Un invento argentino que debe ser revisado
Con todas las candidaturas presidenciales definidas de antemano, las famosas primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (popularmente conocidas como “las Paso”) insumirán este año a las arcas públicas 3.000 millones de pesos, el 45 por ciento de todo el gasto electoral de 2019.
Si bien es tarde para lamentos, sí es propicio recordar que el problema de este artilugio político es que no nació con la genuina motivación de fortalecer el sistema de partidos y hacer más eficiente y democrática la selección de candidatos.
Las Paso fueron pergeñadas por el kirchnerismo en 2009, tras la derrota que en las elecciones de medio término de ese año le propinó Francisco de Narváez a Néstor Kirchner en la provincia de Buenos Aires.
En esa oportunidad, una porción de los votos que podría haber capitalizado el oficialismo de entonces fueron a parar a una lista filokirchnerista liderada por Martín Sabbatella, situación que benefició al empresario colombiano nacionalizado argentino.
La idea de los Kirchner fue evitar que las disputas de su espacio afloraran en las generales. La mejor idea que se le ocurrió fue estatizar las contiendas partidarias, hecho que empujó por ley a
todos los argentinos a participar obligatoriamente de internas.
En la práctica, lo que debía ser un filtro en el que todos los ciudadanos no tendrían más salida que colaborar, se transformó en una gran encuesta que permite a cada espacio político saber dónde está parado antes de las verdaderas elecciones.
Esa es, objetivamente, la mayor contribución de las Paso a la política argentina, porque la dirigencia se encargó de que casi no exista el motivo que les dio fundamento, es decir, la competencia de distintas corrientes internas.
En síntesis, todos los espacios que participan ya decidieron de antemano las fórmulas presidenciales que le ofrecerán a los electores en octubre y, por lo tanto, llegan a las “primarias” sin tener primarias, valga la paradójica redundancia.
Así, las Paso están lejos de garantizar la participación popular en la vida interna de los espacios políticos, porque los ciudadanos encuentran en el cuarto oscuro un menú definitivo ya armado por las elites de cada agrupación.
Un dato complementario llamativo es que el kirchnerismo, que impulsó las Paso, fue la agrupación menos propensa a practicar sus reglas. Su naturaleza verticalista obturó la competencia interna y la “democratización de la representación política” (consigna que le da título a la ley que creó ese mecanismo) fue en este caso mera retórica. Hoy parece tener el mismo significado para todas las fuerzas políticas.
Al haber quedado desvirtuado el sentido de las primarias, los medios de comunicación y los analistas políticos hablan de “partido o frente que ganó las Paso” cuando en teoría los distintos espacios sólo deberían definir sus candidatos y no competir entre sí.
Al presentar los resultados de esa manera, lo que debería ser una interna múltiple termina condicionando las elecciones de octubre: los efectos sobre los mercados podrían ser difíciles de controlar en una economía en crisis, mientras que la potenciación del voto útil iría en detrimento de terceras fuerzas.
Cuando se habla de primarias y no de internas, la palabra remite al modelo norteamericano. Quizás la cuestión semántica haya influido en los mentores de las Paso, aunque la diferencia con la modalidad aplicada en Estados Unidos es abismal.
Verdaderas primarias
El proceso de selección de candidatos para las elecciones estadounidenses es un complejo proceso que se inicia con varios meses de anticipación. En primer lugar, cada partido político tiene su propio sistema de nominación, aunque básicamente con dos modalidades: los “caucus” o asambleas partidarias y las primarias.
Las reuniones de votantes organizadas por cada partido, denominadas “caucus”, integran un sistema de votación que funciona en distintas etapas y culmina en la convención nacional.
Las elecciones con esta modalidad, que se realizan en algunos estados, consisten en reuniones donde los votantes expresan sus preferencias por alguno de los candidatos levantando la mano o por medio de una boleta. A partir de los resultados, se distribuyen los delegados a la convención según el porcentaje obtenido por cada postulante.
Las primarias, mientras tanto, constituyen la modalidad elegida por la mayoría de los estados y consisten en la elección de delegados por el voto popular directo aunque sin la incidencia de los jefes de los partidos en cada selección.
Esas primarias pueden ser abiertas (no importa la filiación del votante), cerradas, semicerradas y las denominadas “top two” en las que pueden votar todos los habitantes de un estado y hay doble vuelta entre las dos opciones más votadas.
No sería mala idea prestar atención a este sistema. Pero claro, para eso Argentina necesita partidos políticos, especie en franca extinción desde hace dos décadas.