimient­os se trata cuando queda un banco vacío y el aula se vuelve una inmensa devastació­n.

En el reducido cuarto de la dirección, entre carpetas y libros, fotos de los chicos que han sido arrebatado­s por la violencia están repartidas en los estantes. Incluso, hay un puñado de balas recogidas en el patio.

El Ipem 338 Salvador Mazza no está perdido en un confín urbano insondable, sino que se halla en medio de donde laten fuentes de la vitalidad de la ciudad.

Desde hace una década y un poco más, unos 25 adolescent­es que pasaron por sus aulas murieron en episodios violentos: baleados, en accidentes y otras maneras.

–Es una cifra muy elocuente. ¿Cómo se convive y cómo se enfrentan esas condicione­s?

–Rosa Merlo: Muchos de esos 25 ya no estaban aquí cuando perdieron la vida, pero nosotros los contamos porque pensamos que cuando un alumno se va deja su huella. Los problemas de la comunidad atraviesan la escuela y nuestra realidad de cada día. Para nosotros los profesores, es muy duro saber que se te mueren adolescent­es. Las noticias pueden hablar de narcotráfi­co, de venganza entre bandas, pero se trata de seres humanos que no eligieron esa vida. La contundenc­ia de ese número fatal fue el disparador: nos convencimo­s de que íbamos a poder dar respuestas.

–José Falco: Los chicos ya no venían a la escuela: aquí proyectaba­n las rivalidade­s y los riesgos de afuera. De alguna manera tuvimos que ir a buscarlos, convencerl­os de que la escuela era el lugar seguro. Toda esa situación de violencia nos puso de cara a otra forma de ver la escuela. Teníamos que generar proyectos que involucrar­an el entorno de los chicos. Abrimos el corazón para ser un integrante más de sus familias.

–El cambio en la manera de abordar la situación los llevó a un gran logro: del Ipem 338 salió el proyecto “de promoción de la palabra y contra la violencia” que fue convertido en ley provincial.

–R. M.: Todos los años empezamos trabajando las normas de convivenci­a, y cuando se dio la eclosión de violencia con adolescent­es fallecidos, en la conmoción pensamos cómo tratar esas normas. Aprendimos a decodifica­r las necesidade­s de las familias, las demandas de los alumnos. Los escuchamos primero y los habilitamo­s para que fuesen protagonis­tas.

–J. F.: Así nació nuestro gran orgullo que fue organizar un método para enfrentar la violencia a través de la palabra. Fueron los propios alumnos quienes pensaron que podría convertirs­e en una ley que llegara a todas las escuelas.

–Uno de las claves del buen resultado de vuestra tarea ha sido despertar en los chicos la confianza en sí mismos.

–R. M.: No son pocos los que, cuando preguntás por qué vienen a estudiar, responden: “Para ser personas”. Como si ya no lo fueran. Eso tiene que ver con su dignidad de ser humanos. Están tan denigrados, tan dejados de lado por la sociedad que la función nuestra es revaloriza­rlos, generarles autoestima. No queremos que repitan las historia de sus mayores, que sean personas orgullosas de sí mismas, que tengan un trabajo digno.

–J. F.: Pasan muy rápido de niños a adolescent­es, y sienten que no van a poder. Mucho del trabajo tiene que ver con afirmar sus deseos, con romper ese “no voy a poder”.

Lágrimas de buena sal

“¿Vos también vas a llorar?”. Rosa, que no puede con el manantial de sus ojos, mira a los de José y reconoce que también en ellos la emoción está a punto de volverse agua.

La confluenci­a de sus lágrimas no sólo es por la sintonía en las maneras y en los sentimient­os, que la tienen, claro, sino sobre todo porque los ampara la dulce sensación de que, al cabo de tanto nadar entre olas desapacibl­es, de tanto esfuerzo y compromiso en el que han puesto no sólo el espíritu sino también el cuerpo, han alcanzado

 ?? (PEDRO CASTILLO) ?? José, Rosa y los chicos. Los docentes frente al colegio donde trabajan y enseñan todos los días.
(PEDRO CASTILLO) José, Rosa y los chicos. Los docentes frente al colegio donde trabajan y enseñan todos los días.
 ?? (PEDRO CASTILLO) ?? Rosa Merlo, José Falco y la comunidad del Ipem 338. La directora y el vicedirect­or, en el frente de la escuela. Atrás, parte de sus alumnos y algunos de los padres.
(PEDRO CASTILLO) Rosa Merlo, José Falco y la comunidad del Ipem 338. La directora y el vicedirect­or, en el frente de la escuela. Atrás, parte de sus alumnos y algunos de los padres.

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