Situación dramática
dado que la pobreza se incrementó al compás del escaso crecimiento del producto interno bruto argentino.
Paradojalmente, y esto no lo dice el informe, la asistencia por parte del Estado se duplicó, lo que demuestra que las soluciones aplicadas nada hacen por reducir el problema. Por el contrario, lo cristalizan.
Algunos datos del estudio arrojan esquirlas en varias direcciones, tales como la trampa de un asistencialismo que nada modifica, la destrucción del mito de la eterna riqueza argentina, las teorías de derrames que nunca se concretan y, sobre todo, la imposibilidad constructiva de un modelo de país que debe asignar recursos crecientes al sostenimiento de la pobreza congénita de un tercio de su población.
El informe desnuda con precisión el núcleo duro de este drama, al señalar que uno de cada 10 argentinos padece pobreza crónica, que de ellos casi la mitad (47,9 por ciento) son menores de 15 años, que en ese segmento se acumula el 70 por ciento de las madres jóvenes, que el 70 por ciento de los adultos estuvo escolarizado menos de nueve años y el 92,8 por ciento participa en el mercado laboral informal. Realmente lapidario.
Adolescentes pobres, madres jóvenes que crían a niños no menos pobres y marginalidad laboral hablan de un mundo sin alternativas.
Gobiernos autoritarios y prolongados experimentos populistas hicieron lo suyo para que en el país no se dieran ni el debate ni los proyectos sustentables destinados a reducir la brecha social.
Las matemáticas más simples dicen que no es viable país alguno con la pesada carga de la pobreza, ni afrontándola como un gasto ni ignorándola, y que las claves son educación continuada, salud pública y capacitación, sin obviar que debe terminarse con la intermediación de la pobreza. Porque su gerenciamiento impulsó una nueva clase de especuladores decididos a sostenerla.
Los datos están a la vista. Sería prudente comenzar a hacernos cargo y dejar de suponer que estamos haciendo algo al respecto, pues lo que sea que estemos haciendo lo hacemos mal.