Rehén de la incertidumbre
total”, dice en relación a arreglos relacionados a reproductores de formatos físicos.
Jorge Pasetti, que atiende el local CD Norte en la misma galería, es un poco más optimista. “Por suerte, sigue habiendo laburo, más de lo que imaginarías”, admite. Pero sabe que su negocio es una referencia dentro del rubro de arreglos en materia de electrónica. “Me mandan gente de los locales grandes porque saben que acá tenemos siempre cosas que van entrando”, dice, mientras saca a relucir una compactera Philips de comienzos de la década de 1990.
En su caso, los reproductores de CD y los tocadiscos llegan en cantidades similares, aunque en sus bateas exhibe muchos más vinilos que discos compactos. Lo que casi no recibe son reproductores de DVD. “Muy poco”, dice, y menciona la palabra clave relacionada a la desaparición casi total del formato: “Netflix”.
Marcos Aparicio, que también tiene un negocio de servicios de electrónica pero en barrio San Martín (Intel), adjudica a los servicios de streaming y al contenido on-demand el cambio obligado que tuvo que hacer en su dinámica de trabajo. De arreglar minicomponentes y reproductores, entre otros electrodomésticos, pasó a concentrarse en teléfonos celulares y televisores “inteligentes”.
“Se arreglan cada vez menos. Antes, un lector de CD o DVD tenía la mitad del costo del aparato, valía la pena. Hoy los repuestos no se consiguen. Si se te rompe la lectora, chau reproductor. Los que siguen trayendo es porque tienen alguna conexión especial con eso”, resume.
Por aquellos nostálgicos que persisten en la idea de reproducir discos y películas, varios negocios de reparación siguen existiendo. Incluso algunos míticos como el de Sarmiento casi Maipú, que en su puerta exhibe su rubro (“Service TV, Audio, CD”) junto a marcas históricas como Pioneer, Technics, Grundig o Aiwa. Allí, según cuenta “Palo” Cáceres, llevan sus equipos algunos de los audiófilos más obsesivos de Córdoba y alrededores.
El disquero también menciona el caso de fanáticos de la música que viven en el interior, en zonas donde la conexión a internet no es óptima para consumir vía streaming. Para ellos, un equipo que pueda reproducir CD es la única forma de contacto con su pasión. Sin embargo, el avance tecnológico seguramente haga de estos ejemplos algo cada vez menos común.
Tengo miles de CD y un solo artefacto para hacerlos sonar. Es un reproductor de DVD, conectado a un equipo que también reproducía el formato y que ahora sólo puedo usar como amplificador. La razón de este montaje es muy simple: en esta historia hay un lector láser que dijo basta hace bastante tiempo.
La posibilidad de arreglarlo siempre estuvo ahí, claro, pero la certeza de que ya no tiene sentido me ha inmovilizado. Tanto como el hecho de que me he adaptado sin drama a las nuevas (y viejas recuperadas) formas de consumo de música. Conecto el teléfono a ese mismo equipo y que se exprese mi cuenta Premium de Spotify. O voy a la habitación en la que dispuse una bandeja para pinchar una respetable y creciente colección de vinilos.
Ahora bien, ¿qué pasaría si ese DVD dejara de funcionar? Intentaría comprar un nuevo reproductor, siempre y cuando el mercado tenga en stock. Pero aun consiguiéndolo, por momentos me atravesaría la incertidumbre de qué hacer con los millares de discos físicos distribuidos en varias bibliotecas.
Lejos de Marie Kondo
Si bien todo parece indicar que el formato quedará obsoleto, y aun admitiendo que ya no me interesa seguir acumulando, no me imagino tirando o regalando discos. En otras palabras, no me imagino cumpliendo con el método de Marie Kondo.
Es que el CD es el formato de la industria discográfica que me pegó de lleno como amante de la música. Fue el que me encontró como parte de una población económicamente activa, tanto en su aparición para relevar al casete como en su inminente desaparición por el imperio de las plataformas de streaming.
Por ende, le debo respeto y fidelidad. E inversión de sentido y locura como el gran fetiche que es: una cajita cercana al cristal que revela un sonido de altísima fidelidad que ha perdido en términos de “buena prensa” ante la recuperación del vinilo y la posibilidad de apreciar la música en una dimensión más orgánica.
Y ya que hablamos de recuperaciones, ese es el camino que queda: cuidar el material y esperar por un revival que lo revalorice. Si el vinilo pudo, ¿por qué el CD no?