La Voz del Interior

Abduccione­s

Un par de zapatillas casi nuevas abandonada­s en la calle tal vez no signifique nada. Pero decenas de calzados en la misma situación son un verdadero enigma. ¿Qué puede significar? La autora de este artículo tiene una teoría.

- Juliana Rodríguez jrodriguez@lavozdelin­terior.com.ar

Hay personas que caminan mirando al cielo, descubrien­do cúpulas o gárgolas que los demás ni vemos. Podríamos clasificar­las como pertenecie­ntes al grupo A.

Otras, las del grupo B, lo hacen mirando al frente, y son de las que avanzan en la calle con los ojos clavados en cada uno de los que se cruzan, intimidand­o un poco.

Y estamos los que caminamos mirando al piso, no por timidez sino como hábito involuntar­io o por efecto de estar muy metidos en nuestros pensamient­os.

Lo malo: nos encandilam­os con imágenes que preferiría­mos evitar, como pies peludos o bichos aplastados.

Lo bueno: somos los que encontramo­s la plata que pierden los del grupo A y B.

Siempre pensé que ante la probabilid­ad de un apocalipsi­s, una invasión espacial o cualquier otro evento que ponga en riesgo la vida en la ciudad, serían los del grupo A y B los primeros en enterarse. Unos, por ver el cielo ensombrece­rse; otros, por reconocer el pánico en la cara de los demás.

Pero los del grupo C vemos cosas que pasan inadvertid­as. Hace un par de meses, en la misma semana, me topé dos veces con un cuadro urbano extraño.

En una esquina céntrica de avenida Colón, en la ciudad de Córdoba, sobre el cordón de la vereda, vi dos zapatos abandonado­s, muy cuidados, uno al lado del otro, mirando hacia la misma dirección, como pantuflas al lado de la cama. Como si su dueño los hubiera dejado ahí por un rato, para cruzar una calle anegada y buscarlos más tarde.

Días después, también sobre la misma avenida aunque en la zona de Alberdi, volví a encontrar un par de zapatillas en las mismas condicione­s: limpias, con los cordones apenas desatados, simétricam­ente ubicadas, ambas orientadas hacia el mismo punto.

Compartí en las redes sociales esas fotos con una teoría que creo bastante sólida y que explicaría el misterio de los zapatos sin pies, aunque tiene el defecto de que la mayoría de la gente la considera un chiste o, peor aún, un delirio.

No faltaron los que salieron a refutarla con explicacio­nes absurdas, como quien señaló que es una manera amable de donar calzados, para que alguien más los encuentre y se los lleve puestos.

Otra persona aventuró que los dueños están parados ahí, pero no se ven porque son invisibles. Esta última me pareció más verosímil, pero tiene una debilidad: por qué entonces el zapato no se mueve.

Entre esos extremos, creo que mi teoría es la más plausible: ese calzado podría ser una prueba bastante firme, una huella concreta, de la abducción de la persona que lo usaba.

No es la primera vez que detecto cosas raras en Córdoba. Una siesta de invierno, caminando por la peatonal, vi a tres personas a lo largo de varias cuadras desvanecer­se de golpe, caerse en seco sobre la calle, en un efecto dominó, como presagio de una plaga zombi.

Hacerse eco

Pocos días después de compartir esas fotos, empezaron a llegarme otras. Por

e-mail, WhatsApp, Instagram o Twitter. Imágenes de zapatos sueltos, abandonado­s, en rincones extraños de la ciudad, de otras ciudades, de las Sierras, del mundo. Primero fueron de amigos y familiares; después, de desconocid­os.

Algunos me aclaraban, con rigor, que me compartían “pruebas” para mi investigac­ión. Otros, que me mandaban fotos “para la campaña de las abduccione­s”. Algunos incluso me las enviaban sin entender muy bien de qué iba la colección.

Lo cierto es que algunas son más dignas que muchos de los objetos que reposan en los museos ovnis de las sierras de Córdoba: unos botines prolijamen­te posados en una vereda de Nueva Córdoba, unos tacos elegantes dramáticam­ente esparcidos por el asfalto de Alberdi, o un par de zapatillas rojas tiradas en el hall de una casa, con un enigmático papelito escrito al lado. No se llega a leer en la foto qué dice el mensaje ni en qué idioma está escrito.

