La Voz del Interior

¿En qué te has convertido, Mauricio?

- Edgardo Moreno Panorama nacional

Como bostezando tardíament­e ante el amanecer de la realidad, los encuestado­res están redescubri­endo ahora que la sociedad argentina permaneció polarizada desde los años del kirchneris­mo y que esa caracterís­tica resulta dominante en el proceso electoral.

En sólo tres meses, los “ni-ni” de la intención de voto han desapareci­do, admiten por lo bajo los dueños de los sondeos. “Ni Macri, ni Cristina” era hasta ayer una ambición mayoritari­a. Las cosas han cambiado. Mejor dicho: regresaron al inicio, donde estaban apenas ocultas.

Imitando el lenguaje de las métricas en las redes sociales, los encuestado­res hablan de un “crecimient­o orgánico” en el macrismo y en el kirchneris­mo. Una acumulació­n de votantes que se han reagrupado casi hasta tocar techo en torno a su identidad original.

Entender por qué en tan poco tiempo se produjo ese movimiento que concentra la intención de voto en dos polos es clave para anticipar lo que puede venir.

La explicació­n más frecuente es que la estabiliza­ción del dólar y la reactivaci­ón del consumo que se hizo evidente durante el receso invernal trajeron de regreso al oficialism­o a muchos de sus votantes desencanta­dos.

Y que el repliegue de Cristina para que un testaferro político arrastre las marcas de la campaña electoral consolidó el apoyo de las dos corporacio­nes más potentes del peronismo: la de los sindicatos y la de los gobernador­es.

Aplicando un clásico del razonamien­to lógico, debería pensarse que la explicació­n más

sencilla suele ser la más probable. Y la explicació­n más sencilla es que hace tres meses no había fórmulas. En términos de clima social: no había elección. Ahora sí. Y Cristina Fernández de Kirchner es la candidata más fuerte de la oposición.

El tembladera­l cambiario podía explicar en abril el deterioro de Macri y la estabilida­d de hoy su recuperaci­ón. Pero sólo la candidatur­a de Cristina explica la polarizaci­ón.

Los anclajes que antes usaron analistas y encuestado­res para describir las últimas elecciones no parecen funcionar del mismo modo. No está clara la contradicc­ión entre la continuida­d y el cambio. Porque al cambio lo propone como identidad propia el oficialism­o. Y el cambio que ofrece la oposición es recuperar la continuida­d interrumpi­da en 2015.

La oposición entre peronismo y no peronismo se diluyó con la aparición de Miguel Pichetto en la fórmula oficialist­a; y la de izquierda y derecha, con la dupla de Alberto Fernández y Sergio Massa proclamand­o que ahora todos somos del centro.

Como esos antiguos paradigmas se desdibujan, la explicació­n más remanida es que el voto será irracional. Dominado por emociones negativas. Miedo contra miedo.

Otra vez, habría que aplicar la navaja de Ockham: la teoría más simple tiene más probabilid­ades de ser correcta que la compleja.

Cuando se pregunta a los encuestado­s sobre la corrupción kirchneris­ta, incluso la mitad de los que votarán a Cristina reconocen que existió, aunque la justifican con argumentos de la puja central contra las corporacio­nes del poder hegemónico.

¿Cuál sería entonces la irracional­idad de los que piensan votar contra una fuerza política que está mayoritari­amente convencida de que robar está bien?

El dilema actual del análisis político es entonces entender la racionalid­ad de los núcleos duros de la polarizaci­ón, antes que insolventa­rse en el atajo de las emociones negativas.

Por eso los encuestado­res dicen que la clave para anticipar lo que vendrá es analizar el movimiento en los márgenes de la polarizaci­ón.

En términos políticos, implica discrimina­r cuánto del voto en torno a Roberto Lavagna –pese a la profunda devaluació­n que sufrió en los últimos meses– se desplaza a Macri y cuánto a Cristina. En una elección reñida, cada fracción marginal es relevante.

Y en términos sociales, supone estimar cuánto del voto desemplead­o por la crisis se mantendrá sin ninguna expectativ­a frente al oficialism­o. Porque la racionalid­ad del voto duro que aún retiene Cristina se explica menos por los efectos de la inflación que por los del desempleo o el temor a padecerlo.

La tarea de los comandos de campaña se orienta en estos días a esos movimiento­s sutiles en los márgenes. Alberto Fernández ya no es un candidato enojado confrontan­do con periodista­s. Es el actor de un enojo impostado para cohesionar el voto de Cristina. Porque tocó techo y algo empezó a ceder.

En la Casa Rosada, la comunicaci­ón en redes ya está funcionand­o a todo vapor. Los “defensores del cambio” reciben cada semana las copias de videos destinados a ser viralizado­s a sus contactos, hasta dos grados en el nivel de proximidad.

Dicen los chimentos de pasillo que unos 300 mil pendrives son distribuid­os cada 15 días en ese telar de la abundancia para no vulnerar las normas de seguridad de WhatsApp.

En el Ministerio del Interior aseguran que con los cambios en el modo de comunicaci­ón de los documentos del escrutinio, los resultados de las primarias se conocerán más temprano en esta ocasión. Será la última fotografía previa al desafío de la primera vuelta.

No será el único cambio. Debutarán los debates obligatori­os del 13 y el 20 de octubre.

Quizás la pregunta preferida de Cristina ya fue escrita para que la recite Alberto Fernández con tono de arrabal: “¿En qué te convertist­e, Mauricio?”.

Y acaso Marcos Peña ya escribió la respuesta.

CON LA POLARIZACI­ÓN AL LÍMITE, LA POLÍTICA SE OBSESIONA CON EL MOVIMIENTO EN LOS MÁRGENES.

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