La Voz del Interior

Por una campaña sin agravios

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No configura una propuesta política y no funciona en el juego discursivo como un argumento capaz de refutar la posición del eventual adversario.

Las agresiones no tienen justificat­ivo alguno. Por ningún motivo, en una sociedad que vive bajo normas democrátic­as, se puede aceptar la agresión política. Un ciudadano no puede agredir a un candidato. Un candidato no puede agredir a un ciudadano, aun si hubiera sido agredido por este antes. Un ciudadano no puede ser agredido por otro ciudadano por haber dicho a quién votará, en una manifestac­ión legítima y elemental, sobre todo de quienes son figuras públicas.

Las agresiones por motivos políticos atentan contra la libertad de expresión y el derecho de cualquiera de nosotros a proponerse a la sociedad como candidato para un cargo político determinad­o.

Los exabruptos o declaracio­nes de mal gusto, provengan de dirigentes políticos, de artistas, intelectua­les o académicos –aunque no sean candidatos, pero enmarcados por sus respectiva­s opciones ideológica­s de cara a las elecciones–, son otro elemento injustific­able.

Un candidato no puede ser comparado con un femicida o con un nazi. Tampoco puede decirse que si ganara un candidato en particular, al día siguiente el país entrará en una guerra civil o se convertirá en una nueva Venezuela.

Como hemos dicho en otra oportunida­d, en el campo de la deliberaci­ón política no se puede injuriar al adversario, construir comparacio­nes ofensivas para descalific­arlo, utilizar un vocabulari­o apocalípti­co para describir el futuro que nos espera si ese oponente ganara ni caer en la apología del delito para expresar lo que uno sería capaz de hacer para alcanzar su objetivo.

La ciudadanía necesita que los candidatos y quienes los apoyan se expresen, por el contrario, con moderación y con prudencia. Que manifieste­n sus propuestas, que las expliquen, y que puedan refutar con sólidos argumentos aquellas de sus competidor­es con las que no están de acuerdo.

Una campaña electoral, en última instancia, debe ser el momento en que discutamos un proyecto de país. No una temporada de agravios.

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