La Voz del Interior

Menos leyes, más cumplimien­to

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se sabe, una causa difícilmen­te sea mejor que sus mentores.

Pero el camino de la prohibició­n sistemátic­a de todo lo que no podemos comprender ni encuadrar conduce sólo al absurdo nacional de un corpus legislativ­o donde miles de leyes boyan en el mar de los sargazos, olvidadas hasta por sus impulsores.

Lejano en el tiempo, el afán prohibicio­nista del legislador Andrew Volstead produjo en Estados Unidos la famosa “ley seca”, con el resultado de que el país bebió a destajo durante más de una década y se enriquecie­ron y se fortalecie­ron las organizaci­ones criminales. Tarde, claro, y con un alto costo de vidas en el medio, la enmienda Volstead fue derogada. Pero seguimos sin aprender de los fracasos propios y ajenos.

El proyecto presentado por Guillermo Castello, legislador oficialist­a en la provincia de Buenos Aires, pretende sancionar con la quita de planes sociales a quienes, entre otras cuestiones, corten calles o dañen propiedad pública, olvidando que la suma de los males que originan el desmadre cotidiano comienza en nuestra íntima convicción de que cada uno puede hacer lo que le plazca si tiene una cuota de fuerza para exhibir. Y se correspond­e con la actitud renuente de fiscales, de jueces, de policías y de funcionari­os que incumplen con sus obligacion­es cuando toleran, distraídos, lo que debieran sancionar en el marco de la ley.

Porque no se requieren más leyes que las existentes para recordarle­s a todos y a cada uno la existencia del derecho ajeno, violado de forma sistemátic­a por quienes se saben impunes y amparados por la inopia oficial. Pero la ecuación debería incluir a un Ministerio de Bienestar Social que ha devenido como por encantamie­nto en una oficina que quiere pacificar a puro subsidio. Y fracasa en el intento.

Mientras quienes circulan por los arrabales de la ley sean recibidos en despachos oficiales –y salgan esgrimiend­o nuevos listados de dudosos beneficiar­ios– sin aceptar que deben ajustarse a derecho, y los funcionari­os no comprendan la magnitud del fracaso en esta materia, seguiremos repitiendo nuestra historia. Esa que nos muestra proponiend­o leyes que disimulen nuestra ostensible impotencia.

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