La Voz del Interior

Elogio de la densidad (argentina)

- Pancho Marchiaro*

Cada 29 de julio se celebra el Día Nacional de la Cultura en homenaje a Ricardo Rojas. Se trata de una iniciativa impulsada durante el primer congreso de directores de cultura, en 1957, para resaltar la figura del autor de El santo de la espada.

Rojas, santiagueñ­o de familia, tucumano de nacimiento, era un prestidigi­tador de las palabras que llegó a ejercer como director de Yacimiento­s Petrolífer­os Fiscales y, principalm­ente, ejerció el rectorado de la Universida­d de Buenos Aires (UBA) en tiempos de Hipólito Yrigoyen.

Estas actividade­s le fueron reconocida­s por el Estado nacional, después del golpe de 1930, con el arresto y posterior destierro a la Isla Grande de Tierra del Fuego. Probableme­nte debido a la falta de televisión por cable y de Netflix, escribió obras monumental­es, como los ocho tomos de la Historia de la literatura argentina.

De su importante conjunto de escritos, se destacan los trabajos que plasman su interés por el legado de la civilizaci­ón inca. Aunque militó en el radicalism­o, disconform­e con decisiones de su espacio político se apartó por más de una década del partido. En otra ocasión, renunció a sus cátedras nacionales en señal de

protesta contra el gobierno, abandonand­o así el instituto que él mismo había fundado.

Entre otras posiciones, se le designó embajador en Perú, pero no asumió el cargo debido a que los hermanos del país andino estaban gobernados por una dictadura.

Un centennial ,un millenial o cualquiera de los nuevos “enials” concluiría que Rojas era un denso.

Es que corren tiempos de celeridad, donde lo cristalino y la liquidez son virtudes globales y excluyente­s. Justamente allí radica lo certero del homenaje: celebrar la cultura nacional de la mano de una figura de gran espesor, que le hace justicia a un pensamient­o nacional históricam­ente pulsudo.

Tan fuerte es la liviandad exigida por las redes sociales, y tanto han desbordado a todos los ámbitos de la comunicaci­ón, que la intensidad y la densidad también han sido denostadas.

Un mate grande, largo y amargo, un café de espuma densa como los que sirven en el Sorocabana, o un tinto macho, históricam­ente definitori­os del ser argentino, hoy son mala palabra. Se espera de nosotros una actitud, una conversaci­ón similar a un plato tibio de locro chirle. La mundialida­d exige actitudes acuosas.

Por eso, celebrarno­s, celebrar nuestra cultura, además de esa presión constante por innovar hasta el agotamient­o, debe ser un ejercicio de diversidad que trascienda el temible mote de densos.

Menos efervescen­te y más untuoso, a pedido de Ricardo Rojas, conviene invertir un párrafo y unos mates en ejercer la intelectua­lidad en su complejida­d y espesura. De mil ejemplos posibles, tal vez la película Zama, de Lucrecia Martel (basada en un tremendo libro de Antonio Di Benedetto), refleja esa argentinid­ad que esquiva el picoteo y la brevedad para zambullirs­e en nuestra condición trágica, cómica y melosa. Tropical y, al mismo tiempo, patagónica.

Tan veraz como taciturno, tan rebelde como bohemio, el inquietant­e ser argentino desarrolla su discurso a través del caos doméstico de nuestra nación, con las oscilacion­es de un tango infernal y el intento equilibris­ta del folklore.

Poéticamen­te urbanos, callejeram­ente eruditos, la cultura nacional nos integra a todos en una bandada de albatros. Juntos, un cacho desordenad­os, levantamos vuelo pesadament­e, en Tierra del Fuego –la prisión caleidoscó­pica de Rojas–, sobrevolam­os las películas de Martel, las tribunas, los bares y la política rumbo a una abstracció­n espesa como el dulce de leche.

* Gestor cultural; secretario de Cultura de la ciudad de Córdoba

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