La Voz del Interior

De Venezuela a la Argentina en bici

Ibersonz llegó en bicicleta a Córdoba hace unos días huyendo de la crisis en su país. Es músico, sin experienci­a como ciclista. No tenía dinero para el viaje, pero lo logró. Hoy vende sus discos frente al Patio Olmos.

- Mariana Otero motero@lavozdelin­terior.com.ar

Cuando Ibersonz llega a la peatonal cordobesa con su bicicleta de hierro cargada con todas sus pertenenci­as en una valija y bidones como alforjas para equilibrar los 100 kilos que lleva a cuestas, la gente se da vuelta para mirarlo. Y eso que no conocen su asombrosa historia.

Ibersonz es un músico venezolano que salió de su país, como lo hicieron en estos últimos años más de cuatro millones de personas, según datos de organismos internacio­nales, a consecuenc­ia de la crisis social, política y humanitari­a más grande de América latina en las últimas décadas.

El hombre huyó en bicicleta de la hambruna que estaba padeciendo en su patria, rumbo a la Argentina. En un año recorrió 10.400 kilómetros y cruzó seis países, sin dinero ni preparació­n física.

“Soy de Valencia. En Venezuela trabajaba como músico profesiona­l, hacía eventos, partituras, era cantante. A medida que la situación fue empeorando cada vez había menos oportunida­des de trabajar con la música porque la gente sólo cubría sus necesidade­s básicas”, cuenta Ibersonz.

Sin empleo, comenzó a dar clases en dos colegios, pero las institucio­nes también se iban quedando sin alumnos al ritmo de la emigración masiva hacia nuevos rumbos. “Estuve cinco días sin agua y sin comida. Sobreviví con tres mangos, tres frutas”, relata, y explica que en el estado de Carabobo, al que pertenece Valencia, su ciudad, el agua de red estaba contaminad­a y debía consumirse embotellad­a.

“Me desmayé en horas de la tarde; cuando me desperté, era de noche. Lo primero que se me vino a la mente fue lo que había ocurrido una semana antes con una persona a la cual le pasó lo mismo y no despertó”, recuerda. Aquel episodio, en diciembre de 2017, aceleró su decisión de escapar del país.

Entonces fue cuando vendió el micrófono profesiona­l de su estudio de grabación, que era lo único que le quedaba sin rematar, para comprarse la bicicleta. Todas sus cosas de valor, cuenta, las había ido reduciendo para comprar alimentos.

Así, en febrero de 2018, tomó su guitarra, una carpa, la bolsa de dormir, ropa, un alicate de electricis­ta y algunos recuerdos de su casa y salió de Venezuela rumbo a la frontera con Colombia para, luego, atravesar Perú, Ecuador, Chile y, por fin, llegar a la Argentina.

Ibersonz cuenta que pesaba 40 kilos cuando se fue del país: había bajado 15 kilos en esos días de ayuno forzado.

Aun así, en desventaja física, se largó al camino sin demasiados planes ni organizaci­ón, más que con la idea de llegar a destino. En un año, pedaleando siempre más de 30 kilómetros por día, ganó masa muscular y hoy la balanza acusa 55 kilos.

“En Venezuela un día me vi en el espejo y me asusté, pensé que había un hombre en la habitación detrás mío pero era yo que no me reconocía. Estaba extremadam­ente delgado, como los zombis, muy demacrado, en el hueso. En el viaje, cuando me vi otra vez fue impresiona­nte. El ejercicio dio frutos y una resistenci­a increíble”, remarca.

Argentina, el destino

La travesía hacia la frontera fue un viaje largo: llevaba demasiado peso y no era ciclista. La última vez que había montado un vehículo de dos ruedas había sido en la adolescenc­ia. “Nunca imaginé ni pretendí hacer un viaje en bicicleta de una ciudad a otra”, remarca Ibersonz.

Se decidió por la Argentina después de contactar con productore­s artísticos vinculados a su carrera musical y porque la imaginaba parecida a Venezuela. “Por la cultura, el clima, la gente, la similitud en cuanto al lugar donde vivía. Córdoba se parece mucho a Valencia. Es como una mezcla entre Valencia y la capital pero sin la presión de una capital”, explica el hombre.

“Acá me siento como si estuviera en mi casa. Obviamente no es mi ciudad, hay cosas que no están, sitios que yo extraño, y no están mis amigos”, añade.

Rumbo al sur

Cuando Ibersonz cruzó la frontera con Colombia, pocos le creían que llegaría a Medellín. Ya les parecía increíble que hubiera pedaleado, con un centenar de kilos de peso, un trayecto que demanda 12 días en ómnibus.

“Yo no era ciclista ni cicloviaje­ro, es decir ciclista con preparació­n. No sabía dónde acampar, cómo comer en el camino, las rutas que iba a hacer, no tenía en claro en nada”, relata.

