La Voz del Interior

La inserción de las mujeres en el mercado laboral

- Mercedes González Lic. en Administra­ción de Empresas

Ante un contexto de avance de la ofensiva neoliberal, las mujeres e identidade­s disidentes resultamos las más afectadas. Eso se manifiesta en el fenómeno que denominamo­s “feminizaci­ón de la pobreza”, debido a las posiciones desventajo­sas que ocupamos en el mercado laboral en relación con los varones (especialme­nte los heterosexu­ales).

Según datos del Centro de Economía Política Argentina, durante 2018 el desempleo en mujeres ascendió a 10,8 por ciento (19,3 por ciento en jóvenes), mientras que fue de 8,9 por ciento en varones. Respecto de las condicione­s, el 37,1 por ciento de las que trabajamos en relación de dependenci­a lo hacemos sin registraci­ón, al tiempo que, en el caso de los varones, este indicador es de 31,8 por ciento.

Si analizamos qué hacemos, según la división sexual del trabajo, surgen tres categorías: trabajo doméstico, trabajo remunerado –formal o informal– y trabajo sociocomun­itario.

El primero es imprescind­ible, no reconocido socialment­e, no remunerado y determinad­o para el género femenino.

El segundo, de dificultos­o acceso por discrimina­ción sexista, es remunerado por debajo de los varones para iguales tareas, con ámbitos inaccesibl­es (por masculiniz­ados) y escasa ocupación de cargos jerárquico­s cuando es en relación de dependenci­a. En el trabajo cuentaprop­ista, es atravesado por desigualda­des en el ejercicio de la ma-paternidad y por desvaloriz­ación de labores/rubros considerad­os femeninos versus saberes/artes masculinos.

El tercero refiere a las tareas desarrolla­das en espacios sociales, culturales, religiosos y deportivos, casi exclusivam­ente enmarcadas en el voluntaria­do.

En los trabajos remunerado­s, la brecha salarial por género es de 27,5 por ciento. Según Economía Femini(s)ta, tenemos que trabajar un año y tres meses para obtener lo que ellos en un año. Para las trabajador­as informales (más de un tercio), la brecha se amplía a más del 36 por ciento. A eso se suma que se nos exigen prácticas estéticas para ser potenciale­s trabajador­as que generan costos no compensado­s en la paga, disminuyen­do más nuestro salario.

Frente a estas condicione­s, y en el marco de procesos organizati­vos feministas, surge la necesidad de reivindica­r nuestros derechos laborales y de gestar nuevas formas de producir y consumir en oposición a la lógica capitalist­a, que se constituye­n desde principios solidarios (“sororos”, decimos les feministas). Decidimos producir, comprarnos, proveernos, asesorarno­s, financiarn­os, asociarnos, capacitarn­os, repensarno­s, deconstrui­rnos y gestar la economía que deseamos para garantizar­nos vidas que nos den ganas vivir, desarticul­ando la violencia y exclusión capitalist­a y patriarcal.

En Córdoba, existen emprendimi­entos, cooperativ­as, ferias, colectivos conformado­s exclusivam­ente por mujeres e identidade­s disidentes, desde los cuales miles generamos medios para (sobre)vivir, resolvemos ante la ausencia del Estado y disputamos política y culturalme­nte.

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