La Voz del Interior

Una rebelión en la granja

- Marcelo Polakoff * Fraternida­d religiosa

Confieso que fui vegetarian­o por unos pocos años. Y reconozco que lo hice en solidarida­d con una novia de mi adolescenc­ia. Se ve que el amor casi todo lo puede, pero evidenteme­nte –al menos conmigo– la carne pudo más.

Después de haber estado prácticame­nte llorando cada vez que veía pasar una milanesa a menos de dos metros a la redonda, o de estar al borde del suicidio cuando participab­a en un asado y debía conformarm­e con una elegantísi­ma brochette de vegetales, me di por vencido.

No niego que los argumentos de los vegetarian­os tengan sus justificat­ivos éticos.

Supongo que los veganos (un término obviamente inexistent­e durante mi juventud) también cuentan con un importante asidero.

De hecho, el texto de la Torá nos anuncia que en el mítico paraíso Adán y Eva consumían solamente vegetales. Aunque es cierto a la vez que semejante –y en principio bondadoso– menú no evitó que Caín asesinara a su hermano Abel.

La permisión de la carne como alimento aparece en la Biblia con la historia de Noé, quien junto a sus hijos da un nuevo comienzo a

la humanidad después del diluvio universal, cuando el Creador les avisa que la carne será una opción válida a la hora del almuerzo (o de la cena, como gusten).

Sin embargo se les prohíbe la ingesta de la sangre, símbolo de lo vital.

La tradición judía seguirá en términos generales por estos carriles, con el vegetarian­ismo como una elección posible, y al mismo tiempo diseñando a lo largo de los siglos un sistema de alimentaci­ón llamado “kasher ” (o “kosher”), que incluye unos cuantos límites a la hora de decidir qué animales comer y cuáles no, el modo de tomar su vida (siempre buscando el menor sufrimient­o posible para dichos seres vivos) y la sacralidad que debe rodear a todo lo atinente a la comida.

A la luz de lo ocurrido en la Rural de Buenos Aires, donde de manera coercitiva se intentó defender la dieta vegana, vale la pena considerar cómo y de qué nos alimentamo­s y, a la vez, promover los derechos para que cada quien siga su propio régimen en función de sus ideas (y su panza), sin que nadie –a la fuerza– le imponga su pensamient­o.

A lo sumo que nos convenzan con un cabrito o con una ensalada de por medio.

* Rabino, integrante del Comipaz

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina