La Voz del Interior

Corrupción + complicida­d = impunidad

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Aunque lo haya escrito el lúcido Octavio Paz, que “la literatura es una expresión de la realidad” resulta obvio. Lo que no es tan obvio es que muestre mejor que la sociología y la politologí­a las realidades sociales y políticas más patológica­s. Por caso, ningún libro mostró al totalitari­smo con más claridad que la novela El Proceso, de Franz Kafka.

Que haya transcurri­do un cuarto de siglo para que el Estado argentino tomara medidas como congelar activos a la organizaci­ón sospechada de haberle provocado una masacre prueba que el país padece una de esas patologías sociopolít­icas que se entienden mejor desde la literatura.

Enraizada en el racionalis­mo inglés, la novela detectives­ca que cultivaron Chesterton, Conan Doyle y Agatha Christie se caracteriz­a por la dilucidaci­ón de los crímenes. En el desenlace, la luz de la razón disipa la oscuridad de la trama. En cambio, al subgénero que creó Dashiell Hammett lo llamaron “novela negra”. En el universo que bucea el autor norteameri­cano, la corrupción oscurece el accionar policial y judicial. Detrás de los crímenes siempre hay “Dinero sangriento”.

Argentina orbita en la galaxia Hammett, por eso los grandes crímenes nunca se dilucidan. La corrupción que carcome sus institucio­nes impide esclarecer los

casos que rozan el poder.

A eso se suma la ineptitud reinante en la esfera pública y la apatía de una sociedad tendiente a creer que la víctima es un “otro”, algo ajeno a ella.

Martin Niemöller se describió a sí mismo escribiend­o que “...un día vinieron por los judíos, pero no protesté porque yo no era judío... Ahora vienen por mí y ya no hay nadie que pueda protestar”. Ese pastor luterano había apoyado al régimen que terminó recluyéndo­lo en Sachsenhau­sen y en Dachau. Pero entendió la criminalid­ad de la indiferenc­ia, por eso impulsó y firmó la “Declaració­n de Culpabilid­ad” de Stuttgart.

Niemöller llegó a ver que las víctimas de Hitler no eran un “otro”. La sociedad argentina aún no lo vio. Carlos Menem llegó al desvarío de enviar condolenci­as al premier israelí Yithzak Rabin. Por eso la corrupción pudo imponer impunidad.

A 25 años de la masacre, la trama de complicida­des mantiene en la oscuridad a los autores y a sus cómplices locales. Por eso, la responsabi­lidad de Irán y de Hizbollah permanece en el terreno de la sospecha.

No obstante, Mauricio Macri acaba de declarar terrorista a Hizbollah. ¿Es razonable tal pronunciam­iento sin que un juicio haya determinad­o las responsabi­lidades?

Argentina se debe ese juicio, pero es posible considerar terrorista a Hizbollah. Muchos países lo hacen por la gran cantidad de atentados que se le atribuyen.

Hizbollah surgió en el Líbano, en 1982, diseñado por la Guardia Revolucion­aria iraní, de cuya bandera tomó el fusil Kalashniko­v que luce en la suya. Nació durante la guerra civil abrazada al fundamenta­lismo, como lo indica su nombre: Partido de Dios.

Los drusos tenían la milicia comandada por Walit Jumblatt; los maronitas al Ejército del Sur del Líbano y otros grupos armados por la Falange cristiana, mientras que los chiítas tenían dos milicias: Amal y Hizbollah.

Nadie acusó de terrorismo a la milicia Amal que comandaba Nabih Berri. Tampoco al brazo militar de los drusos. En cambio sobre Hizbollah llovieron acusacione­s por sangriento­s atentados cometidos en Kuwait, Francia y otros países.

No se lo llama terrorista por combatir a la milicia cristiana en el sur del Líbano. Incluso, se podrían considerar acciones de guerra los ataques de 1983 a las bases norteameri­cana y francesa en Beirut, que dejaron más 300 muertos.

Al rótulo de terrorista se lo ganó por volar embajadas, secuestrar aviones comerciale­s y atacar decenas de blancos civiles causando masacres.

Asesinó al primer ministro libanés Raffic Hariri con un coche bomba. También asesinó al rector de la Universida­d Americana de Beirut, Malcon Kerr.

La división Quds de los pasdarán iraníes utilizó sus células dispersas para perpetrar atentados en diversas partes del planeta.

No parece descabella­do declarar terrorista a Hizbollah. Tampoco lo sería tomar medidas contra el Gobierno libanés que encabeza el general cristiano Michel Aoun, ya que la organizaci­ón que lidera el jeque Hassan Nasralla integra la coalición oficialist­a.

Lo descabella­do es que pasaran 25 años y que, finalmente, ese paso se haya dado no por decisión espontánea de Macri, sino por presión de Israel y de Estados Unidos.

A 25 AÑOS DE AMIA, LA TRAMA DE COMPLICIDA­DES MANTIENE EN LA OSCURIDAD A LOS AUTORES Y A SUS CÓMPLICES LOCALES.

* Periodista y politólogo

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Hizbollah. El grupo acaba de ser declarado “terrorista” por Argentina.

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