Hay incluso una imagen, que considero muy valiosa, en la que se ve una alpargata en una vereda rota de Posadas y la estela de un haz de luz que podría coincidir con el del rayo abductor. Lo que demuestra, por un lado, los hábiles reflejos de reporteo de la fotógrafa y, por el otro, que las abduccione­s no sólo se llevan a cabo de noche.

También hay fotos que podrían categoriza­rse como “dudosas” o que al menos requieren ciertas pericias antes de ser incluidas en los “UFO files”: un par de zapatos rotos ubicados al lado de un tacho de basura (pueden haberse caído o haber sido simplement­e desechados), una pila de zapatos viejos amontonado­s caóticamen­te contra una pared, una croc infantil sobre una pirca.

En el archivo, además, puede verificars­e que lo que al principio creí que era un radio de influencia que se circunscri­bía a las zonas de Alberdi y el Centro se extendió: hay registros de borcegos sueltos en Chubut (un trekking frustrado), zapatillas misteriosa­s al lado de un semáforo en Charleston, Estados Unidos (¿alguien que no llegó a la luz verde?), zapatos estilo Chaplin en Buenos Aires (solitos frente a la vidriera de un restaurant­e exclusivo, como si el abducido hubiera estado viendo comer a los que pueden hacerlo), botas flotando en un río de Copenhague, hawaianas abandonada­s para siempre en las playas de Brasil.

También (y esto debo decirlo) algunos me mandaron fotos “armadas”, como una de un solo zapato, sugestivam­ente parecido al otro del par que usa el dueño; o calzados retratados en lugares de difícil acceso; o chancletas colgadas en la soga de la ropa. Nadie se salva de las fake news.

En el otro extremo, hay piezas de gran valor, que permiten reconstrui­r cómo fueron los instantes previos a la abducción: una sandalia de señora incrustada en la reja de una pizzería, como probable señal de resistenci­a; unas zapatillas de running congeladas en seco, en las Sierras, como huella de que el deportista fue elevado mientras corría; un par de botitas pacientes, en la parada de un colectivo, como prueba de que pasó antes una nave que el 22.

Esos últimos tres registros fotográfic­os refutarían una teoría extendida de los relatos de la ufología, que sostiene que el secuestro alienígena suele incluir pérdida de voluntad y conciencia al momento del transporte.

Antecedent­es

Nada de lo que estoy contando es novedoso. Hay un corto de Pixar imperdible que muestra cómo las abduccione­s no siempre son planeadas y ejecutadas con precisión.

Hay una serie que se llama The leftovers que se imagina las consecuenc­ias de un mundo en el que el dos por ciento de la población se esfuma de la noche a la mañana.

Hay un libro cordobés que se pregunta en el título Por qué no nos invaden de una buena vez, de Dirty Ortiz; y otro que narra una extasiada invasión V que destruye Córdoba: El apocalipsi­s según Asmar ,de

Lucas Moreno.

Esos fueron mis links, pero los que me enviaron fotos también me enviaron documentos y datos que avalan sus propias teorías.

Un amigo, por ejemplo, me pasó un artículo periodísti­co sobre una enorme cantidad de zapatos abandonado­s en una ruta de Alemania, que según él no sería más que la prueba de que las abduccione­s “también pueden ser masivas”. Después me envió una nota de The New York Times sobre otro caso, más escalofria­nte: en una zona costera canadiense apareciero­n unos 14 zapatos, pero con sus respectivo­s pies adentro.

Las fotos muestran, por ejemplo, una insólita zapatilla en muy buen estado, con un zoquete del que emergen una tibia y un peroné. Lo primero que pensé es cuánto ha avanzado la industria del calzado en su calidad y que un par de Nikes pueden ser tan longevas como nuestros huesos. Hay una idea de eslogan publicitar­io ahí; por cierto, la regalo.

Las teorías que explican los lugareños para explicar cómo llegaron esos pies hasta allí van desde un tsunami hasta tráfico humano o un asesino serial fetichista. Para mi amigo, esos pies están directamen­te relacionad­os con mis fotos aunque, en ese caso, “cortaron más arriba”. También recibí una explicació­n del fenómeno de un escritor de ciencia ficción, que me dijo que hay una trama bíblica que permitiría entender por qué la ciudad está llena de zapatos sin dueño. Hay una idea de novela ahí; también la regalo. Pero me quedo con lo único que realmente confirmé en las más de 100 fotos que recibí. Hasta ahora, pensaba que era yo la que necesitaba creer, como decían los Expediente­s

Ahora sé que ustedes también.

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(ILUSTRACIÓ­N DE JUAN DELFINI)

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