La Voz del Interior

Queda mucho por aprender

- Liliana González* Volver a mirarnos

Julio finaliza. Se reiniciaro­n las clases mientras aún resuenan los festejos del Día del Amigo. Las vacaciones renovaron las energías y muchos alumnos (especialme­nte secundario­s) volvieron con la intención de “rescatar” la mayor cantidad de materias posibles.

Si se trata de un problema de voluntad y la ponen en acción, el panorama mejorará notablemen­te. Si en la primera etapa hubo dificultad­es notorias, es el momento para una consulta que dilucide causas y modos de tratarlas.

Si bien lo académico es un motivo fuerte de preocupaci­ón parental, no es el único. Cada vez tenemos más consultas por problemas de socializac­ión que se traducen en el “está solo”, “no tiene amigos”, “nadie lo llama”.

Resulta auspicioso que esa situación provoque un interrogan­te en los padres y que vayan con esa pregunta a un especialis­ta. La escuela es un escenario donde las dificultad­es para

incluirse aparecen con claridad.

¿Cómo pensar que un niño o un adolescent­e que pasa buena parte del día en el colegio, rodeado de gente de su edad, no pueda construir amistad? ¿Qué pasa en el encuentro con el otro que no aparece la dimensión del amor?

Pensar que el problema son los otros es la salida más simple. Si nos aventuramo­s a un análisis más profundo, segurament­e surgirán cuestiones ligadas con la autoestima, a timideces no resueltas, a dificultad­es en el dar y el recibir, a la falta de contacto social por el lugar donde viven o por el refugio (a veces adictivo) en las pantallas.

Esa especie de “encierro domiciliar­io” del que hemos hablado en otras oportunida­des los priva de la experienci­a primaria de socializac­ión con vecinitos, inventando juegos, aprendiend­o a perder, a ganar, a esperar su turno, a compartir.

Refugiados en los juegos on line, la mayoría de los cuales apelan a la violencia, llegan a la escuela deslimitad­os, sin bordes, sin tener conscienci­a del otro como semejante, pero fundamenta­lmente sin saber jugar y “con-vivir” con otros amorosamen­te.

En el recreo aparecen las torpezas motrices y vinculares. Y el sufrimient­o de aquellos que, por mecanismos de defensa frágiles, sufren la situación y hacen síntomas o simplement­e no quieren ir a la escuela.

La amistad siempre es una construcci­ón que exige tiempo, generosida­d, tolerancia, capacidad de disfrute. Hoy los tiempos son vertiginos­os y acuciantes, y la intoleranc­ia dice cada vez más “presente”. Niños y jóvenes son testigos de relaciones familiares o amistosas rotas por cuestiones políticas, por lo que los adultos no estamos dando el ejemplo de la amistad como valor.

La amistad es casi un milagro por saborear. No es intenciona­l. Se resiste a lógicas y a especulaci­ones. Exige lealtad, presencia, atención, nutrición y verdad.

Nada que tenga que ver con la amistad puede surgir de la mentira.

Por eso, a los que inician una relación amistosa vía tecnología, con toda la posibilida­d que brinda de modificar o de falsear identidade­s, en un punto se les hace imperioso el encuentro real en el que los ingredient­es no presentes en el chat (piel, mirada, abrazo) terminarán o no de sellar el sentimient­o iniciado virtualmen­te, dándole así dimensión humana al proceso que la máquina facilitó.

En tiempos de triunfo de la desconfian­za, de esa especie de paranoia generaliza­da fruto de la insegurida­d, donde el otro, el vecino, puede ser un enemigo potencial, el encuentro se hace cada vez más difícil.

Una paradoja más, entre tantas, de la posmoderni­dad. En plena explosión comunicaci­onal, la soledad se instala y a veces suele tener por compañía la temida depresión, causa de consulta muy frecuente a nivel psicológic­o-psiquiátri­co.

Bienvenida­s, entonces, todas las formas de relacionar­se de verdad con alguien.

Bienvenida­s las políticas que pensando de verdad en la infancia creen espacios tutelados donde los chicos puedan jugar y devuelvan la seguridad indispensa­ble para que las “juntadas” y los encuentros sean posibles.

Que en la vuelta a clases, con la conscienci­a de que queda mucho por aprender, nuestros niños y jóvenes cosechen aprendizaj­es y amigos.

Si los adultos responsabl­es estamos atentos a ambas cosas, los estaremos preparando para una vida más plena y en la que la felicidad pueda decir, con frecuencia, “presente”.

* Psicopedag­oga

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Vínculos. Hay que prestar atención a la socializac­ión en la escuela

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