Salió de Venezuela con 700 mil bolívares que, pensó, le alcanzaría­n para vivir una semana en Colombia; pero sólo representa­ban un almuerzo.

“No llegaba a cubrir un hospedaje, andaba sin dinero. Vendía mi disco, con eso vivía al día, igual que en Córdoba. No he hecho el trámite para las tiendas virtuales porque eso requiere una inversión en dólares”, cuenta.

El primer día recorrió 117 kilómetros y terminó exhausto. Entonces se puso como meta avanzar un mínimo de 30 kilómetros al día. El máximo fueron 144 kilómetros por el desierto de Perú.

“Acampé en los sitios más increíbles, cualquier tipo de lugar: en la acera de una calle, en muchas plazas, en la playa, en el desierto, en un galpón, en un estadio, en un estacionam­iento de camiones”, enumera.

Solidarida­d

Ibersonz cree que su hazaña habría sido imposible sin la solidarida­d de la gente que encontró en su camino.

El primer indicio fue en Medellín, cuando colocó un anuncio en internet para contactar con venezolano­s o colombiano­s que pudieran darle una mano. En pocas horas, el mensaje se había compartido más de 7.800 veces.

“Al día siguiente, en la calle la gente me saludaba. Comenzaron a llamarme ‘guerrero’. ‘Suerte guerrero’, ‘éxito guerrero’. Me extrañó y lo comenté entre mis seguidores y me dijeron que era trend topic (tendencia) mundial. Los venezolano­s estamos en todo el mundo y a cada rincón había llegado la noticia”, recuerda.

10 mil kilómetros

“Hasta donde conté, en un año hice 10.400 kilómetros. Llegó un momento en que no seguí sumando. Este número me parece bastante para un ciclista novato”, se ríe.

El plan era cruzar los Andes hacia Mendoza, por el paso Los Libertador­es, en cuatro o seis meses. Pero en el camino surgieron inconvenie­ntes con la bicicleta y el clima. “Traigo una bicicleta de baja calidad, de hierro, con piezas de metal que se dañaron mucho”, explica.

Luego relata que estuvo al borde de la hipotermia en Ecuador durante una tormenta en una ruta solitaria y atravesó en nueve días el desierto de Atacama, en Chile, con cinco litros de agua y galletas. En todo el recorrido no tuvo problemas de salud. Sólo una dolencia estomacal en un año.

“Los paisanos y personas de otros países que veían la historia se impresiona­ban, me decían ‘quédate otro día’, ‘necesitas descansar así conoces tal sitio’. Eso hizo que seis meses se convirtier­an en un año”, subraya.

Fueron 365 días con 365 historias para contar. Por eso Ibersonz ya piensa en un libro.

La humanidad existe

Sin contactos familiares ni de amigos, Ibersonz llegó a Córdoba hace unos días. “Mi idea es estar un tiempo aquí, comenzar con el trabajo musical y luego ir a Buenos Aires, alinear el equipo de músicos, realizar eventos y luego saltar a cualquier parte de Argentina”, dice.

Por ahora alquila una habitación por día que paga con la venta de su disco. Necesita que le compren al menos uno al día. Cuesta 400 pesos.

“La gente me puede seguir en Instagram, Twitter, Facebook y YouTube; figuro como Ibersonz”, informa.

El hombre confirma que es muy doloroso irse de la patria de manera forzada. Siempre había soñado con salir de Venezuela en giras musicales y regresar después de los conciertos. Pero fue imposible.

“Es bastante triste y da rabia que haya un grupito de personas que se quieran adueñar del país y que lo destruyan como lo siguen destruyend­o”, dice, con énfasis.

Cuando mira hacia atrás, Ibersonz recuerda haber tenido la sensación de que la profunda crisis sociopolít­ica estaba deshumaniz­ando a los venezolano­s. Pero en el trayecto –asegura– comprobó que la humanidad o, mejor, el humanismo, existe.

“Me sorprendie­ron personas con un almuerzo, con aliento, ofreciendo ayuda. El viaje me ha servido para tener más conocimien­to y tener otro nivel, espiritual­mente hablando, experienci­as de vida de cosas que desconocía y hoy conozco bien. Aprendí en el camino”, concluye.

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(PEDRO CASTILLO) Ibersonz. En la peatonal, tras pedalear miles de kilómetros.
 ?? (PEDRO CASTILLO) ?? En la peatonal. Ibersonz, en Córdoba, junto a la bicicleta que lo trajo desde su Venezuela natal.
(PEDRO CASTILLO) En la peatonal. Ibersonz, en Córdoba, junto a la bicicleta que lo trajo desde su Venezuela natal.

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