La Voz del Interior

Colecho: una buena intención, con más riesgos que beneficios

- Jesica Mateu Especial

¿Moda o necesidad? ¿Beneficia a los niños? ¿Cómo afecta en la pareja? Estas fueron algunas de las preguntas principale­s que se expusieron a propósito del hábito de dormir con los hijos –al menos cuatro horas cada noche, de manera sistemátic­a– en un encuentro con la comunidad organizado, semanas atrás, por el Centro de Investigac­ión y Orientació­n Enrique Racker de la Asociación Psicoanalí­tica Argentina (APA), en su sede porteña.

La Sociedad Argentina de Pediatría señala en algunas publicacio­nes que “cohabitaci­ón sin colecho es el lugar más seguro para los bebés al momento de dormir”, aunque no lo desaconsej­a taxativame­nte. Reconoce riesgos (como los de muerte súbita y accidentes a partir de situacione­s como dormir en un sillón, padres fumadores, niños prematuros y/o de bajo peso), pero también señala que “favorece la lactancia materna que, a su vez es protectora de la muerte súbita del lactante”.

Sin embargo, a la hora de pensar en los efectos sobre la salud mental y el desarrollo emocional de los niños, las psicoanali­stas Teresa Popiloff y Felisa Widder, ambas miembros de APA, desaconsej­an el colecho y aclaran que la práctica no está emparentad­a (como muchas veces se difunde) con la teoría del apego desarrolla­da por el psicólogo John Bowlby. La misma establece, básicament­e, que cuando el bebé siente la cercanía de sus padres se siente bien; mientras que cuando ellos se alejan, se entristece. “A partir de la proximidad puedo estar relajado y ocuparme de otras cosas como explorar”, afirma Popiloff al explicar lo que experiment­aría el niño. “Se siente seguro cuando quien lo cuida está a disposició­n; lo que no implica que se logre durmiendo en la misma cama”, aclara.

Su colega coincide al advertir que compartir la cama no garantiza que la madre o el padre y el hijo logren establecer empatía y un contacto afectivo que es lo que, en definitiva, le da seguridad al bebé. Lo que necesita es que sus padres puedan, por ejemplo, “cantarle y envolverlo con la voz y las caricias. Ese es el apego seguro, y no estar pegados cuerpo a cuerpo”, afirma Widder.

Un obstáculo en la evolución “El colecho genera una sobre excitación externa intrusiva (aumenta, por caso, la temperatur­a corporal)”, asegura Popiloff quien, para que quede más claro, indica que se lo ubica al niño, aun con las mejores intencione­s, en un espacio y una situación en la que tal vez no quiere estar. Se manifiesta, entonces, “un desconocim­iento del ser de ese niño”, subraya.

Por su parte, Widder, quien además es pediatra, invita a los padres que eligen esta práctica a pensar por qué sienten que no pueden separarse de sus bebés, a analizar sus temores y a revisar su propia historia. Subraya también que la función los padres es ayudar a soportar las frustracio­nes y las pérdidas de sus hijos. No evitarlas. Y afirma que el colecho borra los límites entre lo privado y lo público; también que “es una traba a la hora de promover la inclusión a favor de la cultura y la evolución”.

Así, las especialis­tas de APA indican que es importante que los niños puedan entender que existe un espacio y un cuerpo propios y otros ajenos. El colecho conspira con estos conceptos ya que genera un exceso de contacto en determinad­as zonas que el niño no sabe gestionar, que lo cargan de una ansiedad que no logra controlar y que podrían generar trastornos en el sueño y en el ritmo de la alimentaci­ón, crisis asmáticas y TOC, entre otras patologías.

Espacio propio y vínculos

Otro aspecto negativo del colecho es que produce un modelo familiar donde el grupo se cierra. Se trasmite el mensaje de que hay seguridad MOISÉS. Hasta los 3 o 4 meses de vida, los bebés deberían dormir en un moisés en la misma habitación que sus padres para facilitar la lactancia. Luego de ese período, es tiempo de dormir en otro ambiente, en su cuna.

IDENTIDAD. Objetos transicion­ales (trapitos y muñecos aptos para su edad) son útiles para formar el yo y el no-yo. Es decir, para que el bebé aprenda a diferencia­r su identidad de la de otros; especialme­nte de la de su madre. De allí que la figura paterna cumpla un rol clave. MAMÁ. No brindarle al niño ropa de su mamá para dormir. Al tener impregnado su olor, cuando no lo tienen, lo necesitan. Se corre el riesgo de que lo conviertan en un objeto fetiche. Lo que podría generar patologías complejas.

dentro de ese círculo, pero no afuera de él, cuando lo que debe hacer la familia es contener pero también ayudar a los niños a “entrar en el mundo”. Es decir, promover su autonomía y socializac­ión.

En este sentido, Widder destaca que “estar pegado no es apego. Hay que ver cuáles son las distancias y cuándo se producen”. No es lo mismo que se establezca­n a la hora de dormir, que cuando el bebé necesita contención o alimento. Además, para que los niños desarrolle­n vínculos sanos a lo largo de su vida, es esencial trasmitirl­es desde el primer día que “estar con otro no es estar pegado o fusionado (como se da con el colecho). Hay un espacio que nos discrimina en el sentido de que nos permite ver a otro. Si no, uno termina siendo el otro”, advierte Popiloff mientras que Widder agrega que hay que inculcar la idea de “que se puede estar juntos pudiendo estar separados y viceversa”.

Por otra parte, tener la costumbre de dormir con los hijos entorpece la relación conyugal. La pareja también necesita un espacio propio y sostener el amor filial y sexual. A veces el niño es causa y otras, funcional a la falta de intimidad de los padres, según afirman las especialis­tas. También advierten que el colecho puede generar celos, envidia y hostilidad entre hermanos, porque para el que ya no duerme con sus padres, se concreta en la realidad la fantasía de ser excluido, abandonado o desalojado.

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(PIXABAY) Todos juntos. Psicólogos y médicos desaconsej­an compartir la cama con el bebé. Se busca ayudarlo a construir su propia identidad como sujeto.

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