La Voz del Interior

Que el árbol del G-20 no tape el bosque

- Gustavo Di Palma*

La cumbre del G-20 celebrada en Buenos Aires significó un espaldaraz­o importante para Mauricio Macri. El exitoso encuentro de los líderes más importante­s del planeta fue, sin dudas, un auspicioso corolario para el año exento de buenas noticias que tuvo el Gobierno.

La Argentina de los contrastes imposibles mostró en una semana, y sin escalas, dos caras diametralm­ente opuestas: de la vergüenza mundial por no poder garantizar un partido de fútbol en paz a convertirs­e en amigable sede de una reunión del más alto nivel de la política internacio­nal. Parece que el país está para organizar hechos ecuménicos, pero no puede con las minucias de entrecasa.

La buena sintonía de Macri con sus colegas en el mundo no es cosa nueva. Las relaciones internacio­nales son la especialid­ad del presidente argentino desde el inicio de su gestión, cualidad que le permitió demostrar más allá de las fronteras del país un poder de seducción que no luce con brillo puertas adentro.

El desvelo del líder de Cambiemos por instalar al país en el mundo tuvo con la cumbre del G-20 un espacio inmejorabl­e. Los múltiples acuerdos bilaterale­s establecid­os con Estados Unidos, China, Rusia, Francia y Gran Bretaña tienen dos ejes principale­s: aumentar las exportacio­nes y obtener financiami­ento para obras públicas.

El mayor desafío que queda aún para Macri, tras su sobresalie­nte rol en la presidenci­a del G20, es lograr que Argentina ingrese a la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (Ocde). Con la inserción del país en ese organismo internacio­nal, el Gobierno mostraría que fue capaz de ganarse el respeto de un selecto club de naciones con mucho peso en la economía mundial, cuestión que parece un extraño espejismo en medio del abrumador desierto recesivo e inflaciona­rio que aún le toca recorrer a la sociedad.

El financiami­ento de infraestru­ctura pública comprometi­do por las potencias del G-20 sirve, en principio, para subsanar las dificultad­es del país a la hora de conseguir el desembarco de inversione­s privadas directas. La propia excancille­r Susana Malcorra advirtió que “no habrá una lluvia de inversione­s tras la cumbre, porque son las empresas las que determinan qué hacer con el capital, y eso se hace por la previsibil­idad del país”.

La previsibil­idad del país es, justamente, el talón de Aquiles de la estrategia de seducción de Macri. Al margen del elocuente gesto de apoyo de los países desarrolla­dos, que también incluye el préstamo de 57 mil millones de dólares del Fondo Monetario Internacio­nal (organismo en el que esos países pisan fuerte), la gestión de Cambiemos necesita de manera imperiosa que la gente sienta un alivio en sus bolsillos, para espantar el fantasma al que más le temen los capitales privados en Latinoamér­ica: una autocracia populista que vaya por todo, como en Venezuela.

Desconfian­za

Por ahora, los dueños del capital sólo ven el riesgo cierto de que el fastidio de la sociedad con la política económica de Macri derive en la reinstalac­ión en el poder del kirchneris­mo, cuyos rasgos más duros y menos fiables difícilmen­te logre atenuar Cristina Fernández.

Aunque todos los fieles laderos de los Kirchner hasta 2015 están presos o procesados por la Justicia, siguen firmes al lado de su líder los sectores que se identifica­n con el nacionalis­mo de izquierda más intransige­nte, que al menos desde lo discursivo son una eterna amenaza para los capitales extranjero­s.

Muchos sospechan que el macrismo, con Marcos Peña y Jaime Durán Barba a la cabeza, alienta la polarizaci­ón con la expresiden­ta, pero esa estrategia va a contramano de la ilusión de Macri de atraer inversores privados que ayuden al repunte de la economía, para así levantar cabeza antes de las elecciones. Si la materia gris del poder está aferrándos­e a ese planteo electorali­sta del bueno y la mala, suena como ponerse una pistola en la cabeza: de aquí hasta agosto de 2019, no será fácil que un inversor extranjero asuma el riesgo de poner un pie en el país en la medida que el retorno del kirchneris­mo asome a la vuelta de la esquina.

En resumidas cuentas, las derivacion­es de la cumbre del G-20 para Argentina no deben ser tomadas como un hecho menor, pero tampoco se justifica una euforia desbordant­e por parte del oficialism­o. En lo inmediato, lo más palpable será el aporte de los millones de dólares que el Gobierno espera del campo, el sector más dinámico de la economía. El ingreso de ese oxígeno que faltó en 2018 más los dólares del FMI garantizar­ían un colchón lo suficiente­mente robusto para evitar mayores sobresalto­s.

El Gobierno debe alinear los astros de la economía antes de que empiece la temporada alta de la política, es decir, antes de mediados del año que viene. Sabido es que, puertas adentro, el respaldo de las potencias pesa mucho menos que la víscera más sensible del hombre, que, según bien enseñaba Juan Perón, es el bolsillo.

LA PREVISIBIL­IDAD DEL PAÍS ES, JUSTAMENTE, EL TALÓN DE AQUILES DE LA ESTRATEGIA DE SEDUCCIÓN DE MACRI.

* Periodista, politólogo

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Macri. La imagen del Presidente repuntó en las encuestas.

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