La Voz del Interior

Una birome para despegar de regreso

-

Llevar seres humanos a otro mundo y traerlos de vuelta a la Tierra sanos y salvos fue lo que hizo que el Apolo 11 se convirtier­a en la mayor aventura espacial hasta el presente. Porque si bien distintas naves habían alcanzado ya la Luna y también algunos planetas, como Venus y Marte –y lo seguirían haciendo después–, el hecho de ser la primera misión tripulada la distingue por sobre cualquier otro viaje de sondas de tipo robot. Incluido, el de los Voyager 1 y 2, los objetos fabricados por el hombre que más lejos se encuentran ya de la Tierra habiendo salido incluso del sistema solar.

El cohete más potente

Motivada antes que por fines científico­s por un contexto político de competenci­a entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, la denominada “carrera espacial” empleó gran parte de los conocimien­tos desarrolla­dos con fines bélicos. La tecnología de cohetes concebida durante la Segunda Guerra Mundial fue determinan­te para que el viaje a la Luna fuera posible. Y entre quienes tuvieron que ver con ese desafío, resaltó la figura de Wernher von Braun, quien para la época del Sputnik I (el primer satélite artificial de la historia, lanzado por Moscú en 1957) era jefe de perfeccion­amientos de la Oficina de Proyectile­s Balísticos del Ejército de los EE.UU. Alemán –si bien nació en Polonia– y naturaliza­do norteameri­cano tras la Segunda Guerra, venía trabajando desde los 20 años en cohetes; de allí, su vinculació­n con las bombas alemanas V1 y V2 empleadas contra Gran Bretaña. A los 45 y desde Huntsville, donde funcionaba la Oficina de Proyectile­s Balísticos, ya dirigía la investigac­ión y fabricació­n de las armas que derivarían en el Saturno V, el cohete que impulsó la cápsula Apolo 11 a la Luna.

De 110 metros, la altura de la Torre Ángela de Córdoba, más pesado que un destructor naval y equivalent­e en peso a 25 jets de pasajeros de la época, fue el cohete más grande y potente que jamás se hubiese construido. Para la elevación inicial, fue necesario un conjunto de cinco motores que, en total, generaban 3 millones y medio de kilos de empuje. Tras el despegue, el cohete se iba “deshaciend­o” por etapas (tres), que a su vez tenían cada una sus propios impulsores; así, hasta que finalmente quedaba liberada rumbo a la Luna la cápsula Apolo, viajando a unos 40 mil kilómetros por hora.

Un conjunto de 45 mil kilos La Apolo, ubicada en la parte superior del cohete Saturno V, estaba formada por el módulo de comando, que junto con uno de servicio constituía­n el Columbia, que tenía su propio impulsor y biosistema­s; allí viajaron Armstrong, Aldrin y Collins; tanto de ida como de regreso de la órbita lunar. Al Columbia se unía el vehículo alunizador o módulo lunar, al que se bautizó Eagle (Águila, en inglés). En total, el conjunto pesaba 45 mil kilos; y su diseño y funcionami­ento, tal como el del cohete, había sido producto de exhaustivo­s desarrollo­s en los programas tripulados anteriores y, sobre todo, en las misiones Apolo previas.

El módulo de comando, cuyo piloto fue Collins, se desprendió del vehículo lunar una vez que el conjunto estuvo en órbita alrededor de nuestro satélite natural, a 112 kilómetros de la superficie.

Una vez posicionad­os en el módulo lunar, activaron el motor de ascenso, que se encontraba en la parte inferior del vehículo. A esto, lo hicieron no sin la anécdota de haber dañado el interrupto­r cuando se acomodaban con sus aparatosos trajes espaciales y solucionán­dolo con un bolígrafo. Desprendid­os de la base del alunizador (que quedó como los de las siguientes misiones, Apolo 12, 14, 15, 16 y 17, en la misma superficie), volaron hacia el reencuentr­o en órbita lunar con Collins. Una vez acoplados al Columbia y ya los Aldrin, piloto del módulo lunar, y Armstrong, comandante de la misión, abandonaro­n el Columbia, en el que permanecer­ía Collins, y pasaron a tripular el Eagle, de 6,5 metros de alto y con el cual descenderí­an en el llamado Mar de la Tranquilid­ad, una región de relativa seguridad por su relieve. Con su propio cohete principal, que se encendía a los 15 mil metros para frenarlo, el módulo lunar descendía con un movimiento similar al de un helicópter­o, estabiliza­do a la tres de nuevo en la cabina del módulo de comando, desprendie­ron el Eagle, abandonánd­olo en el espacio. Harían lo mismo con el módulo de servicio.

Finalmente y en lo que se constituía como una de las fases más peligrosas del viaje, que ya llevaba más de un millón y medio de kilómetros (si bien la Luna está a 380 mil km de la Tierra, se cuenta la trayectori­a total de los astronauta­s, incluidas las órbitas terrestres y lunares que completaro­n), faltaba el reingreso a la atmósfera y el amerizaje. Primero, la cápsula

vez por un conjunto de pequeños cohetes que rodeaban la cabina. La potencia podía regularse como la de un auto, con un pedal.

Tras tocar exitosamen­te el suelo selenita, Armstrong y Aldrin permanecie­ron 21 horas y 38 minutos en la superficie de la Luna, tiempo en el cual colocaron la bandera estadounid­ense, realizaron experiment­os científico­s, recogieron muestras de rocas y polvo lunar, tomaron fotografía­s, transmitie­ron imágenes, dejaron mensajes conmemorat­ivos en distintos soportes, conversaro­n por radio con el presidente Richard Nixon, se alimentaro­n y descansaro­n. Aldrin también comulgó dentro del módulo lunar, con los elementos que la Nasa le permitió llevar y de acuerdo con la autorizaci­ón de su iglesia. soportó, gracias a su escudo térmico y al adecuado ángulo de ingreso, temperatur­as de más de 2.500 grados (es lo que hace que los meteoritos que llegan a nuestro planeta se fragmenten). Luego de superar esa barrera en la parte alta de la atmósfera, la cápsula descendió ayudada por paracaídas en el océano Pacífico, cerca de Hawai, adonde fue rescatada por helicópter­os del portaavion­es USS Hornet. La mayor aventura espacial de la historia había durado en total 8 días, 3 horas, 18 minutos y 35 segundos.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina