El último bastión de la resistencia
Para quienes adscriben al pensamiento de izquierda, Venezuela representa, después de Cuba, el último gran bastión de la resistencia latinoamericana contra el imperialismo norteamericano. Apegado a su dogma, ese sector del espectro ideológico no comprende el rechazo de la mayor parte de la sociedad venezolana al autoritarismo, la corrupción y el desmanejo de los asuntos económicos que el chavismo evidenció a medida que pasaron los años.
Las grandes movilizaciones opositoras ocurridas en Caracas y gran parte del país son, para esa izquierda, obra de la derecha golpista que responde a los intereses de Estados Unidos.
Si se admite esa hipótesis, la derecha venezolana debería ser objeto de profunda envidia por semejante nivel de convocatoria, pero eso implicaría menospreciar la capacidad de una enorme masa de ciudadanos que, ante la desesperación, trata de definir su propio destino sin detenerse a teorizar si la salida del desastre está a la izquierda o a la derecha.
Razones
Hay dos argumentos centrales para salir en defensa del agonizante régimen que el propio Nicolás Maduro señaló como una “unión cívico-militar”.
El primero tiene que ver con el rechazo que produce la injerencia de Estados Unidos en los asuntos internos de la región, lo que es comprensible si se recuerdan los trágicos efectos que produjo esa intromisión durante los años de la Guerra Fría.
Pero no sólo cambiaron los contextos ideológico y económico, sino también las experiencias históricas. Equiparar los procesos políticos que derivaron en el derrocamiento de Jacobo Arbenz, Joao Goulart o Salvador Allende con la forma en la que Estados Unidos estableció su relación con el régimen chavista es, como mínimo, un improvisado atrevimiento.
El otro gran argumento es que Maduro es presidente por la voluntad popular y que la realización de elecciones demuestra la plena vigencia del sistema democrático.
Eso es desconocer rotundamente que la democracia no se agota en el acto de votar; también es ignorar que los grupos autoritarios pueden utilizar el voto popular desencantado como herramienta para llegar al poder. Aunque es necesario salvar la enorme distancia, basta recordar que el ascenso de Adolf Hitler fue por esa vía.
* Periodista y politólogo